La Graílla
Juan el Bautista comía langostas al horno
Alguien pensó que la Navidad era poco botín y han hecho en Adviento un calendario de bombones y cosméticos
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Pensaba el alma dormida que con la Navidad se habían dado por satisfechos. En unas pocas décadas, la televisión, el consumo y el avance del nihilismo como una mancha de aceite habían conseguido que la vieja celebración del Nacimiento de Cristo se convirtiera en ... una campaña comercial o en otra excusa para regalar lo que nadie necesita.
La Navidad ya no era el reencuentro con la familia ante una mesa que por muchos alimentos que reuniera siempre tenía mucho más corazón entre los que se sentaban, y mucho menos una misa especial en que las voces se hacían jubilosas y había que besar al Niño Jesús, sino un tiempo agotador de excesos y ritos sin ganas que la desfiguraba hasta el punto de que muchos dimitían de ella por no reconocerla y sobre todo por ver cómo los demás asumían sin rechistar las comilonas de una cáscara vacía.
Cuando la fiesta ya estaba en los huesos de unas geometrías abstractas en las luces de las calles y de unas canciones en lenguas bárbaras que habían arrinconado a los villancicos tradicionales, fueron a por los días que la anteceden. Desde los años noventa no eran más que una antesala de compras frenéticas y descerebradas en espacios comerciales cada vez más grandes, pero hace poco alguien pensó que la Navidad era poco botín y entonces bombardearon con los calendarios de Adviento.
Los que no miran en las tiendas si no es imprescindible creyeron que serían aquella importación que de la Alemania luterana habían hecho los catequistas para los niños que resistían en el catolicismo en estos años, y que consistía en restar días con oraciones, obras y buenos hábitos que prepararan el alma para la llegada del Salvador.
En poco tiempo el calendario de Adviento pasó de rezar el rosario en familia o entregar comida a quien lo necesite a una carrera de cosméticos y bombones, de descuentos y cheques regalo, de viajes para quienes pueden ausentarse del trabajo y de rutas de vinos que miente quien no diga que les parecen del todo iguales. Sorda blasfemia para una época austera en la que se invita a hacer penitencia ante la llegada de Quien lo medirá todo, y que aunque anuncie el día de la liberación también escucha en la voz de Isaías el clamor del Altísimo al ver al hombre tan terco de no seguir sus mandamientos.
Si a tanta colección de frivolidades hay que llamarle Adviento cualquier día Juan el Bautista ya no será el profeta de voz áspera que clamaba contra los que se pensaban inmortales: «¡Raza de víboras! ¿Quién os ha dicho que podréis escapar al castigo que os aguarda?». No se parecerá al predicador que Juan de Mesa esculpió ascético y vigoroso en la obra que ahora impresiona en el Museo del Prado, sino un sibarita que si comía langostas no eran el insecto que arrasa las cosechas, sino el crustáceo de precio astronómico que se prepara en arroz o al horno y del que nadie dice que haya que esperar a Navidad para zampárselo, ahora que también han ocupado el Adviento.
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