Revista 'Pasión en Córdoba'
Oración, sangre y prestigio social de la cofradía del Santo Crucifijo
La tesis doctoral de Juan Carlos Jiménez reconstruye la historia de una corporación que contó entre sus hermanos a alarifes, maestros de obra y escultores y sacó nueve pasos en la Semana Santa barroca
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Nueve pasos en sus mejores momentos, disciplinantes de túnicas blancas que se flagelaban por las calles y una ermita con yeserías barrocas y doradas. Hoy se piensa en una cofradía de penitencia, incluso en una de aquellas que nacieron en el siglo XVI ... y crecieron conforme un espíritu algo distinto del actual, y se habla de estos elementos, pero una de aquellas corporaciones era más cosas.
Si estaba asociada a un gremio era también la imagen de los profesionales que la integraban, y que al salir a la calle con sus imágenes también lanzaban un cierto mensaje a la ciudad. Juan Carlos Jiménez Díaz, cofrade de la hermandad del Amor, acaba de culminar cinco años de intenso trabajo con la defensa de su tesis doctoral, la primera dedicada a una cofradía de penitencia de la ciudad de Córdoba, y que se titula 'La antigua cofradía del Santo Crucifijo y del Patriarca Señor San José de Córdoba. Imagen y poder del gremio de alarifes y carpinteros'.
Fue la que tuvo como titular a la imagen que desde la década de 1950 se venera como Santísimo Cristo del Amor y que se estableció en la ermita que todavía sigue en pie, ya desacralizada, en la plaza de la Magdalena. Su trabajo de búsqueda en los archivos ha permitido encontrar las reglas de la cofradía que se aprobaron en 1579, pero también y sobre todo cómo los albañiles maestros de obras, escultores y tallistas pertenecieron a la cofradía y la gobernaron. Gracias a su tesis, calificada con sobresaliente 'cum laude', ahora se sabe que grandes autores de distintas épocas, entre ellos Teodosio Sánchez de Rueda o Juan Prieto, pertenecieron a ella.
Su relato está lleno de hallazgos. La cofradía del Santo Crucifijo y Nuestra Señora de la Concepción nació en el siglo XVI, pero no como penitencial, sino como hospitalaria. Si llevaban esa advocación era en busca de los privilegios que Carlos V otorgaba a las cofradías con el título de la Concepción. Se establecieron en un hospital que se llamaba de San Antonio Abad, en la zona donde ahora está la sede del Banco de Alimentos.
Lo que se conoce es a través del hallazgo de documentos, y uno de ellos es un pleito que mantiene la cofradía del Santo Crucifijo con la de la Vera-Cruz, que estaba en San Francisco, por el orden de paso: ambas querían ocupar el último lugar del Jueves Santo, el puesto de honor, y si ganó la Vera-Cruz fue porque era penitencial, y el Santo Crucifijo hospitalaria.
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Era el año 1554 y las dos salían ya en Semana Santa. Para entonces la cofradía ya tenía como titular a una imagen de Cristo muerto en la cruz, que Juan Carlos Jiménez atribuyó hace años al escultor Martín de la Torre por su parecido con otro que está en la capilla de la Asunción de la Mezquita-Catedral. Es una imagen de hacia el año 1552.
Uno de los grandes hallazgos de la investigación que se ha plasmado en la tesis es el de las reglas de 1579, que se conservan en el Archivo Comarcal de Cervera, en la provincia de Lérida. El Santo Crucifijo había llegado en el año 1565 a la ermita actual y ya se definía como cofradía de penitencia.
Origen hospitalario
En el preámbulo habla de su origen hospitalario, pero también de que se unen a una cofradía gremial, que era la de San José. Todavía está el esposo de la Virgen María en la hornacina de la fachada. En la ermita había estado el hospital de Jesucristo, que había fundado en 1385 la familia Fernández de Córdoba, y que al cabo de los años les ganó un pleito porque no estaban cumpliendo la condición de decir misa por sus almas.
En las reglas que acaban de aparecer se cuenta que la cofradía celebraba, como casi todas las demás, un cabildo de hermanos el Domingo de Ramos, y que salía el Jueves Santo, con un hábito blanco. La mayor parte de las corporaciones que iban naciendo en aquellos años vestía de morado (como las Angustias o Jesús Nazareno) o negro (como el Santo Sepulcro).
