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Cultura

Romero Barros vuelve a ser pintor en el Museo de Bellas Artes de Córdoba

El centro reúne paisajes, bodegones y escenas que muestran la maestría de un personaje crucial

La musealización de la Sinagoga sigue parada tras quedar desierta

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Luis Miranda

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La posteridad dejó a Rafael Romero Barros (Moguer, 1832-Córdoba, 1895) el papel de que muchos se refiriesen a él por circunstancias tangenciales a su tarea de artista. El padre de Julio Romero de Torres, el conservador del Museo de Bellas Artes. El maestro de grandes autoras que comenzaron a trabajar en la Córdoba del siglo XIX y hasta el intelectual que lanzó el aviso de que había que salvar la Sinagoga.

Todo es tan real como que ha podido tapar la importancia de la obra de uno de los grandes pintores de Córdoba en el siglo XIX. De ello habla ahora el Museo de Bellas Artes en la exposición que celebra los 190 años de su nacimiento y los 160 de su llegada a Córdoba, la ciudad en la que desarrolló una labor muy activa que avanzó lo que sería la gestión cultural en el futuro. Se acaba de inaugurar una exposición con buena parte de los fondos que se conservan de su tarea como pintor.

Como apunta el Museo de Bellas Artes, Rafael Romero Barros, aunque nació en Moguer, era de padres pozoalbenses y se formó en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla antes de establecerse en Córdoba. De Barrón aprendió la técnica del paisaje, que fue en la que más brilló, y la que tuvo ocasión de desarrollar en la ciudad en la que pasó más de la mitad de su vida.

En el año 1862 Rafael Romero Barros llegó como conservador y restaurador al que entonces se llamaba Museo Provincial de Bellas Artes, que se había fundado 18 años antes. Desarrolló este trabajo y muchos más, porque fue secretario de la Comisión Provincial de Monumentos, el puesto desde el que luchó por gran parte del patrimonio, y también fue profesor de la Escuela de Bellas Artes, donde aprendieron de él sus hijos Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres, Tomás Muñoz Lucena o el escultor Mateo Inurria, entre otros muchos.

El Museo de Bellas Artes propone en la exposición un viaje por su quehacer creativo, sobre todo en la época en que estuvo en Córdoba. Por eso empieza con dos dibujos que hizo como boceto para otras otras mayores, a modo de estudio. La mayor parte de su obra forma parte de los fondos del Museo de Bellas Artes tras la donación de la familia en el año 1938.

El grueso de la exposición está compuesto por los lienzos, en los que el espectador puede asomarse al talento de Rafael Romero Barros para mostrar un paisaje que siempre está lleno de vitalidad, colorido, elementos vegetales con exuberencia y agua. Las posibilidades estéticas de un río y sus reflejos son constantes en las obras, como se ve en 'Estanque de la antigua huerta de Morales', en que la pincelada compone una obra de gran intensidad.

Más sorprenderá al espectador 'Rincón del antiguo hospital de la Caridad', porque este edificio, para entonces ya despojado de su anterior función, era ya Museo de Bellas Artes en una época en que Romero Barros todavía mostraba allí un burro, un perro y un gallo, como si fuese una casa de campo y no un edificio que siempre estuvo en el corazón de la ciudad.

La exposición tiene bastantes ejemplos del paisaje, que en Córdoba encontró Romero Barros sobre todo en la Sierra y en lo que rodeaba al Guadalquivir. Así, en 'Acueducto árabe con naturaleza' la presencia del ser humano es secundaria en un lugar en que se funden la exuberancia de lo vegetal con la arqueología que tanto gustó al autor.

Los reflejos en el río

El Guadalquivir se asoma en lienzos en que aparece otra de las pasiones de Romero Barros: el costumbrismo. Así, en 'Domingo en Córdoba a orillas del Guadalquivir' un grupo de jóvenes disfruta en un pequeño embarcadero en la zona de Miraflores, y el pintor desarrolla su virtuosismo para los reflejos en el río.

'Chicos jugando a las cartas' evoca a la pintura de Murillo, que conoció bien en Sevilla, aunque sin el elemento marginal: son sus propisos hijos los modelos. La muestra recoge además bodegones, otro de los clásicos de la pintura, tanto de uvas como de naranjas, que incluso se muestran en unión con el azahar, la flor que bota de este árbol.

El paseo por la obra de Rafael Romero Barros concluye con su único ejemplo de pintura orientalista, fruto de un viaje a Marruecos. Él tituló su obra 'Mora en su jardín', pero los estudiosos, al ver la forma de vestir de la joven, concluyen que se trata más bien de una novia sefardí, ya que tiene la vestimenta propia que las mujeres judías tenían en España, y que conservaron después de su marcha obligada en el siglo XV.

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