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climatología

La ruta de la sequía en Córdoba

Un recorrido de contrastes entre las presas de Sierra Boyera, casi seco, y La Colada, prácticamente lleno mientras los habitantes de Los Pedroches y el Guadiato aguardan una solución definitiva a los problemas del agua

La conexión de La Colada y Sierra Boyera, que paliará los problemas de agua del Norte, adjudicada

Un hombre extrae agua del pantano en un camión cisterna valerio merino
Rafa Verdú

Rafa Verdú

Córdoba

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Aprimera vista, los pantanos en época de sequía pueden resultar engañosos. Incluso en uno pequeño como el de Sierra Boyera -41 hectómetros de capacidad máxima, casi 50 veces menos que el de Iznájar y 150 veces más pequeño que el mayor de España, el de la Serena en Badajoz-, la lámina de agua se extiende durante kilómetros hasta perderse de vista. Aguas abajo de la presa, las orillas del Guadiato son un vergel que contrasta con el ocre de unas tierras agostadas. Da la sensación de que aquí no falta el agua. Es todo un espejismo, una ilusión.

Unos pocos cientos de metros adelante el Guadiato más parece un arroyo de escorrentías que un verdadero río. Y el embalse de Sierra Boyera, a los pies de Belmez, está a punto de secarse. Hay marcas evidentes de lo que está pasando, como la línea que deja el agua a máxima capacidad. Donde empieza la dehesa termina el pantano y hoy en día los árboles están, en algunos puntos, a cientos de metros de la orilla.

También se aprecia en la figura de la toma de agua para el consumo, una espantosa torre de cemento que emerge decenas de metros sobre la superficie. Es fea porque no está pensada para su contemplación, sino para que permanezca sumergida. Y si todo esto no basta sólo hay que mirar las estadísticas oficiales. En la última medición, el pantano de Sierra Boyera, del que beben casi todos los pueblos de la zona norte, está al 12,2 por ciento de su capacidad máxima. Ha perdido un hectómetro cúbico de agua en apenas una semana y sólo le quedan cinco (y eso después de las lluvias de la pasada semana), pero no se pueden usar todos para el abastecimiento. Es necesario dejar un mínimo para garantizar el caudal ecológico.

Distintas previsiones

Cuándo se secará Sierra Boyera es algo que nadie puede predecir con exactitud, pero el día en que eso ocurra dejará de salir líquido en los grifos de las casas de casi 80.000 personas si antes no se pone remedio. Retrocederán a la Edad Media, al menos en cuanto a abastecerse de agua. Algunos alcaldes de la zona norte han hecho sus cálculos y piensan que el pantano no aguantará hasta más allá de finales del verano.

En la empresa provincial de aguas, Emproacsa, tienen una visión más optimista y creen que puede durar aún otros cinco meses, gracias entre otras cosas a las medidas para reducir el consumo que ya se están aplicando. Francisco, un jubilado de Belmez que pasa la mañana en el embale pescando con su hijo y sus dos nietos, hace sus predicciones de otro modo. Señala un muro que sobresale del agua apenas un metro y recuerda que era una vieja casa de labranza en las huertas del Guadiato cuando aún no existía el embalse, allá por los años 70. Más abajo había otra cortijada y «cuando esa aparezca, entonces se acabó todo». Lo dice con resignación y sabiendo de lo que habla, porque no es la primera vez que ocurre. Y no será la última.

Imagen principal - Los efectos de la sequía en los embalses cordobeses
Imagen secundaria 1 - Los efectos de la sequía en los embalses cordobeses
Imagen secundaria 2 - Los efectos de la sequía en los embalses cordobeses
Los efectos de la sequía en los embalses cordobeses VALERIO MERINO

Su hijo Quico, criado en Belmez pero ya madrileño de adopción -le delata el acento-, recuerda una juventud en la que el pantano era parte de su vida. «Cazábamos tortugas, nos bañábamos, pescábamos... nos veníamos con las litronas», rememora con una sonrisa. Ahora poco sabe sobre la situación crítica en la que se encuentra su pueblo de veraneo. «Unos técnicos de la Confederación me dijeron que iban a hacer un trasvase o algo así, ¿no?». Sí, es algo así, pero mientras llega la solución el pantano no deja de perder agua.

Manuel, natural de Peñarroya-Pueblonuevo pero residente en Belmez, también pasa sus mañanas a la orilla del pantano con sus aparejos de pesca. Cada día tiene que adelantarse un poco más. Describe así cómo va menguando el pantano: «Hace una semana el agua estaba dos o tres metros más allá. Y de un día para otro puede moverse casi medio metro». La pérdida del agua también la notan los peces -black-bass, barbos, muchos peces gato y «dicen que hay lucios también, pero yo no los he visto»-, que cada vez se acercan más a la superficie porque «el agua tiene menos oxígeno», dice con propiedad. Aquí y allá se ven algunos saltando. Si el pantano se seca, morirán todos sin remedio. Ya pasó en la brutal sequía de los años 90, cuando Sierra Boyera se consumió por entero.

