mirar y ver
La ciudad llovida
La lluvia borra las huellas no deseadas y renueva los caminos, el aire, tu voz, tu empeño, porque la lluvia se torna río, arroyo y cascada de alegrías
La Diputación de Córdoba alerta de la nueva borrasca en el Norte y la Campiña este jueves y activa medidas de prevención

Llueve y no deja de llover. Lluvia de quejas insensatas por el agua a la que no estamos acostumbrados. En agosto la echaremos de menos, desmemoriados ya de la pasada sequía. Toca sobrellevarla, personificada y con nombre propio: Jana, Konrad, Laurence, agradecerla ... por responder a tantos ruegos y plegarias y disfrutar de los sonidos amortiguados en la ciudad llovida. Lluvia en la buena campaña olivarera y la inquietante tormenta de aranceles. Lluvia de la Bondad fraterna en el barrio de la Fuensanta.
Lluvia de ventas de sillas para la carrera oficial de la Semana Santa, con la esperanza de que las nubes cesen. Lluvia de torrijas y caracoles. Lluvia que rebosa en los pantanos, en la Altea, Guadalvalle y Ribera Baja, en los Baños de Popea, en la Sierra de Cabra por las Chorreras y la Fuente del Río. La lluvia crecida del río incita a imaginar la realidad de un Guadalquivir navegable y estaría bien que lo fuera. El rugido del agua, ahora atrevida, despierta un sueño de siglos: romanos, árabes, piratas vikingos, embarcaciones pequeñas para transportar, entre otras mercancías, metales, aceite o cereales, las voces de Fernán Pérez de Oliva y de Ambrosio de Morales, defendiendo, ante el Cabildo Municipal, la navegabilidad del río en la Córdoba del XVI, el intento de Carlos Mendoza, ingeniero de una empresa hidroeléctrica, para hacerlo posible a principios del XX, y la sombra del último barquero del río manso que, no hace tanto, cruzaba a quien lo solicitase de Miraflores a la Ribera. Siglos y siglos de aguas hasta hoy. Llueve y no para de llover y nunca lo hace a gusto de todos. Mientras los niños cantan «que llueva, que llueva...» y los mayores le rezan a la Virgen de la Cueva, llueve guerra, llueve armarnos hasta los dientes porque tenemos miedo y hace frío. Nos llueve atrincherarnos bajo paraguas que cierran fronteras y una borrasca continua de malas decisiones de quienes se creen dueños de la tierra.
Pero también llueven besos amantes, la mirada verdadera de los hijos, los abrazos amigos. Llueve lluvia de dolores que moja el suelo del cuerpo y llora en los cristales del alma y lluvia que sonríe porque fecunda una feliz primavera. Lluvia deshecha en lágrimas y lluvia que cae a borbotones desbordada e impaciente como esperanzas juveniles. Cae el agua del tiempo que nada deprisa y se van en su corriente los años que no vuelven. Llueven bendiciones que apenas hacen ruido, lluvia de deseos con tanta fuerza que no los podrá secar el estío, ese abrazo de la lluvia generosa capaz de redimir un desierto. Gotas de espejos sobre uno mismo, como un pájaro varado bajo la lluvia. Lluvia que borra huellas no deseadas y renueva caminos, el aire, tu voz, tu empeño, porque la lluvia se torna río, arroyo o cascada de alegrías inesperadas como los arcos de Iris.
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