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Semana Santa de Córdoba 2023

Lunes Santo, un corazón distinto para revivir

La crónica

Las seis hermandades, con estrenos de de mucho peso, brindan una jornada que renueva sus mejores rasgos

Así te hemos contado el Lunes Santo de Córdoba

La Virgen de Gracia y Amparo, con el estreno de su manto Álvaro Carmona
Luis Miranda

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Como la liturgia, la Semana Santa se recrea y renueva todas las primaveras. Cristo nace cada año con la misma felicidad de su primera venida al mundo y muere dejando el sagrario vacío todos los Viernes Santos y el aire de tristeza emplomada aunque todos crean que al poco resucita. Todos son días con cofradías en la calle, aunque cada uno tiene su aire propio, la personalidad que le dieron las cofradías que lo forjaron.

Los ritos que siguen quienes las buscan en las calles no cobran forma como una suma de imágenes vistas en ciertos lugares, sino con el contraste y la mezcla, con el ir de cierto barrio preciso a una calle exacta y con el no recordar, al menos en el cansancio de la noche, dónde se han visto ciertas flores, qué marcha seguía a qué Virgen en concreto.

Los que no quieren oír hablar de la Madrugada temen sobre todo que si hay hermandades que se marchan los días actuales se quedarán mutilados, extraños. Como en esas jornadas de lluvia intermitente que nunca son completas si alguna prefirió ser cauta.

Sucede que un día de Semana Santa es nuevo, pero también se parece al que se añoraba como dos gotas de agua, y si el que ha salido a la calle cierra los ojos y guarda los recuerdos, tendrá después, en la dulce digestión de la primera semana de Pascua, que recordar qué rasgos, qué detalles y qué caminos tomó que fueran distintos a los de otros años. Queda la sensación de que es 2023 como puede ser también cualquier año que no fuera de la maldita pandemia.

El Señor de la Redención, en sus primeros metros Ángel Rodríguez

Porque empieza el día en la avenida de la Agrupación Córdoba, en el sol rabioso de una tarde que madruga, y termina la noche en una candelería gastada que puede ser siempre la misma o distinta, y el alma se mira al interior al escuchar el 'Miserere' o un tambor ronco. Es una sinfonía con todas sus partes.

Cada uno la hará a su manera, pero quien quiere llenarse los pulmones con todo lo que puede arranca con la salida de la Merced, la más temprana de todas las que salen por la tarde. No eran las cuatro menos cuarto de la tarde y la avenida ya estaba llena de nazarenos blancos. Y no es hábito, ni muchos menos rutina, sino la necesidad de ir al deleite seguro, porque el que ha ido ya algunos años sabe que encontrará enseguida al Señor de la Coronación de Espinas, que irá más doliente como si el sol le abrasara tanto como las espinas y las heridas en el cuerpo tumefacto.

El manto de Gracia y Amparo y los faldones del Remedio de Ánimas se suman al mejor patrimonio

Y así es, y se le puede acompañar un rato por el perfil, que es la mejor forma. Faltan los detalles para distinguirlo y es el año en que se estrenan los medallones de orfebrería de Emilio León con las frases del Credo, que culminan un paso rico en lo artístico y con fundamento teológico.

Se puede mirar la combinación de colores en torno al rojo y las espinas de siempre, y al poco de buscarle la mirada al cielo, hay alguien que despierta del sueño: viene la Virgen. No, no es una repetición, como no se repite la liturgia ni se repite la Semana Santa. Puede que se parezca, pero es sobre todo distinto el corazón del que está, que tiene otras muescas, más alegrías, tal vez otra preocupación. El corazón que revive.

La Virgen de la Merced avanza por San Lorenzo Rafael Carmona

Sí, vuelve a caminar a su perfil izquierdo, y se pega tanto que si alguna vez debe cambiarse casi la extraña, porque la recuerda siempre como ayer: el andar largo, la elegancia exquisita, las jarras llenas de rosas de distintos colores pálidos, la cera rizada, la música que consigue ganarle partido a la anchura.

