La Graílla
Morir en las palabras
La promesa del sacrificio por la patria suena bien en el beso a la bandera, pero todos esperan no tener que hacerlo
Entre Poublanc e Iturria Ardeak (13/1/2024)
Las palabras explotan como minas cuando de pronto les brota el significado. En los himnos y en los poemas, en los discursos y en los reglamentos, han terminado por hacerse tan neutras como la tinta encima del papel. Dar la vida por España. ... Derramar la sangre si fuera preciso. «Y por verte temida y honrada / contentos tus hijos irán a la muerte», dice el himno de Infantería. «Soy un novio de la muerte», dice un legionario en una canción de épica aguerrida. Los soldados elevan las piernas al compás de la marcha fúnebre y una melodía promete que Dios ha llevado a la luz al compañero caído.
La promesa del sacrificio suena bien en la mañana radiante en que se besa la bandera, pero en el fondo casi todos, y no sólo es lo humano sino también lo sensato, esperan no tener que hacerlo, como esas parejas que se prometen amor eterno y se rompen cuando aparece un cuerpo más joven o una voz más dulce.
Todo recuerda a veces a quienes vieron el estreno de 'Salvar al soldado Ryan'. Tronaba la pólvora, se escuchaba el desgarro de las carnes de quienes no tenían otra opción que dejarse la vida en la playa y el mar de Normandía y hasta la desesperación se escuchaba por los altavoces, pero al salir del cine uno estaba entero y feliz de que el golpe decisivo a los alemanes se lo hubieran dado otros.
En Cerro Muriano ahora la muerte por la patria no es una posibilidad en un bosque estadístico, sino una certeza que acecha detrás de la niebla que se funde con el agua gélida de un lago, allí donde la espesura es blanca y angustiosa como la ceguera que describe Saramago. Se entrega la vida en unas maniobras y de pronto no parece haber ni ofrendas, ni antorchas ni apenas honores, y hay otras palabras que al pronunciarse se clavan en la garganta como si hubiera pinchos en el guiso.
La autoridad, la obediencia y sus límites, la orden, y todos los que visten uniforme saben lo que significa esa palabra, y la duda de que no hubiera un cable de acero al que agarrarse si lo contrario era hundirse en el fondo turbio. Al decir castigo repara la cabeza en el tiempo que había pasado sin escuchar esa palabra en un contexto de adultos, al pensar en lo prohibido que se tolera se pregunta si de verdad nadie con más estrellas sabía nada y al mencionar los kilos de más en la mochila no parecen tan lejanos los latigazos atávicos de las teocracias islámicas.
Quedan por pronunciar en estos días otras palabras que no van a curar, pero a lo mejor pueden aliviar un poco. La responsabilidad en todos los grados, la justicia, la compensación y sobre todo la verdad que tiene que brotar de la investigación y las explicaciones, de levantar la niebla para ver mejor. Quién sabe si el silencio y la puerta cerrada no son el camino más corto para que aquella institución que pasó en pocos años de ser la más temida a la más apreciada por los españoles empiece a verse otra vez en el espejo que le devuelva un reflejo de arbitrariedad y sordera.
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