«Entonces vinieron máquinas para enterrar a los peces muertos, pero no recuerdo lo que hicieron para poder beber», rememora. Toda el agua que se consume en las comarcas del norte debe pasar por la planta potabilizadora de Sierra Boyera, situada a unos metros de la presa.

La solución a los problemas de abastecimiento pasa por conectar la estación con otro embalse que sí tiene agua, el de La Colada, situado a unos 40 kilómetros en línea recta, entre El Viso y Belalcázar. Esa es la obra que la Junta, en la etapa del PSOE, dejó paralizada cuando apenas quedaban unos metros para llegar hasta el final, y que el Gobierno del PP retomó un año y medio después de ganar las elecciones de 2019. Pero las cosas de palacio van despacio, y se sabe que la Junta aún tardará meses en terminar su parte.

Demasiado tarde para la situación crítica que vive la zona, de modo que el Estado ha tomado las riendas y asumirá una conexión de emergencia y provisional entre La Colada y Sierra Boyera a través de la Confederación Hidrografica del Guadiana, que tiene competencias en la zona. Ése es el proyecto del que hablaba Quico, que acaba de ser aprobado por el Gobierno esta misma semana. La Junta hará lo mismo con el suyo en unas semanas, de modo que al final puede que estén en marcha al mismo tiempo dos obras para hacer la misma cosa, una provisional y otra definitiva.

Todo por no haber alcanzado un acuerdo antes. Partiendo desde Belmez, los primeros kilómetros de la conexión con La Colada no parecen fáciles para los ingenieros. Es una zona agreste con suaves colinas que el agua tendrá que sortear mediante estaciones de bombeo que requieren un potente suministro energético.

Y a estas comarcas no sólo les falta el agua, tampoco llega en condiciones la electricidad. Hay en la ruta abundancia de arroyos que serpentean entre la carretera. Se intuye su presencia sólo por los bosques de ribera en los que se enseñorean los eucaliptos, porque el agua no se ve por ningún sitio. En sus márgenes pacen sobre todo ovejas que al mediodía buscan la sombra de chaparros que por su tamaño parecen centenarios. Luego el terreno llanea hasta llegar a la confluencia de los ríos Guadarramilla y Guadamatilla, que alimentan la presa de La Colada levantada a comienzos de este siglo.

Mientras ese pantano no esté conectado a la potabilizadora de Sierra Boyera, su agua no sirve para el consumo. Los ganaderos pueden emplearla para dar de beber a sus animales, tras obtener los permisos de la Confederación del Guadiana. Pero para eso tienen que ir a por ella, y es lo que están haciendo.

Agua que viene y va

A las colas del pantano acude cada día Rafael Cano, un joven camionero que carga 30.000 litros en una cuba con cada viaje. Los ganaderos han contratado a su empresa para que haga tantos portes como pueda y en ese oficio se turna con otro compañero todos los días desde el mes de mayo. «A algunos de ellos les dura el agua un solo día y tenemos que ir a diario», asegura mientras el camión se carga con una bomba que hace un ruido infernal. Tarda entre una hora y hora y media en llenar la cisterna, que luego tiene que transportar y descargar. Y vuelta otra vez a la colada. Como mucho puede hacer, junto con su compañero, cuatro viajes al día. Insuficiente para las necesidades reales de la zona, de modo que «a ver si le dan pronto una solución a esto», asegura. La obra que va a ejecutar el Gobierno central contempla una estación con capacidad para bombear 400 litros por segundo; podría llenar su camión en poco más de un minuto, sólo que el agua llegaría directamente al grifo.

«A algunos de ellos les dura el agua un solo día y tenemos que ir a diario», asegura mientras el camión se carga con una bomba que hace un ruido infernal.

Tarda entre una hora y hora y media en llenar la cisterna

, que luego tiene que transportar y descargar. Y vuelta otra vez a La Colada«.

La Colada es ahora mismo un bonito lago de interior y poco más. Los vecinos de las comarcas manchegas sí pueden beber del embalse porque Castilla La Mancha realizó a tiempo las conexiones, pero en Los Pedroches sólo sirve como playa. Y este año ni siquiera eso, porque su agua está tan contaminada con pesticidas y otras porquerías que la Junta prohibió el baño a comienzos del verano. Ningún cartel, al menos de forma visible, avisa de esa circunstancia, más bien lo contrario. «Aguas limpias y analizadas», reza el cartel de bienvenida. Por eso se molestan Inés y su padre, que han llegado a La Colada desde Belalcázar, a más de 30 kilómetros, a pasar una mañana agradable con dos niños pequeños.

«En el pueblo supongo que lo sabrán pero nadie nos ha dicho nada», protestan. La esperanza para las comarcas de Los Pedroches y el Guadiato pasa por conectar de una vez ambos pantanos, cosa que puede llevar meses en el mejor de los casos. Antes siempre queda confiar en los caprichos de la lluvia. Como recuerda optimista Manuel, el pescador que nunca ha visto un lucio en Sierra Boyera, cuando terminó la sequía de los 90 «llovió dos meses seguidos y el pantano se llenó». Los cielos tal vez arreglen lo que el hombre no ha sabido ordenar en la tierra.

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