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Rute, el 'planeta Navidad' estalla en el corazón de la Subbética de Córdoba
La localidad recibe unas 70.000 visitas desde octubre en torno a la industria gastronómica vinculada a las Pascuas
La cena de Nochebuena, la más cara de la historia
Rute es un sitio que huele. Que huele muy bien. A anís, a chocolate y a mantecados. A piononos y a jamón. A queso, a panceta y a garrapiñada. Pasearse por los alrededores de la plaza del Fresno a la hora incierta en la que el mediodía enseña los dientes del aperitivo es una actividad peligrosa, doliente, si uno no lleva el estómago lleno o al menos con el poso del desayuno bien asentado. Este pueblo encajonado en la Subbética alta, pedregosa, verde y parda alimenta solo con darse un garbeo. En el Museo del Anís, situado el cogollo del municipio, se hace fuerte el rosolí, una variedad de anisado que prepara Anselmo Córdoba, el director de esta institución que ha superado ya con creces el siglo de vida.
«Café, anís, hierbaluisa y canela: éste es el secreto de unas de las bebidas más características de la ribera del Genil», comenta el hombre mientras remueve la olla de grandes dimensiones en la que la bebida toma cuerpo y, al tiempo, perfuma de un modo intenso la casa que linda con la fábrica de anís Machaquito, la que más licor produce en la localidad.
La Navidad es un estado de ánimo, una creencia, una tradición. Y también un negocio, un entretenimiento, una excusa para viajar. Que se lo digan si no a los entorno a ciento veinte visitantes al Museo que gestiona Córdoba y que en la víspera del sorteo extraordinario de Navidad atestaban el lugar. Formado por personas mayores en su mayoría —jubilados, amas de casa procedentes de provincias limítrofes—, el grupo era uno de más de los muchos que se han acercado al municipio del sur de Córdoba como quien saca la entrada para un parque temático. Porque allí las Pascuas empiezan un par de meses antes que en el resto del planeta. El municipio suma 70.000 visitas de octubre a diciembre.
«El público cambia ahora, justo en los días inmediatamente anteriores a las Fiestas. El autobús muere ya, y empiezan a ser mayoría los turistas que vienen por su cuenta, con su familia, con los amigos», expone el dueño del Museo del Anís, una institución privada que está tutelada por Destilerías Duende. «Como empresa funcionamos desde 1908 y como museo desde el año 1994. Esto es de mi familia desde su fundación: la abrió mi abuelo», indica el director antes de guiar a los visitantes por el inmueble.
«Esta Navidad no es completamente normal, aunque Rute sigue siendo el principal reclamo turístico de Córdoba durante estas fechas, ya que multiplicamos por diez el número de visitantes», se extiende mientras conduce como un pastor generoso y sabio a sus huéspedes desde el Museo, en la plaza del Fresno, a las bodegas Duende, a unos cientos de metros y en una zona más elevada del pueblo, de 9.000 habitantes.
Amable con los antipáticos
Anselmo es excesivo. En el buen sentido de la palabra. Amable hasta con los antipáticos; embajador del terruño hasta con el más convencido de que lo mejor del mundo está no allí, sino en su casa, en la Costa del Sol o en Dos Hermanas; entusiasta de la conversación demorada, de la que no tiene por qué conocer un final. Si alguien vende Rute es él. Y lo hace como nadie. «Aquí elaboramos los anisados desde 1630: dulces, secos y licores por maceración», señala entre las barricas a sus invitados.
¿De dónde viene esta tradición? Él responde: «Luque es un pueblo de Reconquista frente a los que nos rodean, que hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Se fundó en torno al 1500 y tenía tres partes de cultivos: una de olivar, otra de viñedo y otra de sementera. El viñedo de Rute nunca pudo competir con la calidad de los de nuestros vecinos de Montilla-Moriles, y alguien tuvo a bien, entonces, llevar a cabo destilaciones, con lo cual se obtiene una nueva materia prima, que tiene dos finalidades: una es la de encabezar vinos que se han quedado cortos en graduación, y otra la de perfumar estos nuevos aguardientes para consumo directo, o perfumarlos con semilla de matalauva, que es quizás donde Rute tiene el matiz que lo diferencia del resto».
A partir de ahí, y después de asumir que de la destilación se podía vivir y ganar dinero, vino la diversificación del negocio. «En esta casa vendemos hasta una veintena de licores distintos, porque hemos ido ampliando: en el siglo XVIII ya se produce un salto adelante, porque a los anisados clásicos se suman las maceraciones de palo clásico, como el rosolí o el licor de guindas. Posteriormente se han ido sumando nuevas tendencias, sobre todo en el siglo XX coincidiendo con la incorporación de la noche a España a través del auge del turismo y de las bebidas espirituosas. Ya hay licores lácteos, de mango, en un guiño a nuestros vecinos malagueños, así como el vodka caramelizado hecho con alcohol de trigo, y la ginebra GinGay; y seguimos manteniendo sabores tradicionales como el brandy o el limonchelo con cáscara de limón infusionada, y también hacemos bellota, y tres cócteles sin alcohol. También elaboramos marcas blancas», resume.
