La Graílla
Antes de leer
El libro sobre Bretón sólo tendrá sentido, y ni eso, si el lector escucha en sueños la voz que cuenta su plan frío
Ahora que llueve
Nacer, ser, desear
Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas. Lo había dicho Santa Teresa y lo comprobó en su misma alma Truman Capote: se hizo inmortal con 'A sangre fría', pero para escribirla tuvo que bajar a unos ... infiernos de los que no pudo regresar nunca. Para el lector es un descomunal reportaje sobre un crimen real escrito con la técnica de una novela, pero el que se reponga del puñetazo y mire entre líneas sabe que la implicación personal con los asesinos no le saldría gratis: tras asomarse a las torturadas mentes de quienes habían matado a cuatro personas, ponerse en su piel y verlos morir en la horca la catarsis de la escritura no fue suficiente para regresar sin heridas. Desde 1966 sólo publicó cuentos y una novela que sólo vio la luz en 1987, tres años después su muerte, y que se titulaba 'Plegarias atendidas'. Los cuatro disparos que mataron en total a seis personas también a él lo dejarían malherido.
Holcomb está en las lejanas llanuras de Kansas y el crimen queda ya tan lejos en el tiempo que hay tentación de pensar que no es más que una mentira gozosa, como todas las novelas. Los que han leído 'El adversario' tragan saliva y cierran las páginas horrorizados en el momento en que Emmanuel Càrrere cuenta cómo en el juicio contra Jean-Claude Romand se hace sonar la grabación de un contestador en que una mujer deja un mensaje para su marido y se escucha la voz del hijo en común, de cinco años: «Volvemos pronto, Papá, te queremos». El lector ya sabe que los matará a los dos, a la otra hija y a sus padres, y tiene ganas de hacer lo mismo que hizo el juez en la sesión: llorar de espanto y dejar el libro a la espera de reunir fuerzas para seguir.
Las narraciones audiovisuales y ciertas coberturas televisivas convirtieron el espanto en un producto de consumo y a partir de cierto momento el espectador que tendría que haberse conmovido se convirtió en un adicto insaciable: más que ponerse en la piel de las familias que pasarían por dolores indecibles miró como se mira una serie o película de giros imprevistos. Eran mucho más importantes los nuevos capítulos que el sufrimiento ajeno.
Antes de leerla, nadie podrá opinar sobre 'El odio', la obra en la que Luisgé Martín indiga en los motivos, si es que tal palabra puede emplearse, que tuvo José Bretón para matar a sus hijos, quemar sus cuerpos y aventar sus cenizas en aquel otoño aciago de Córdoba. Sólo entonces se sabrá si merece que citar a Capote y Càrrere para defenderla.
La justicia tendrá que decir si puede publicarse o si es necesario proteger el honor de las criaturas y de su madre, pero si acaba por llegar a las librerías quizá sólo tenga algo de sentido si el que ha escrito y el que lea escucha de noche la voz del que no puede llamarse padre contando su plan frío, si en las pesadillas aparecen niños que se duermen sin saber que no despertarán. Y ni eso. Para leer con morbo historias ajenas que entretienen ya está Hannibal Lecter.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete