La cera que arde
Un parking
La aventura de salir de un aparcamiento subterráneo
![Parking subterráneo en Córdoba](https://s3.abcstatics.com/abc/sevilla/media/andalucia/2019/09/23/s/parking-subterraneo-cordoba-kXwE--1248x698@abc.jpg)
Puedo escribir hoy desde el refugio del hogar porque conseguí salir del parking . Hubiera sido fácil: salto la valla o incluso atravieso la salida peatonal y hubiera llegado al barrio dando un paseo. Pero mi vehículo quedaría aún allí y el ... contador de euros corriendo . Y este extremo, aunque el economista Niño Becerra no lo contempla en el análisis de la crisis que viene, hubiera sido un torpedo en la línea de flotación de mi economía particular. Diez euros, en cualquier caso, por cuatro horas de estacionamiento , es un precio lo suficientemente cosmopolita como para que te traten como a un conductor de provincias.
En el restaurante me habían dado tickets de descuento para el cajero. Eso mola porque ves cómo los empresarios de la restauración atienden a sus clientes, aunque sea costa de paliar con su presupuesto lo que las administraciones públicas no ofrecen: sitios para aparcar, coño. Creo que estamos en la Semana de la Movilidad , que es una cosa europea para decirnos que usemos el transporte público, el patinete atómico -cómo corren algunos- o los pinreles. Queda muy mono, ecológico y moderno, como los contenedores con forma de meninas . Así que mi coche quedó parcialmente inmovilizado en el marco de dicha semana conmemorativa, algo así como un castigo civil por atreverme a conducir mi todocamino. Y además diesel. La niña Greta me va a maldecir con su mirada teutona.
En la garita del parking había luz y billetes y monedas. Pero no se divisaba ningún humano dentro. Un operario. Alguien que respire. Nasti de plasti . El único cajero decidió no aceptar tarjetas de crédito , cosa que suele ser un contratiempo cuando no se dispone de efectivo. Sospeché, por tanto, que ni por Bizum , porque igual petaba el sistema operativo del cajero. Cuando no existe señor operario siempre suele haber un botón con intercomunicador que nos invita a ser pulsado. Le di y me contestó un argentino. La noche prometía. Me dijo que reiniciaría el ordenador de abordo y que volviera a pagar. Con acento porteño. Las doce de la noche y yo mirando una pantalla que vuelve al sistema Cobol . «Pruebe de nuevo», me dijo Maradona. Y el resultado fue el mismo salvo por el contratiempo de que ya no me contaba el descuento amable de los tickets de cortesía. El importe había subido considerablemente, como si dentro del aparato hubiera un broker borracho jugando con el IBEX 35 . «¿Puede atenderme alguien físico de la raza humana?», pregunté ingenuamente yo al peronista del intercomunicador ante su insistencia de que tenía que pagar con un efectivo que no tenía. «Sí, pero tardará en llegar una media hora». Deslocalización se llama eso. Hay un tipo en Fátima durmiendo que viene hasta Vallellano a darle un botón. En pijama. Y no me gusta molestar. Rebusqué un billete de cinco euros que la máquina tampoco admitió. Precioso. «Bote el dinero por la ventanilla», me dijo Charly García . No sabía si dejar el billete dando un salto: la riqueza americana de las acepciones del español es lo que tiene. Podía haberle dejado un cupón de la ONCE caducado, pero no me pareció bonito. Ni cómo me trataron en un parking de una ciudad que pretende ser decente.
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