«Ya hay licores lácteos, de mano, vodka caramelizado y ginebras»
Anselmo Córdoba
Director del Museo del Anís
Cuando los turistas acaban el recorrido por Bodegas Duende y parece que a la yuxtaposición de olores narcóticos de sus estancias centenarias le va a seguir el aire puro que baja de la sierra sucede que no. Porque en el primer cruce de su camino hacia la plaza del Fresno les invade un golpetazo de viento anisado que los descoloca. Todo procede de las Destilerías Raza, en la cercana Ronda de Priego.
José Manuel Molina es su dueño actual. «Soy de la quinta generación de mi familia que se dedica a este negocio: empezamos a dedicarnos a esta actividad en 1876 pero con otra marca, que hoy en día sigue en funcionamiento; Raza se fundó en 1932», informa el empresario. «Esta Navidad se ha recuperado la normalidad en la campaña en cuanto a a turismo. Nosotros hacemos visitas a nuestra destilería y se ve todo el proceso, desde que se echa la primera gota de alcohol y de agua en la caldera hasta que sale terminada la botella», señala.
«La campaña de Navidad empieza para nosotros el 12 de octubre y acaba el 31 de diciembre, y podemos contar en nuestra fábrica unas siete mil visitas en las Pascuas. En Rute hemos llegado a tener más de cien factorías de anís y 54 destilerías en plena actividad», agrega junto al alambique de las instalaciones, esto es, la máquina de fabricación del anís que se compone de una caldera embutida en el suelo con su fogata debajo para prenderla con leña de olivo y completar, de este modo, el proceso de la destilación.
Al frente de una firma con ocho empleados en temporada alta de actividad, como es la actual, y con siete en los meses de labor regular, José Manuel Molina se hizo cargo de la factoría hace unos años cuando su padre se retiró. «Me encontré un negocio del siglo XIX: poco a poco vamos haciendo cambios y mejoras y vamos subiendo. Fabricamos al año cien mil litros de anisados y facturamos unos setecientos mil euros anuales».
«Fabricamos al año cien mil litros de anisados, y facturamos unos setecientos mil euros»
José Manuel Molina
Destilerías Raza
Rute es pequeño y cerca de las instalaciones de Destilerías Raza camina Kika Caballero con cara triste. ¿Quién es esta señora? La esposa de Pascual Rovira, el presidente de Adevo, la entidad que se dedica a la conservación de los burros, que es la especie animal que, junto a los mantecados y al anís, ha puesto al municipio en el mapa. «Ha muerto el cerdito Dior, que fue bautizado por los familiares de Chistian Dior y que llevaba con nosotros trece o catorce años junto a los burros», se duele la mujer. Pero no todo es lamento: «Ahora, de lo que hay que alegrarse es de que, después del Covid, ha habido una vuelta a la Navidad con muchas ganas, quizás con menos autobuses y con más particulares», indica Caballero.
Los Mellizos
Va a dar la hora de comer y abren boca los puestos callejeros de Los Mellizos, que regentan Asunción López y Antonio Ramírez. «Los días de fin de semana funcionan muy bien, pero los de diario no tiran igual», coinciden. «Vendemos la garrapiñada, los turrones, los bombones. Llevamos aquí dieciséis años. Pocos cambios ha habido a excepción de la pandemia», se despiden.
A un paso está el Museo del Jamón. Pablo Jiménez es el hijo del dueño. «Es la primera vez desde el Covid que se nota una cierta normalidad, porque se ve que la gente tiene muchas ganas de salir a la calle y de vivir la Navidad: quizás hay un pelín menos de visitas que el año justamente anterior a la pandemia, pero las cifras son muy buenas», declara el joven en la céntrica tienda de la firma señera que cuenta con veinte empleados, que factura 1,3 millones de euros al año —casi un tercio de esa cantidad durante las Pascuas— y cuya actividad va desde la crianza y matanza de cochinos para elaborar embutido, a la venta directa y a la exposición de productos y de aperos de época. La estrella de la sala es una artesa de madera, de una pieza, que heredó su bisaluela.
A pesar de que hubo cifras más abultadas en los años inmediatamente anteriores a la pandemia, el músculo turístico de la localidad se mantiene: el Ayuntamiento ha colocado un contador de visitas y la estimación hasta final de la campaña es de 70.000.
La fuerza comercial de la Navidad posee una cualidad centrífuga: a las afueras de Rute, en carretera que lleva a Lucena, están la factoría, el despacho de dulces y la exposición de Galleros Artesanos. Cuesta encontrar sitio en el aparcamiento, atestado de autobuses de escolares. Jorge Garrido es el responsable del montaje del Belén de chocolate.
«La campaña va bien, hemos llegado a niveles de prepandemia aunque el arranque ha sido más suave de lo que podíamos esperar, y pensamos que ha sido por las altas temperaturas del otoño», declara. «Este año, el Belén es de temática tradicional hebrea, y se une al salón de personalidades, donde están el Papa Francisco, los Reyes y Rocío Jurado», suscribe este empleado de una firma que da trabajo a 115 personas y que exporta a Chile y a Marruecos.
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