Era el Santo Crucifijo una cofradía de sangre y las reglas dicen que los hermanos debían empezar a flagelarse «al toque de campana y esquila». Es decir, explica Juan Carlos Jiménez, en el momento de la salida. Se dirigía a la Catedral, y aunque el itinerario no se especifica, «no podían ir por otra calle que Muñices».
Desde allí subían por el Realejo y San Pablo hacia la entonces plaza del Salvador y luego buscaban la iglesia mayor por la calle San Fernando. La cofradía llevaba al principio tres pasos. El primero, San José, el titular de la cofradía gremial de los alarifes y carpinteros. Luego, el Santo Crucifijo en el paso que llamaban del Calvario, porque el Señor iba con los dos ladrones: Gestas y San Dimas.
Las reglas describen cómo los hermanos debían empezar a disciplinarse «al toque de campana» y cómo era el ritual de vestirse y después de lavarse las heridas
Eran imágenes del mismo autor y tamaño y acompañaron al Cristo del Amor en su paso en la década de 1970. Cerraba la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, distinta a la que ahora va con San Juan a los pies del Cristo del Amor. La semejanza de época, estilo y tamaño había hecho creer que formaban parte del mismo conjunto, pero en la investigación de Juan Carlos Jiménez encontró cómo estaban en el Palacio Episcopal y se cedieron en los años 50 a la nueva hermandad fundada en la parroquia de Jesús Divino Obrero.
En el siglo XVI eran tres pasos, pero en el siglo XVII fueron nueve. La que más en una Semana Santa de Córdoba en que no eran extrañas cofradías con cinco pasos. El Santo Crucifijo empezaba con la cruz, de gran tamaño, con sudario y en andas, y seguía por San Juan, la Verónica, Santa María Magdalena, Jesús Preso, Jesús Nazareno, el Calvario, la Virgen y San José.
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De aquellas imágenes hay mucho que contar. En 1641 la cofradía recibió una nueva Dolorosa, que hizo Pedro Freile de Guevara, un destacado escultor autor que había firmado la imagen de San Pablo que está en la Catedral y al que ahora se atribuye también el Señor de la Caridad.
Las imágenes de Jesús Nazareno y de Jesús Preso fueron a la Magdalena cuando la cofradía desapareció, ya en el siglo XIX. La segunda terminó en la atarazana de San Pedro y allí la encontraron, muy deteriorada, los cofrades que fundaron la hermandad del Buen Suceso en la década de 1970.
Antes, Juan Carlos Jiménez sigue hablando del ritual de vestir la túnica y de preparar los flagelos, que eran de ramas secas vegetales, y que por lo tanto no tenían la fuerza de un látigo para abrir la carne y provocar la sangre, al menos en las primeras ocasiones. Lo hacían después de un largo tiempo. Aquí hay que detenerse.
El cofrade indica que en la actitud del flagelante habría penitencia y contricción seria y sincera, pero también un cierto espíritu de exhibición, de impresionar a las personas que verían a la cofradía en la calle. Se describe también en las reglas cómo se hacía la cura después de la estación de penitencia, con vino, polvo de arrayán y papel de estraza para hacer un apósito.
También funcionaban aquellas hermandades como una mutua o seguro social: socorrían a las viudas y a los hijos, garantizaban 33 misas rezadas y un enterramiento «e incluso proporcionaban la mortaja, que era un hábito nazareno».
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Imagen y poder, se titula la tesis, y eso sucede cuando ha encontrado los nombres de las personas que pertenecían a la cofradía y pagaban por su cuota. En la lista están Tomás Jerónimo de Pedrajas, arquitecto y escultor que firmó la Fuente del Olivo del Patio de los Naranjos; Teodosio Sánchez de Rueda, escultor que en pleno barroco proyectó los retablos de la Trinidad y la Compañía; Francisco Hurtado Izquierdo, autor de grandes obras y retablos en Priego de Córdoba y Granada entre los últimos años del siglo XVII y los primeros del XVIII y Francisco González de Nebrija, que fue arquitecto mayor de la ciudad.
Tienen protagonismo dos muy conocidos por los cofrades: Fernando Díaz de Pacheco y Juan Prieto. El primero fue el autor de Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado en 1713 y se encargó de la decoración de la capilla. El segundo fue el escultor de la Virgen de los Dolores muy poco después, en 1715. Juan Carlos Jiménez llama la atención porque la cofradía era el estandarte público de un sector profesional importante.
El estandarte de la cofradía en la procesión del Corpus Christi, y el Santo Crucifijo llegó a alcanzar el honor de ir emparejado con la Vera-Cruz. Tuvieron muchas propiedades y casas que rentaban, además de un cañaveral, y Juan Carlos Jiménez cree que eso tiene que ver con la construcción y con los materiales que se empleaban.