Y al entrar en Edisol, cuando se repara en los respiraderos casi completos de Ramón León y Pérez Artés, los que marcan el camino a la renovación del paso de palio, y como todavía no hay otras cofradías en la calle, el que sólo visita ese barrio el Lunes Santo ya se conoce los atajos para ir rápido y sin molestar del Señor a la Virgen, y no se sorprende del ritmo rápido de una cofradía que sabe disfrutar y andar al mismo tiempo. Repara entonces en el manto llamado de las ofrendas, que se le ha colocado en combinación con el que todavía es liso, y que deja un imagen impactante de oro y blanco cuando la vista está de frente.

Hay nazarenos de la Sentencia cruzando por las avenidas anchas que llevan al Centro de Córdoba y a la sombra de los grandes edificios del Vial queda la tarde de Semana Santa en la Huerta de la Reina. Quien no conoce los nombres de las calles se deja guiar por el instinto, por las esquinas precisas que recuerda hasta que escucha un acorde que le estremece o encuentra un capirote azul y al lado un cirio rojo sangre. Ese es el lugar. Hasta allí hay que ir, y mucho mejor si es cerca del barrio viejo, nada más salir.

El Señor de la Redención está en un misterio con música, que no es lo mismo que un paso con banda. Bandas puede haber muchas, pero cuando avanza se cierran los ojos y suena una combinación precisa, una elegancia que no se confunde, un gusto que no está en las modas sino en saber que si se reza con la música la oración tiene que ser la mejor. No hay otra.

Por el Señor y por sus músicos la tarde nunca es lo bastante larga a la hora en que las demás cofradías esperan y el Señor no ha dejado en la vitrina una túnica bordada para sacar otra vez una lisa. No es lo de todos los años, porque tal vez la vida ha ido segando alguna ilusión o dejando también algo bueno y quien acude siempre se encuentra con la misma mirada de Jesús, que sabe que Caifás le retorcerá las palabras hasta encontrar un motivo para condenarlo.

El Cristo del Remedio de Ánimas, poco después de salir Álvaro Carmona

A la salida, y también cuando el misterio llegó a la carrera oficial, volvió a mandar Juan Rodríguez Aguilar, su capataz histórico y antiguo hermano mayor de la cofradía, con el inconfundible estilo que ayudó a definir la personalidad de un paso que avanza arrasando.

A la Virgen de la Estrella se la recordaba con flores rosas y con ellas viene, en una gama de especies finas con colores de sutileza extraordinaria, que contrastan con el azul y la plata de su paso, y era el techo, con su penumbra, como un alivio de la claridad de la tarde, y de un calor que no fue excesivo.

Está ya la cofradía en el Centro, en los Jardines de la Agricultura, donde tantos han entendido que tienen que buscarla no para repetir, sino para renovar lo de todos los años, y en cada vez con las circunstancias de cada momento.

El Lunes Santo ya está multiplicado para entonces. Los que tienen mejores piernas van con algo de tiempo el Puente Romano para evitar las bullas de la carrera oficial y cruzar al lugar del que tiene que llegar la Vera-Cruz. Sí, se recordaban muchos esperándola al acercarse a la torre de la Calahorra, y más en los cielos abiertos y eternos que quedan cuando la cofradía contempla el bajar de las aguas del Guadalquivir.

Lo cruzó el año pasado con el temor de una lluvia que terminó llegando; esta vez lo hace en el atardecer todavía alto de un cielo azul. Mira el que nunca falta el terciopelo ya algo ajado, con todo el sabor, de algunos nazarenos. Encuentra el lignum crucis en las manos del sacerdote Ignacio Sierra, busca la naveta con forma de nautilus que ha cincelado Manuel Valera y sobre todo quiere mirar los símbolos de la cruz que abraza, o más bien lleva como una bandera, que era esa la intención fundamental, el Señor de los Reyes.

El día dejó un retraso de media hora cuando entró Ánimas por algún problema acumulado

Hay una confesión de fe cuando cruza por el San Rafael y las palmas de los mártires, una como confirmación de la Córdoba cristiana que termina en oración con la Virgen del Dulce Nombre, en su paso de palio cada vez más completo, ya de silueta inconfundible, en las jarras de claveles blancos de la forma que sólo las lleva Ella.

