mirar y ver
Al mal tiempo...
Cuatro años después del Covid, España —ya sabemos por qué y cómo— anda revuelta y el mundo envuelto en conflictos y guerras
Mujer (8-3-24)
Una semana como esta hace cuatro años, que ya parecen lejanísimos, el gobierno declaró el estado de alarma, en todo el territorio nacional, para afrontar la situación provocada por el Covid-19. Como en una distopía, detenían el tiempo y suspendían las libertades más ... elementales. Cuando salimos de él y de la tragedia sanitaria, pensamos que habíamos crecido, que el dolor había forjado cimientos personales y colectivos sólidos, que la fragilidad nos había mostrado lo esencial de la vida, pues no hay nada que haga valorarla más, que sentirse amenazado por el sufrimiento y la muerte. Pero somos seres de débil memoria y, ahora, poco queda de aquella fuerte experiencia que nos zarandeó a todos individualmente y como sociedad.
Cuatro años después, el país, —ya sabemos por qué y cómo—, anda revuelto, y el mundo envuelto en conflictos y guerras que no acaban, migraciones a las que no se ofrecen soluciones justas, políticas de desprecio y cancelación de la vida, aunque se legislen constitucionalmente, emergencia climática sin modificar ni uno solo de nuestros hábitos, un mundo desigual que nos hace culpables. Y la incertidumbre, como elemento de control, orquestado desde arriba, para provocar el conformismo y la búsqueda de distracciones que ahoguen la perplejidad y el miedo, porque el ser humano no puede vivir en la inseguridad, necesita certezas como el árbol raíz profunda. Una crisis del optimismo por decreto ley, como casi todo.
La persistente sequía ha hecho que recibamos, con alegría desbordada, la lluvia, el desapacible tiempo, el tornado que se llevó por delante, en la ciudad, grandes árboles, pesados aparatos de climatización, farolas y vallas, con buena cara y lo que hiciera falta, con tal de ver correr el agua, subir el nivel de los pantanos y alejar la realidad de las restricciones. Mal tiempo y buena, muy buena cara, manteniendo el temple y disputando la adversidad. Esta actitud debería ser una constante que haga salir de la inercia y la no movilización. No se es pesimista por afectarse por lo que sucede y responder a sus bravatas. Esa es la única manera de desafiarlas. Lo contrario es ser pájaro de mal agüero, tonto que aguanta el chaparrón, que además ni pía, ni canta ni vuela.
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