La ermita del Santo Crucifijo es hoy la sede del centro asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), y en concreto la capilla es la biblioteca, pero entre las estanterías y mobiliario es visible la hornacina central, en que se veneró al que ahora es el Cristo del Amor. Está enmarcada entre yeserías con ángeles, y sobre ella figuran la imagen de San José, titular de la primitiva hermandad, y Dios Padre. A sus pies tuvo primero a los ladrones y luego a la Virgen del Traspaso y San Juan, y en las hornacinas laterales estuvieron San José y Jesús Nazareno.
A la hora de pensar en pasos, también documentados, hay que pensar en tronos que se parecerían más bien a peanas barrocas de cierto tamaño. Andas, más bien, aunque con un mucho esmero artístico. La del Santo Crucifijo tendría que ser la más amplia y rica, tanto por la necesidad de dar cabida a tres cruces como por el hecho de que era el titular de la cofradía.
No se ha conservado, pero sí una de las que llevaban a las muchas imágenes que participaban en la procesión. Es una gran peana barroca dorada, que tras la desaparición de la cofradía barroca pasó a la iglesia de la Magdalena, y más tarde a San Pedro. Allí la encontró la hermandad de la Misericordia, que llegó a disponer sobre ella, en su paso de palio, a Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo, y que muy probablemente sirvió para sacar en procesión a alguna de las muchas imágenes que acompañaban al Santo Crucifijo aquellos Jueves Santos.
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Hay un elemento que lo atestigua y es un símbolo que se había tomado por algo distinto y que Juan Carlos Jiménez enraíza con la vinculación de la hermandad a los alarifes. Son un cartabón y un compás. Quienes miraron a finales del siglo XX a la antigua ermita, ya sin culto y en manos privadas, encontraron este signo y lo identificaron con la masonería, sin reparar, como afirma el autor de la tesis, en que en absoluto tenía sentido que esa sociedad se hubiera infiltrado en un templo. El compás y el cartabón son parte del oficio de los alarifes, albañiles, maestros de obra y tallistas, y son su escudo, que también está en el frontal de altar.
La historia del Santo Crucifijo termina en el siglo XIX. Muchas de las cofradías de entonces habían desaparecido en los últimos años del siglo anterior, pero llegó hasta 1819. En el siglo XVIII habían perdido a los disciplinantes, que eran fundamentales. En 1808 habían recibido un golpe muy duro en el patrimonio cuando el ejército francés saqueó la ermita. Habían entrado por Puerta Nueva y la dura defensa que habían encontrado en los cordobeses los enrabietó.
Juan Carlos Jiménez cree que si el libro de reglas de 1579 terminó en Cervera «pudo llegar en el viaje de vuelta hacia Francia de quien se lo llevara», dice. En aquella zona de Cataluña hubo bastantes batallas.
Además del Cristo del Amor, los ladrones y San José quedan una peana que ahora tiene la Misericordia y la capilla con su decoración en la antigua ermita
El reglamento del obispo Pedro Antonio de Trevilla de 1820 redujo todas las procesiones a una sola, con unas imágenes bien determinadas, y en la práctica provocó que las cofradías dejaran de salir durante casi treinta años. El Santo Crucifijo alcanzó la segunda mitad del siglo XIX, cuando las cofradías empezaban de nuevo a querer salir a la calle, aunque en principio sólo fuera en la procesión oficial del Santo Entierro.
Entre 1819 y 1840 hay una laguna documental, y en 1854 participó el Crucificado en el cortejo del Viernes Santo. En años posteriores todavía se deja constancia de la presencia de los cofrades de la hermandad de San José. En 1877 el obispo Fray Ceferino González entregó la ermita, que ahora se llamaba sólo de San José, al Círculo Católico de Obreros, así que no perdía el vínculo con los profesionales que habían formado parte de la cofradía ya disuelta.
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El Crucificado salió en 1955 hacia la nueva parroquia de Jesús Divino Obrero, en el Cerro, y el resto de imágenes quedaron entre la Magdalena y San Pedro. En la Magdalena estaban los ladrones, que llegaron a salir con el Cristo en la década de 1970, que regresaron de forma efímera para el Vía Crucis Magno en 2013, y que ahora siguen acompañándolo en el sagrario. El libro de reglas recién rescatado, la historia en documentos y la veneración al Cristo del Amor quedan como testigo de una fecunda historia.
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