Repara entonces el que lo vive todos los años algo que ya notó hace un tiempo: que las cofradías del Lunes Santo saben a dónde van, que apenas hay errores y que lo que se empieza se va terminando y se termina bien. Por eso hay ya apenas terciopelos lisos, desde luego nada de pasos en madera y todo parece tener el camino de lo que tiene que ser pleno.

El Señor de los Reyes, a contraluz en el Puente Romano Rafael Carmona

Lo recuerda tal vez porque piensa en buscar a la Sentencia, que tenía que conseguir que el manto que lleva su Virgen desde hace más de dos años se bañase por fin en la luz del Lunes Santo de Córdoba. Por la plaza de San Nicolás, por la calle San Felipe, Ramón y Cajal, Tesoro y la Trinidad, la bulla es única, porque saben muchos que en la salida están los sitios contados, que hay que seguir caminando hasta encontrar el primer hueco en el que meterse y esperar a los nazarenos rojos.

Para distinguir entre alguno de los Lunes Santos vividos, es éste en el que el Señor de la Sentencia volvía a tener las manos atadas a la espalda, como no pudo salir el año pasado y como había estado estas dos últimas Cuaresmas. Había ido así en sus primeros años, con túnica blanca como símbolo de inocencia. Este Lunes Santo debía ser la monumental que bordó Pérez Artés, y si la salida fue difícil, compensa a los que esperan avanzando con toda majestad después por las calles.

Cada misterio es de una forma, y aquel en el que al Señor lo condenan a muerte viene con la solemnidad que hace que hasta las cornetas parezcan de silencio que acalla, y el que no está no necesita más que cerrar los ojos para poder imaginarlo, porque lo amasó tantas veces en los recuerdos que es capaz de reconstruirlo. Los cofrades recordarían que puede ser la última salida desde el atrio de San Nicolás, pero lo pensaban ante María Santísima de Gracia y Amparo.

Sí, la Virgen ha estado en el paso en todos los años, desde que iba liso hasta ahora, pero un palio culminado de esa forma, con un bordado como sólo puede ofrecer Pérez Artés y la admirable conjunción, tiene un aire de cantata perfecta, una oración consumada de las que se dicen saboreando cada letanía y cada palabra con lo que dicen, sin rutina. La luz de la tarde se engarza en los hilos de oro y la de la noche da la razón a la vieja historia de los palios que se disfrutan cuando se van marchando en la perfección.

El Santo Cristo de la Salud, en el inicio de su estación de penitencia Ángel Rodríguez

El resto es también lo de siempre, pero de nuevo el corazón lo renueva. Con ocho campanadas, la bulla que entretiene la espera charlando pasaba a ser corazón expectante y silencioso. No es cierto que Ánimas impresione menos de día. El oro de la piedra de San Lorenzo y la luz del sol dan luz a lo que es bello, y la cofradía tiene la belleza multiplicada, en especial en torno al Cristo. Sus faldones son otro tesoro para el patrimonio de la Semana Santa, con los símbolos que será necesario desmenuzar de aquí a bastantes Lunes Santos.

Eso sí: hay que mirar y dejar de ver el rostro dormido del Señor sobre la cruz, el velo con que el Lunes Santo se hace más profundo que nunca, y luego reparar en la deslumbrante combinación de flores rojas donde había desde helechos y rosas hasta calas. Por rápido que vaya, siempre queda atrapada el alma en el 'Miserere' y en la reflexión sobre los pecados. La Virgen de las Tristezas resuelve en algo más de dulzura el tono penitencial del Lunes Santo y al hacerse de noche, al alma la convocaba un tambor.

Qué mejor que encontrar al Cristo de la Salud por alguna calle oscura, dejando al alma ser intuitiva. Ese primer momento es tan feliz como dejarse invadir por la cofradía de nazarenos de cirios altos, la primera en Córdoba.

Transforman la calle y obligan a comportarse de cierta manera, y así se une el que quiere a su oración hasta que llega el Crucificado. Rafael Mariscal debía flotar en alguna voluta del silencio del Cristo de la Salud para que sepa que sería Lunes Santo eterno, pero ninguno es como los demás.

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