Libre Directo
Valera, vigente en su bicentenario
Acaso Juan Valera fue un exponente de esa tercera España, tan necesaria siempre, que prefiere pensar a embestir
Esta semana se han cumplido 200 años del nacimiento en Cabra de Juan Valera (1824-1904) escritor, político y diplomático de gran prestigio. Y Cabra, que sabe cuidar como nadie la memoria de sus ilustres vástagos (Francisco Hernández de Córdoba, Luis Aguilar ... y Eslava, Dionisio Alcalá-Galiano, Martín Belda o el propio Valera) lo ha celebrado con un importante congreso internacional sobre su vida y obra, que ha contado con la participación de más de cuarenta profesores, seis conferencias plenarias, quince conferencias de especialistas en su obra y en la literatura de la época y más de veinte comunicaciones, además de un extenso programa de actividades paralelas. El Ayuntamiento egabrense, con su alcalde Fernando Priego a la cabeza, lo ha liderado, secundado por las universidades de Córdoba y Complutense, la Diputación y la Junta de Andalucía, entre otras instituciones.
El inmortal autor de 'Pepita Jiménez' y 'Juanita la Larga' es recordado principalmente por sus novelas y críticas literarias, pero en este congreso y en estos días se han destacado también sus facetas de político y diplomático. Valera fue un hombre culto y «disfrutón», que se diría hoy, quien como diplomático obtuvo fortuna y experiencias en sus destinos de embajador de España en Portugal, Estados Unidos y el Imperio Austrohúngaro, mientras que no buscó en la política hacer dinero sino ayudar a mejorar la sociedad y coger fama. Fue diputado nacional, secretario del Congreso, senador… y siempre un verso suelto, «un liberal con alma conservadora», lo define Gregorio Luri. Su liberalismo templado y su catolicismo liberal teñido de escepticismo, le alejaron de los extremos en la España del estéril siglo XIX de enfrentamientos civiles, que las primeras tres décadas del XX no hicieron sino agravar.
Escribía en una reciente Tercera de ABC el catedrático Rafael Jiménez Asensio: «Valera fue enemigo acérrimo de la intolerancia y del fanatismo. Y atacó ambos males con la imagen gráfica de la muralla que -a su juicio- se pretendía construir (recuérdese el 'muro' actual) como negación del pluralismo o de la libertad de conciencia, por la que tanto batalló don Juan. Las raíces de esa intolerancia son, sin duda, histórico-religiosas; pero la inteligencia e intuición de Valera ubicaban fácilmente ese fenómeno en el terreno de la política española, contaminándola por completo, tanto en los siglos XIX y XX, como en los últimos tiempos. Vivió en un momento clave de una España que no acertó a sentar las bases de su convivencia futura. Mas fue lo suficientemente clarividente y profundo en sus análisis para saber que los atajos en la historia conducían al desastre. El siglo XX avalaría sus tesis. Y el actual las confirma». Acaso Juan Valera fue un exponente de esa tercera España, tan necesaria siempre, que prefiere pensar a embestir.