Francisco J. Poyato - ASÍ FUE CÓRDOBA
2016, cultura descafeinada
Málaga y Córdoba han seguido caminos inversos tras el fiasco de la Capitalidad Cultural 2016
Iba a ser la cultura el eje de nuestro año 2016 en Córdoba . Una especie de año profético rendido a las conjuras ciudadanas, a los colores simbólicos, a las estrellas de un nuevo firmamento, o a las hojas del calendario de otra época. De buenas a primeras, la capa romeriana que todo lo tapa se iba a dar un garbeo por la contemporaneidad sin medios que valgan y Córdoba, pléyade de referencias culturales y piedra viva de la historia, se asomaba al trampolín de la modernidad sin agua abajo que espantara sus miedos y complejos.
Ironías del destino, nos sonreíamos por lo bajinis con Málaga cuando se apuntó a la competición de las olimpiadas estetas, por aquello del aftersun cultural en la piel tostada del turismo y sus boquerones «vitorianos». Y a punto de finiquitar el malfario, resulta que Málaga se ha henchido de los mejores espacios museísticos que se han visto en los últimos tiempos en nuestro país : desde el Pompidou al Ermitage o la mayúscula planta de la Aduana. La capital costasoleña ha sido la verdadera Ciudad Europea de la Cultura en 2016 , porque San Sebastián , la elegida por la varita mágica, ha estado a lo suyo, haciendo política en su año europeo de las estrellas estrelladas... Y Córdoba, Córdoba lejana y sola .
Tal vez por esa rabia contenida en frascos de surrealismo hemos querido poner el foco en la cultura como el tema del año para nuestro anuario informativo resumen. Con cierto desencanto, y haciendo un complicado ejercicio de contraste y realidad. El año 2016 fue un imposible, pero ni siquiera con el paso del tiempo ha servido para fijar una estrategia de ciudad vinculada a la cultura. Nuestro espejo nos refleja en un delicadísimo y paradójico -cómo no- momento. Recién inaugurado un centro de creación contemporánea, a prisa y corriendo , que ha costado 30 millones de euros y nace con vocación de vivero de promesas con nombre de robot de Star War, adolecemos de un auditorio decente que permita disfrutar de conciertos y grandes eventos culturales; o a la par, de un centro expositivo de envergadura donde alojar una buena muestra pictórica o escultórica de calibre. Como siempre ocurre, soñamos a lo grande, y despertamos peor que nunca . Para colmo, si podemos, echamos hasta algún músico callejero que obra el milagro de embellecer aún más los rincones que habita. Parece que Córdoba está destinada a cultivar la «contracultural».
Sin embargo, 2016 no nos deja la boca amarga en este sabor a hiel. De nuevo el calendario nos ha traído otra fecha con sensualidad y finezza. Ha sido el año de Antonio Del Castillo , de su cuatrocientos aniversario. Uno de los mejores exponentes del barroco español, del Siglo de Oro , de la escuela paisajística, natural, así como dibujante. Pincel cordobés que ha dejado su huella para la posteridad en un viaje interior por las iglesias de Córdoba o las casas señoriales. Aunque evidenciando lo antes dicho: múltiples sedes, deslavazado empeño y falta de promoción. Sin demasiado ruido, siendo ésta una magnífica oportunidad para divulgar y hacer pedagogía (otra vez) de nuestro pasado y nuestros nombres en mayúsculas de las bellas artes dentro y fuera de nuestros confines. Qué tiempos aquellos de las magnas....
Pero también ha sido el año del Inca Garcilaso . El humanismo indiano y el surgimiento del intelectual indo-mestizo. Enterrado en la Mezquita-Catedral , se cumplieron otros cuatrocientos años de su fallecimiento, y el universo renacentista se acodó en Montilla y Córdoba para recordarnos la impronta de un grandísimo cronista e historiador inca. Aún nos queda por delante un 2017 que arranca con Ricardo Molina y mediará con Manolete en los soportales del verano en sus efemérides. De momento, en 2016, cultura descafeinada tomada a sorbos.
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