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Sociedad

Así se vive en los asentamientos de chabolas de Córdoba

ABC accede al poblado chabolista de Camino de Carbonell. No tienen luz, ni agua ni alcantarillado para los desechos, pero conviven con dignidad

El barrio de Santuario de Córdoba sopla cincuenta velas

Jorge muestra la infravivienda en la que reside en Córdoba VAlerio merino
Javier Gómez

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«Existe el mantra de que viven así porque quieren, pero ¿quién quiere vivir así?», asegura Gabriel Moya, miembro de una ONG que nos acompaña por pura casualidad a los dos redactores de ABC Córdoba que visitamos el asentamiento de chabolas del Camino de Carbonell, un lugar que dignifica el concepto de infravivienda, a pesar de que las personas que viven allí no disponen de electricidad, ni agua, ni baños ni alcantarillado para los desechos.

Son personas con nacionalidad de Rumanía quienes viven en este asentamiento. Es uno de los campamentos de este tipo de tamaño medio que hay en la ciudad. De hecho, este ha menguado, a pesar de lo que pueda pensarse. Aquí viven apenas 16 familias, con un censo de unas 60 personas. Entre ellas hay 11 menores. «Todos están escolarizados», nos explica Stefan, uno de los habitantes del poblado y padre de un chico que está, precisamente durante esta visita, en el colegio. Que los niños vayan al clase es un requisito indispensable de las Administraciones para estar en los programas de ayuda de alimentos que reciben.

El asentamiento de chabolas del Camino de Carbonell, anexo a la autovía A-4 y a menos de cien metros de la Ciudad Deportiva del Córdoba CF, es uno de los que circundan la ciudad. Están por todos los puntos geográficos alrededor de la capital (ver próxima información en las páginas siguientes). Sin embargo, son difíciles de ver. Suelen tener 'barreras' naturales o de infraestructuras que impiden una visión directa. Quizás éste es uno de los más llamativos por la facilidad para localizarlo incluso visualmente.

La madre del cordero es de qué viven estas personas y cómo viven allí, a la intemperie. Una mañana por un poblado de este tipo confirma algunas percepciones, pero sobre todo levanta bastantes tópicos. Principalmente, se ganan la vida con su trabajo. Jorge, uno de los rumanos con más facilidad para hablar en español y también para las relaciones sociales dentro del asentamiento, nos explica que hemos llegado en mal momento para el reportaje. Es martes. Desde las 10.45 horas pasamos unas horas entre ellos, pero siempre nos recuerda que «ahora hay poca gente porque todos trabajan por la mañana».

Nos cruzamos con uno de ellos. Neru, que empuja una bicicleta con una especie de remolque hecho con materiales de madera. Nos explica que se dedica «a la recogida de chatarra». Además, Gabriel Moya, responsable de la Asociación Cordobesa para la Inserción Social de Gitanos Rumanos (Acisgru), añade que «la segunda fuente de vida es como mano de obra en el campo, ya que trabajan como jornaleros porque, precisamente, en su país también lo ha hecho».

Es imposible obviar que la tercera pata es la mendicidad. Moya nos apunta que «tienen una percepción diferente de pedir a la nuestra; para ellos también es un trabajo». En cualquier caso, la delegada de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Córdoba, Eva Contador (PP), que atiende por teléfono la llamada de este periódico en la jornada siguiente, aclara que «hemos erradicado que mendiguen con menores; y ahora viene una época en la que aumentamos la supervisión para evitar estas conductas: en las Cruces, los Patios y la Feria».

Del qué viven a cómo viven estas personas. Aquí hay más sorpresas. Sofía, que viene con un carro de comprar zanahorias y otras verduras en la Fuensanta, nos explica que son bastante celosos de su intimidad al contrario de lo que pueda pensarse. Las dimensiones del asentamiento engañan sobre la población que reside en su interior. Es la primera sorpresa.

Tienen grandes parcelas entre calles-caminos perfectamente trazados en el albero. Goza de una explicación. En el interior de cada parcela parece que hay como ocho o diez chabolas, pero no es así. «Sólo una es la vivienda», nos recuerda Jorge, que nos permite entrar a su hogar. El resto de casetas están dedicadas a almacenar los materiales que reciclan. Chatarra, escombros, maderas y... objetos de segunda mano.

