Ivana, indemnizada con 204.000 euros por trabajar en el hogar: «Es justicia por años de control, abusos y maltrato»
La mujer a la que un juzgado ha ordenado a compensar por 25 años de matrimonio excluida del mercado laboral califica el fallo de «victoria mayúscula»
Condenado a pagar 200.000 euros de indemnización a su exmujer por dedicarse «en exclusiva» al hogar y a las hijas durante el matrimonio
«El dinero es importante, pero más lo es el reconocimiento de tanto tiempo dedicada a un proyecto familiar sin recibir nada a cambio». El exmarido de Ivana Moral ha sido condenado por un juzgado de la provincia de Málaga a pagarle 204.000 euros para compensarle por el trabajo doméstico que realizó durante dos décadas y media de matrimonio de manera no retribuida.
No sólo. La sentencia, dictada por una juez de Vélez-Málaga, recoge también una pensión compensatoria para ella de 500 euros mensuales durante los dos próximos años, y otras dos de 400 y 600 euros para las dos hijas que tienen en común, actualmente de 14 y 20 años de edad.
No es un fallo pionero, pero que sí ha cobrado gran repercusión por la cuantía, establecida a partir del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) vigente en cada año de matrimonio. Según deja sentado, la demandante había estado privada de toda posible trayectoria laboral por su dedicación exclusiva al hogar y la familia. Y constituye para esta mujer, de 48 años, «un auténtico balón de oxígeno que me permite ser persona a partir de ahora».
La sentencia ha llegado después de que la pareja se separara a finales de 2020, después de 25 años juntos. Ivana, nacida en Barcelona aunque criada en Martos (Jaén), conoció en esa provincia a Pablo, que se convirtió en su marido. Él tenía un gimnasio del que ella era clienta.
Se casaron jóvenes, veinteañeros. A los pocos días del matrimonio «me llevó de la manita» a un notario. Quería firmar la separación de bienes. «Enamorada hasta las trancas y procedente de una familia que me había criado entre algodones», recuerda, no se figuró entonces la trascendencia de lo que acababa de suscribir. «Hubiera firmado cualquier cosa entonces; luego supe que ahí ya se le veían sus pretensiones, pero entonces no te imaginas», se duele en declaraciones a ABC.
A partir de ahí, y después de un tiempo en Martos en el que ella comienza a trabajar en el gimnasio, comienza una vida de continuos cambios de domicilio. Siempre al albur de la inquieta mente empresarial de Pablo. «Es un trabajador nato, eso hay que decirlo, y con mucho olfato para los negocios».
«Nunca pude tener una tarjeta de crédito»
Así, además de abrir más gimnasios, el empresario ha instalado parqué, vendido saunas o maquinaria de diverso tipo. Todo ello, además de en esa localidad jienense y en Alcaudete, en la misma provincia, en Vélez-Málaga, en Marbella o en Alhama de Granada. «Yo le perseguía a todos sitios, apoyándolo». Siempre con un denominador común: el dinero que generaban los negocios era suyo. De él. Solamente. «Me tenía excluida de todo; todo estaba a su nombre y yo nunca pude tener ni una tarjeta de crédito».
En sus gimnasios, Ivana se dejó las cejas haciendo de todo. «Siempre quise trabajar». Se formó para atender el negocio. Fue monitora de diversas actividades, su relaciones públicas y hasta ejercía como limpiadora de las instalaciones. «He trabajado hasta 10 horas diarias», asegura.
Por supuesto después venía la casa y el cuidado de las niñas. Sin autonomía económica. Siempre tenía que pedirle dinero. Para cualquier cosa. «Hasta para comprar compresas. Esa dependencia, lo entiendo ahora, era un maltrato». No siempre se lo daba de buen grado.
![Ivana, junto a su abogada, Marta Fuentes](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/03/07/ivana-velez-malaga2-U02880872430ifr-624x350@abc.jpg)
«Me he llegado a sentir como un perro, siempre detrás de él pidiendo. Controlada, maltratada y abusada. Mi nivel de ánimo, mi autoestima, eran los de una desvalida». ¿Por qué no hizo nada cuando comenzó a ver cómo eran las cosas? «Son demasiados miedos, vergüenzas, y también el sentido del compromiso. Tirar hacia adelante me ha hecho perdonar muchas cosas porque me planteaba 'y dónde voy a hora'.
La relación se deterioró. En 2018, tras un episodio de infidelidad («tengo cuernos hasta para tocar el techo», afirma Ivana), ella decide separarse. Se muda a Vélez-Málaga. En 2020 llega la demanda de divorcio.
«Entonces me encontré sin nada. Y él con todo», rememora la mujer. Se fue con sus hijas. Él, que no pidió la custodia compartida, contribuía a su manutención, «pero igual que había hecho conmigo: cuándo y con las cantidades que le parecía». La niña mayor se puso a trabajar. Como socorrista y empleada en un supermercado o en restaurantes, para poder comprarse una moto de 300 euros con la que seguir trabajando y costearse sus estudios. Las ayudaron los padres de Ivana.
Pablo no debería tener demasiados problemas para hacer frente a la indemnización. Al menos eso cree la demandante, «aunque nunca he tenido acceso a sus cuentas». Tras cerrar los gimnasios, su ex compró una finca de 12.000 olivos en Jaén, que según cuenta la que fue su pareja está valorada en 4,1 millones de euros y ha seguido ampliándose con terrenos colindantes.
Ahora Ivana respira tranquila. Después de separarse, se sacó la ESO y ha seguido formándose con cursos de nutricionista y más en lo que fue lo suyo: los gimnasios. Y ya no sólo está preparada en lo anímico. La juez le ha asegurado un futuro económico que durante su matrimonio nunca tuvo. «Ha sido una victoria en mayúsculas», concluye.
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