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Málaga se echa a la calle para celebrar el ascenso

La fiesta pasó de Tarragona al aeropuerto de madrugada y luego a las calles de la ciudad con una legión de aficionados con el equipo

La afición del Málaga en el Ayuntamiento Francis Silva
J. J. Madueño

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Miguel Tejada lleva más de 60 años de socio del Málaga. Gorra, camiseta, bufanda... A sus 73 años, esta temporada, se metió para el cuerpo 15 horas de autobús para ir a Vigo a apoyar al Málaga. «Da igual», afirma a ABC con una chapa en el pecho que conmemora el ascenso de Club Deportivo Málaga. Sus ojos vieron a Viberti, Roteta y al Málaga jugar en la Estación de Cártama en los años más duros. «Lo he visto subir y bajar. Desde Tercera a Segunda B, Segunda, Primera y jugar la Champions. Luego lo he visto caer y ahora volver a subir», dice emocionado Miguel en la puerta de la Diputación de Málaga, a la espera de la salida de los jugadores, donde la afición canta, corea y vibra en una fiesta interminable.

«Nunca vi nada igual. Hay más gente que nunca», señala este veterano seguidor, que quiere vivir otro ascenso el año que viene, esta vez a Primera. «El año que viene van todos los partidos para adelante. Voy con la peña donde haya que ir», afirma.

Es una de las miles de almas que no conciliaron el sueño desde el pitido final en Tarragona, desde el gol de Antoñito Cordero que dio el ascenso en el último ascenso. Ahí comenzó un celebración inagotable, después de un partido encomendados al Señor Cautivo, con estampitas y velas en la grada, sin parar los rezos ni la plegarias. Más de 12.000 personas estallaron de alegría en el auditorio municipal de Cortijo de Torres con el pitido final.

Una avalancha que se fue al aeropuerto a esperar. Cantó, gritó y venció al sueño para esperar a la llegada del equipo a las cinco de la mañana. El himno en la terminal de llegadas retumbó con las bufandas al viento. El centro abarrotado, el túnel de Alcazaba colapsado con un rugido en forma de cántico, Gibralfaro iluminado con bengalas y las Tres Gracias en su fuente sonriendo picaronas.

La fiesta tomó las calles del centro, donde manifestaciones espontáneas, de los malaguistas que salían de los bares, cantaban el himno. Las banderas blanquiazules no paraban de animar. Y no se detuvieron en todo el día. Siempre una bandera, una camiseta o una simple chapa con referencia a un equipo que ha devuelto la alegría a una ciudad que se hermana en La Rosaleda sin conocer procedencias ni nacionalidades.

Christine Stranne y Jannich Petersen son parte de esta historia de amor por acogida. «No hay un estadio igual. Vivo en Málaga desde hace 18 años, somos socios desde hace 10 años con la Peña de Dinamarca. No hay nada igual a La Rosaleda. Enamora, el estadio es una familia. No hay nada parecido en el mundo», explica esta aficionada, que llevaba más de una hora esperando detrás de una valla para poder ver a los jugadores de cerca.

«Juegan para nosotros»

«El año pasado fue malo, pero este ha sido muy bueno. Hemos ganado casi todos los partidos. Este es un equipo con corazón, que juega para nosotros», explica esta danesa, dando una percepción que tiene toda la ciudad. Estos jugadores son parte de la afición, son uno más entre los malaguistas, enamoran a una legión de seguidores que se entrega en cada grito.

Desde 'La gitana loca', que cantaba Martina con solo cinco años a pleno pulmón con la camiseta con el 17 de Dioni, al himno del club, pasando por el 'Te he venido a ver' o los gritos de ánimo a un Córdoba que se jugaba poco después el ascenso en Barcelona. Hasta hubo un mensaje envenenado a los marrulleros de Tarragona. «¿Dónde están los balones?», cantó Málaga entera a aquellos que lanzaban pelotas para parar el partido cuando iban ganando.

Una fiesta que dejará resaca, pero también más afición, como el pequeño Daniel, que con sus dedos marca que tiene solo tres añitos, pero no duda al decir: «Soy del Málaga». Lo hace envuelto en la bandera blanquiazul a hombros de su padre. Un malaguista que ya empieza a soñar.

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