La Graílla
Mayo cojea
El éxito numérico de la Cata, una fiesta frágil, es un espejismo a contracorriente de la sociedad y de la diversión en el quinto mes del año
Levántate y anda (30/3/2024)
Sin que se notaran fuera los síntomas de crisis ni nadie abriera el melón ficticio de redefinir el modelo para dejar después que se pudrieran las tajadas, el Mayo festivo, el mes de Córdoba y el tiempo de la diversión sin final ha empezado ... a romperse. En realidad hacía bastantes años que estaba lleno de grietas y desconchones, aunque hubiera una capa de cal reparadora que todos los años lo dejara para disfrutar, pero ahora se le ha desgajado la parte más frágil y tiene pinta que no será tan fácil reponerla en la forma que tenía hasta 2023.
La Cata del Vino era mayo antes de mayo porque mayo ya es como el salto de la reja de los rocieros y empieza cuando hay un arrebato de tradición indefinida e impaciente: las Cruces son en abril, siguen los Patios y cualquier año la Cata iba a empezar el Viernes Santo para darle un plus al turismo que viene a la ciudad en esos días. Su éxito numérico era el de un espejismo: un modelo a contracorriente en la sociedad y en el quinto mes del año.
Los bodegueros ofrecen al público vinos elaborados con la paciencia de una tradición y con matices que los hacen distintos de los demás y hasta de los de otros años. Quienes, como mi padre, tenían suficiente con un medio que paladeaban con la conversación y les duraba toda la noche sin necesidad de embriagarse, son capaces de distinguir entre unas bodegas y otras, entre olorosos y finos y entre el aroma de un joven afrutado y el del que merece disfrutarse con un poco de queso añejo durante bastantes horas. Es un saber que a la finura de las papilas suma la inteligencia de parar antes de que el vino aturda, si es que hay quien tiene destreza es un arte imposible.
Ese público que escucha las explicaciones de los enólogos es como el que sale a la calle en Semana Santa, sabe en qué tiene que fijarse, disfruta de las marchas que no hacen ruido y se acuesta sin haber hecho sonar las palmas aunque haya disfrutado más que un cochino en un charco.
La gente joven que brinda y ríe quizá lo hiciera con cerveza o gin tonic si no fuera porque el vino es lo que toca beber en la Cata, y apenas sabrá decir que está más rico mientras más copas se han vaciado sin el menor sentido de la contención.
Ahora el Consejo Regulador piensa qué hacer con lo que podría ser un feria de muestras y una oportunidad de promoción, pero en realidad es una fiesta para la diversión eufórica, como las demás. Al llegar las Cruces, que no dejan de ser una invasión bárbara y efímera del Casco Histórico, ya no hay obligación de preguntarse por la etiqueta del vino ni por el número de frituras del aceite.
Los Patios son también cristal que sus dueños, mientras les quede paciencia, protegen de las poses para fotografías, las mochilas y la curiosidad de pasar donde no se debe y la Feria es a la vez fea y fuerte, porque es para bastantes la ocasión de saltar, beber y volver tarde sin la excusa de finuras que en el Arenal son minoritarias. Así que será eterna.
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