mirar y ver
Correr, correr deprisa
Maldita la mala costumbre de correr delante del tiempo que astutamente nos pisa los talones, nos urge y nos adelanta, hasta dejarnos exhaustos
María Amor Martín: Premios premiados, Averroes de oro

Mientras todavía disfrutamos del turrón y los dulces navideños sobrantes, -aunque nos impusimos como propósito del nuevo año, a sabiendas de su difícil cumplimiento, no probar ni uno más-, leo, aquí mismo, que el Ayuntamiento ha presentado ya el programa del Carnaval 2025. ... Arrancará con la 'Salmorejá' y los preliminares del concurso de Agrupaciones en tan solo dos semanas. Y luego Cuaresma y luego Semana Santa y después los escaparates llenos de primavera y los bañadores que huelen a playa, aunque siga haciendo frío, y luego... Luego, mañana antes de que hoy termine, mañana siempre mañana. Maldita la mala costumbre de correr delante del tiempo que astutamente nos pisa los talones, nos urge y nos adelanta, hasta dejarnos exhaustos. Como el Conejo Blanco del cuento de Alicia, con el reloj en pata, jamás se nos cae de la boca el «Llego tarde... Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo». Correr, correr deprisa, para anteayer lo que era de mañana y, para hoy, lo que ni siquiera sabe el futuro.
Nuestra cultura, vertiginosa, sobreestimulada, permanentemente insatisfecha, esclava de la rapidez y el logro, promete, engreída y fatua, el cumplimiento del deseo, de la aspiración, del éxito por venir, siempre más, más alto, más grandioso, más lejos, en una carrera interminable, que no permite siquiera una tregua en suspenso para responder hacia dónde y para qué. Sin destino ni propósito no es fácil vivir. Como los prisioneros encadenados en la caverna de Platón, se sobrevive de confusas apariencias, pensando que son realidad. «Día hecho de tiempo y de vacío:/me deshabitas, borras/mi nombre y lo que soy,/llenándome de ti: luz, nada/.Y floto, ya sin mí, pura existencia» -dice Octavio Paz.
Y esto no perdona ninguna edad. Niños a los que se les arrebata su tiempo lento y su saber disfrutar del presente, del ahora mantenido, porque aún no acumulan abundancia de pasado ni han descubierto las exigencias del futuro, cargándolos de actividades extraescolares e incitándolos al hacer, sobre el sencillo y feliz tan solo ser. Los jóvenes atizados por las expectativas ficticias provocadas por la imagen en las redes sociales: los más guapos, los mejores cuerpos, los más viajeros, los de más amigos, los más a la moda, los mejores lugares, los momentos más intensos, «subidón», que dura lo que requiere un like, e inmediatamente de nuevo a empezar. Ardua tarea cotidiana. Así no hay manera de agarrar el presente, que se nos escapa a cada rato, sus verdades, detalles, sabores, sentimientos, colores, texturas, abrazos y amores. A todos, la realidad nos recuerda que entre logro y logro, foto y foto, video y video, acontece la vida, y que mientras corremos apresurados, ella pasa. Necesitamos solicitar nuestro propio «tiempo muerto», parar para ver la grandeza de lo ordinario y descubrir que el instante, hoy, aquí, es lo único real y puede ser eterno.
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