Mirar y ver
Menores al peso
Estos son niños y adolescentes -imaginemos a nuestros hijos-, están solos, en un país extraño, acogidos en espacios que superan su capacidad
Hay veces que, para algunos, la vida se vuelve cruel y ladrona. Hay a quien, por robarles, les ha despojado hasta del nombre. Ahmed, Fátima, Said, Mamadou, Aminata..., obligados a resumir su existencia en una sigla: MENAS, menores extranjeros no acompañados, migrantes que llegan ... solos a nuestras costas y que esperan protección y futuro. Los amparan los sueños junto a las pocas pertenencias con que se marcharon, ahora mojados a fuerza de miedo y rotos por la desesperanza. Llegan tras mucho tiempo y largos y penosos viajes, de los que prefieren no hablar. Después el mar, peligroso y oscuro. No todos sobreviven. Los llamamos Menas, pero tienen nombre, un hogar, padre, madre, hermanos y amigos que los aman y rezan para que lleguen sanos y salvos. Confían en no haberlos perdido para siempre y que alguna llamada o noticia los libre de la incertidumbre.
Cuando alguien abandona cuanto tiene, se arriesga en una travesía incierta y última, intenta saltar una valla mortal, se expone a ser deportado o a iniciar una vida sin garantías, es que la desesperación le pisa los talones. Estos son niños y adolescentes -imaginemos a nuestros hijos-, están solos, en un país extraño, acogidos en espacios que superan su capacidad, donde los que los cuidan, recursos y personas saturados, hacen más de lo que pueden, mientras ellos esperan al destino.
Esta es la situación de Canarias y, también, de Andalucía, en la que la llegada de inmigrantes menores es continua. De vergüenza, literalmente una vergüenza, está siendo la polémica derivada de la reforma de la Ley de Extranjería, que, en lugar de centrarse en la mejora interna de nuestra política migratoria, convencer a la Unión Europea de que es un problema de todos, no solo de los territorios frontera, y trabajar junto a los países de origen, todo se reduce a un reparto de inmigrantes entre comunidades. Están aquí, son niños y nos necesitan, pero se los instrumentaliza, usándolos como arma arrojadiza con intereses políticos. Son cosificados, menores al peso, convertidos en un número y las medidas para su cuidado, reducidas a trasladarlos, según recriminaba la Consejera de Inclusión de la Junta con mucha razón, «como maletas en las bodegas de un avión»
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