La Graílla
La edad de la inocencia
Lo que va a pasar en España sucedió en Córdoba en 1999: la gente no elige a los alcaldes, sinos a los concejales
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Lo que ahora está a punto de pasar en el Gobierno de España sucedió en Córdoba una noche de junio de hace casi 25 años. Los que habían crecido viendo urnas cada pocos años en sus colegios se habían aprendido la lección de que la democracia era un sistema en el que gobernaba aquel al que elegían la mayoría de los ciudadanos y pensaban que las elecciones no se diferenciaban demasiado de las votaciones artesanales para elegir delegados de clase o representantes de los alumnos en el Consejo Escolar.
Aquella noche de junio de 1999 el Califato Rojo de Córdoba se quedó en una simple taifa de nueve concejales, ocho menos que en 1983, pero Rosa Aguilar compareció con la sonrisa que no se quitaría en diez años para anunciar que daría respuesta al voto de izquierdas. Sus nueve y los seis del PSOE daban raspada la mayoría absoluta frente a los 14 del PP de Merino y San Antonio, aquel domingo 13, emparejó a los socialistas con la mujer que los había azotado sin piedad desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados.
Cuatro años antes habían tenido un poco más de mayoría, pero los socialistas quisieron dejar caer a Izquierda Unida con la idea de sustituirla y Rafael Merino fue alcalde con diez mil votos menos de los que consiguió cuando perdió la vara de mando. La inocencia se perdió en 1999, los que se sorprendieron supieron lo que significaban mayorías simples y absolutas, y aprendieron que no elegían a los alcaldes, sino a los concejales.
A partir de entonces sabían que había que sumar con rapidez o tener una calculadora cerca las noches de escrutinio y al llegar el campanazo de las andaluzas de 2018 no tuvieron más que ver la pantalla donde campeaban los doce escaños de Vox para saber que se había terminado el régimen.
Después del pacto primero vino otro, en 2007, y uno más largo y tortuoso, en 2015, que fue el que hizo alcaldesa a Isabel Ambrosio con siete concejales, los cuatro de IU y otros cuatro de un grupo llamado Ganemos Córdoba que decidía sus cosas en asambleas de ciudadanos con tiempo libre. En todas ellas hubo que explicar la razón por la que el trofeo no se lo llevaba el primero en la clasificación, que fue siempre el PP, y pasaron de la mayoría progresista y el voto de izquierdas al bien de los cordobeses para frenar a la derecha casposa y neoliberal.
Todavía no decían la palabra, pero aquellos pioneros de los pactos ya trabajaban en el relato e interpretaban el resultado de las urnas como los adivinos leen el futuro en lo posos del café. De algunos de ellos tuvo que aprender el presidente del Gobierno para deducir que de las elecciones generales del 23 de julio ha salido el mandato de que es necesario borrar los delitos de quienes dieron un golpe de Estado y decir que los jueces se equivocaron al reprimirlo, pero aquí nadie rompió tanto. Los diez milones de euros del Palacio del Sur son una negligencia beatífica al lado de todo lo que puede venir cuando Sánchez siga comprando votos con la dignidad de los españoles.
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