Todo esos utensilios que usted tira al contenedor o deja en un lugar que no debe (punto limpio), ellos lo suelen recoger. Curiosamente, muchos de esos objetos tienen un doble destino: uno, lo venden directamente a casas de segunda mano; dos, «en ocasiones, guardan un día para ponerlos todos en el centro del campamento y llegan los empresarios o particulares que se los compran», explica Contador.

Aunque a alguien quizás le pueda despertar el morbo saber cómo es el interior de una chabola, ya les digo que, con sus grandes problemas, no es como pisan. Una de las premisas es el orden y la limpieza. «Mira, mira, limpio, limpio», insiste Jorge mientras el redactor gráfico toma las imágenes para el reportaje. Otra cuestión es que los materiales que usan (maderas, plásticos, tablones, etc) den otra impresión, pero, realmente, las zonas de lavadero de cubertería, mesas de comer o estudiar para los pequeños están limpias. Hasta las camas hechas.

Otra cuestión son los problemas de salubridad. Al vivir al aire libre, hay obstáculos de muchos tipos. Especialmente de tener que convivir con los roedores. Precisamente, nuestra llegada al poblado coincide con el reparto de productos para la desratización. Stefan nos explica que «en esta época, con lo seco que está todo sin llover, ahora mismo está todo lleno de ratas». Son unos invitados indeseados a los que poner a raya.

El material lo reparte Acisgru por un convenio con la Diputación Provincial de Córdoba que despliega un programa de limpieza. Justo a nuestra llegada, Moya reparte bolsas que llevaba en el maletero de su vehículo. Contador insiste, también desde el Ayuntamiento, que «la salubridad» es su principal caballo de batalla, además de «la protección de los menores, que es absolutamente nuestra prioridad».

Letrinas

Es difícil vivir en condiciones dignas en lugar en el que ni siquiera hay baños para el aseo personal, orinar o defecar. Allí todavía están en el tiempo de las letrinas. «Ahí no entra nadie», nos recuerda Martín, porque forma parte, precisamente, de esa intimidad y pasar desapercibidos que desean. Con todo, los tendederos de ropa lavada son otra de las grandes notas de color del paisaje interior.

Córdoba, a diferencia otras ciudades, cuenta con una ventaja tremenda con sus asentamientos. La mayoría de los rumanos que comparten esos poblados están, generalmente, muy estabilizados. Lo demuestra Mariana. En su caso no quiere fotos, pero nos explica que «llevo aquí 14 años». Es poco habitual en otros lugares. Sin embargo, nosotros no encontramos a nadie que lleve menos de 7 años en estos campamentos. Como Neru. O con «los diez años» que comenta Stefan. Esa estabilidad favorece el trabajo de los Servicios Sociales con ellos y viceversa.

En todos los casos se trabaja con la posibilidad de la integración social plena. Sin embargo, los especialistas aclaran que difícilmente pueden vivir en otros lugares sin cambiar los trabajos que se les permite realizar. Uno de los motivos de que vivan en estos lugares es, según explica Moya, que «¿dónde guardarían esta chatarra en un piso? Hay buscarles otras salidas laborales» para su integración total.

En esa tarea, Contador pone un ejemplo de un paso al frente de apoyo público. Recuerda que «el año pasado 30 personas de estos asentamientos» pudieron trabajar durante tres meses en Sadeco como consecuencia de una bolsa de trabajo acotada para «este tipo de colectivos» que están en exclusión social. Esa salida laboral es el primer paso de un futuro mejor.

Hay ejemplos. El respeto entre ellos por las chabolas llamativo. Nadie ocupa una parcela con vivienda de otros, a pesar de que se haya marchado a su país o otro lugar a trabajar. Siempre tiene reservado ese lugar para el regreso. «Si viene alguien nuevo», nos explica Jorge —que cuenta con su hijo Víctor entre sus vecinos—, «se hace otra vivienda, aunque haya una libre de otra familia». El bien mayor es salir definitivamente de allí. Por eso, la mayor satisfacción, asegura Contador, es cuando «vemos una parcela vacía, preguntamos por ellos y nos dicen que ya no viven allí porque se han comprado una casita en otro lugar con un campito en el que trabajan». Es el final feliz a la dignidad como forma de vida.

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