La Graílla
El pueblo uncido
Lo que parece clamor de ciudadanos, visto de cerca son personas que andan pendientes de las instrucciones
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Una manifestación es siempre cuestión de enfoque. A los doscientos, a los cien y a los cincuenta metros puede parecer expresión de dignidad de los ciudadanos hartos que piden a quienes tienen que representarlos que resuelvan los problemas enquistados. El letrero que la encabeza ... , las banderas que rara vez se parecen a la que está en la Constitución y las siglas bien altas parecen un río de indignación que ha desbordado el cauce de las urnas y amenaza con anegar las instituciones que tendrían que ser más sensibles y a los cargos que juraron lo que no cumplen y prometieron cosas que siguen esperando.
Cuando se avanza un poco, a los veinte metros, y más a la distancia en que se puede mantener una conversación sin gritar, hay ocasiones en que lo que antes parecía un clamor de contribuyentes determinados con la furia de quien sabe que sus asuntos se tienen que defender todos los días y no sólo el de las elecciones, de pronto son personas obedientes y cautas que siguen al que va delante pendientes de las instrucciones que les den, que llevan pancartas que han hecho otros y que gritan las rimas que iban ensayando en el autobús por el camino.
El jueves pasado se suspendió el Pleno del Ayuntamiento de Córdoba por varias protestas que corearon consignas desde el mismo momento en que empezó la sesión, y más allá del debate sobre si pudo haberse aguantado un poco más o de si la decisión estuvo bien tomada, el que pasó por entre la gente que un rato antes esperaba a las puertas, y serpenteó pidiendo paso y recibiéndolo con total cortesía, encontró ojos que dudaban más que afirmaban.
Quedaba la duda de saber si alguno de ellos sabía que la construcción del nuevo centro de salud de Villarrubia no dependía del Ayuntamiento de Córdoba, aunque la barriada esté en el término municipal, sino de la Junta de Andalucía, y eso por no hablar del de Fernán Núñez, que también llevaban algunos en las pancartas. Lo que sí está claro es que quien les hubiera invitado a sumarse a la manifestación con palabras encendidas de que iban a conseguirlo sí que tenía claro que Juanma Moreno, que aparecía en los carteles, no estaba en aquel lugar ni ninguno de los que se sentaban tenía competencias para liberar presupuesto con que afrontar las obras sanitarias.
La conclusión puede ser inquietante, porque en el lugar que la ley reserva para las personas que se interesan por los asuntos de la municipalidad se habían sentado a gritar masas obedientes que creían defender una causa justa para muchos guiados por quien puede buscar más algún rédito político que gozarán pocos. Vistos así no son distintos de los leales con que Sánchez Gordillo recorría Andalucía hace tantos veranos y que a una orden suya igual cortaban el AVE, se sentaban en las mesas de un banco, asaltaban un supemercado o se bañaban en Moratalla. La consigna popular hispanoamericana que cantaron en el Ayuntamiento debería añadir una letra: son el pueblo uncido.
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