Invasión de Rusia
La resistencia psicológica a Putin en la guerra de Ucrania: así se lucha contra los traumas
Melinda Endefry ha formado con su asociación en el frente de batalla a más de 500 psicólogos de emergencias
Acuden a ayudar a la población con los trastornos mentales que se derivan de los bombardeos y las masacres de la guerra
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Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania. Rusia avanza con la invasión en un mayo frío. Caen las bombas. Todo tiembla, pero en la oscuridad de un búnker empieza la resistencia. Allí, entre la humedad, con 19 grados bajo cero en las calles, armada ... con velas y la luz de un móvil, Melinda Endrefy imparte clases. Aquel agujero seguro en la tierra es en realidad un aula de formación debajo de un suelo que acumula más de un metro de nieve en la superficie. Hay una sola linterna en la estancia, que se apaga. «En ese instante, cuando miré a los alumnos en silencio, sin decir nada, en la oscuridad, vi como cada uno sacó su móvil y empezó a escribir los apuntes de lo que estaban escuchando. Pensé que tenía que darles lo mejor de mí misma y todo lo necesario para ayudar. Nunca he visto antes a tanta gente con hambre de ser escuchada», señala Endrefy, que estaba formando a psicólogos para actuar en el frente de guerra, ayudando a la población civil a lidiar con sus traumas, organizando sin querer la resistencia mental del pueblo ucraniano a la invasión ordenada por Vladimir Putin.
Melinda viajó a Rumanía en 2022 de vacaciones y, durante el vuelo, Rusia comenzó la invasión. Húngara-rumana, reside desde hace años en Tenerife y ha estado unos días en Málaga, donde hace el doctorado, para participar en unas jornadas sobre emergencias. Es la representante de la Asociación Mundial de Psicología en Emergencias. Llegó a contar su experiencia con un grupo de voluntarias. Melinda colaboraba cuando estalló la guerra con una asociación que sacaba a niños de la indigencia en Rumanía. Agarró a los voluntarios y se plantó en la frontera con Ucrania para socorrer a todo el que huyera de la guerra. Luego cruzaron las barreras hasta la ciudad ucraniana más cercana. «En el hospital me di cuenta de que los médicos, los psiquiatras, los psicólogos... Todos estaban quemados», recuerda. Crearon allí mismo un sistema de ayuda y se marchó a Kiev.
Iban dando auxilio humanitario en la capital, donde arreciaban los bombardeos. Los refugiados cogían mantas, ropa, comida... Lo básico antes de marcharse. En ese momento, uno de los voluntarios dijo: «Aparte de comida también hay una psicóloga de emergencias, que viene de España y podría escucharlos». «Se me puso un nudo en la garganta y me emocioné. Vi a la gente con su ayuda, con su manta, con su agua, su comida, de la mano con su hijo, el perro y la abuela que se pusieron de nuevo en la cola. Sólo querían hablar con alguien. Pensé que la gente no solamente tiene hambre para comer, también tiene hambre de ser escuchada», añade.
En ese momento arrancó una cruzada contra los traumas de la guerra, en la que ya ha formado a más de 500 personas. Ahora hay desplegados más de un centenar de psicólogos en toda la zona cero del conflicto. Van con la asociación Hromada Hub bajo la premisa de «dar comer al cuerpo y a la mente». «Trabajamos solo con la sociedad civil, con las comunidades que sufren. No con los militares. Operamos en contacto con nuestros coordinadores locales, que conocen las necesidades humanitarias en el frente de guerra en Járkov, Dnipro, Zaporiyia, Jersón, Nicolaev, Odesa... Satisfacemos esas necesidades tanto humanitarias como para el alma», señala Liliya Bortych, una de las fundadoras de esta asociación, que agradece toda la ayuda que España está aportando a Ucrania.
Por este servicio psicológico de emergencias ya han pasado más de 100.000 personas desde que comenzó el conflicto. En toda esa línea de fuego actúan de dos formas. Por un lado, acuden inmediatamente a las zonas donde caen misiles. «En Dnipro bombardearon el hospital y, media hora más tarde, estuvimos ahí con ayuda, agua, mantas... Todo lo que necesitaban las víctimas, más los psicólogos», relata Melinda, quien explica que otra misión es ir a los pueblos arrasados por los combates. «La gente sigue viviendo ahí sin nada, por ejemplo, en muchos pueblos cerca de Kiev», añade Endefry, antes de pasar a contar los horrores con los que lidian.
«No es lo mismo intervenir por primera vez cuando estás en la intimidad del hogar o en un bombardeo en Jersón», remarca la psicóloga, quien explica que tras la gran inundación por la destrucción de la presa de Kajovka fue muy complicado actuar con la población. «Hubo gente que perdió la casa por tercera vez. Una vez en los bombardeos y la reformó, pero hubo otro ataque con drones y la volvió a perder. Aun así la levantó. Y cuando estaban allí, se lo llevó todo el agua. Lo perdieron todo. No es lo mismo intervenir con alguien que tienes que evacuar o con quien tienes que convencer para que deje su casa, su tierra de toda la vida para que vaya contigo en un autobús a un centro que no conoce, con gente que no conoce», recuerda.
Melinda avisa siempre que su experiencia queda grabada, que sus vivencias no son fáciles de digerir, como los niños que han perdido a sus padres o los que se resisten a bajar a los búnkeres cuando suenan las sirenas, porque ya están hartos de correr. «Damos paz y seguridad. Es lo que no sienten. Los ayudamos a tomar decisiones, porque lo tienen que hacer de forma muy rápida y no pueden», añade esta psicóloga, que recuerda cómo ha encontrado gente que llevaba meses sin dormir.
«El cuerpo humano, desafortunadamente, se acostumbra a todo. Cuando oyes la primera explosión, por ejemplo en Jersón, te asustas, lo sientes en el cuerpo. Es algo emocional. Pero cuando llevas muchas horas, muchos días trabajando ahí, ya no nos asustamos tanto. Ya nos estamos acostumbrando a dormir con ruido. La mente se adapta. Por eso salimos a menudo a zonas más seguras, para no acostumbrarnos a estrés, para poder tener perspectiva y cuidar mucho mejor de los que sí están y no quieren salir», añade.
Se emociona cuando recuerda a aquella señora de Dnipro a la que había que cortarle las piernas, pero se resistía. «'Por favor, que no me corten las piernas', decía mientras el cirujano trataba de convencerla», recuerda Melinda, que se puso a hablar con ella, se sentó a su lado y la arropó en su desgracia. «No sabía cómo darme las gracias por haberme sentado en el hospital para entender su dolor y me dijo que ojalá hubiera muchas otras personas así. Le dije que tenía mucha suerte, porque el cirujano es otro ángel que cuida de los demás. Nos conecté a los tres emocionalmente con ese sentimiento de cariño y dejó que la operaran», explica la psicóloga, que resalta la capacidad de resilencia del pueblo ucraniano y dice que los niños son los más vulnerables. «Los niños ya saben lo que está pasando. Recuerdo uno de dos años que la primera frase de su vida fue 'sálvame', que en ucraniano son dos palabras. Si son muy pequeños creen que la culpa de la guerra es suya y hay que explicarles que no o que mamá no llora porque se portó mal», asegura.
En las ciudades golpeadas por la invasión ya no existen las calles donde esos niños crecieron, ya no tienen los mismos amigos, ni pueden salir a jugar, pero se adaptan. «Tenemos que trabajar conjuntamente con la familia para que todos sepan cómo tienen que interactuar con su propio hijo. El año pasado, en abril, estuvimos en Dnipro después de un ataque aéreo con drones. Fuimos a un centro de acogida donde había muchos niños y cuando nos vieron entrar reconocieron los chalecos que ponía 'psicólogo de emergencias'. Uno se acercó a mí y dijo 'Ay, qué bien que vinieron. Tengo tantas cosas que contarles'», recuerda esta voluntaria, que siempre aconseja a las viudas de los militares decir la verdad a sus hijos y, sobre todo, no cargarlos con que son los sustitutos de sus padres desaparecidos. «Ya vive una guerra, no hay que hacer que también pierda la infancia. No es el hombre de la casa. Es sólo un niño», añade esta piscóloga.
Entre toda la devastación y dolor, el grupo de psicólogas se queda con los gestos de agradecimiento de una gente que vive bajo la amenaza. En un pueblo totalmente destrozado por un bombardeo, con muy pocas casas ya en pie, una mujer la invitó a pasar. Le ofreció comida y hablaron. «Fuimos uno de los pocos psicólogos que llegó. Me acerqué a su casa y vi que la mitad de la vivienda había desaparecido, estaba quemada, ya no tenía cocina, no había mesa, solamente dos sillas, ella y yo. Allí me invitó a comer una sopa en la parte del domicilio que todavía quedaba con un poco de techo. Me dio las gracias con lo poco que tenía por escucharla, por llevar gente para que los escuchen», recuerda Melinda.
En su móvil tiene el 'selfie' de dos voluntarias en Járkov delante de un edificio que acaba de ser bombardeado. Aún sale humo de las paredes tras la explosión, pero ya hay allí dos psicólogas de este grupo para comenzar suturar las heridas que deja en el alma la guerra.
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