pasar el rato
Tiempo y eternidad
El Año Nuevo no trae nada nuevo, salvo lo que nosotros pongamos en él
Yo soy lo viejo, yo fui lo nuevo, yo soy el tiempo. El agonizante 2024 es un año que me ha devorado, pero yo he sido ese año. Borges —porque uno se inspira en el Homero argentino— quizá aprobaría esta adaptación de su teoría del ... tiempo, si hubiera podido ver el año que se va con sus ojos exhaustos de tanto mirar hacia adentro. El 024 abandona también Córdoba, de manera que despedirlo sin melancolía es el acontecimiento más importante de hoy en nuestra ciudad. Córdoba despide el año, y para su fortuna no lo hace de manera diferente a sus fugaces contemporáneos de otras tierras. Cuando dentro de unas horas llegue 2025, cada uno volveremos a ser ese año durante todo el año, que nos devorará. El Año Nuevo no trae nada nuevo, salvo lo que nosotros pongamos en él. Los días, lo que nosotros les demos; las horas, lo que nosotros les digamos. Y así ocurrirá con todos los años que queden hasta que el calendario se disuelva en la eternidad, donde se habrá acabado el tiempo. No puede descartarse que lo echemos de menos.
Supongo que para evitarnos la nostalgia tiene Dios prevista la resurrección de la carne. Quienes creemos en Dios, porque nos parece más distinguido que creer en Pedro Sánchez, envejecemos a favor del tiempo, y a eso lo llamamos esperanza. Uno espera la resurrección de la carne para poder contemplar la cara estupefacta del teólogo Pablo Iglesias y no hacerle ningún reproche, pese a todo. Una carne sin tiempo parece un contradiós, pero sospecha uno que le dará amenidad al más allá. A la carne del tiempo, en cambio, le gustan las despedidas. Y los recibimientos, que se parecen tanto. Por eso se prepara para el tránsito con una alegría fingida, un poco sobreactuada. Adiós y hola, eso es todo. Porque despedimos y recibimos a nuestro siempre desconocido yo, todavía no logrado. Esta noche larga y tumultuosa nos embriagaremos para celebrar un despropósito: Que ya no somos los mismos, no sabemos si para bien. Por la mañana estará la alegría más pálida que ayer. Y que en la Seguridad Social nos quiten lo bebido. Nadie se embriaga dos veces con el mismo whisky, lo dijo Heráclito mirando pasar por Córdoba el Guadalquivir.
Unos días después, el empinado enero se encargará de rebajar la temperatura de los sentimientos forzados. Las rebajas de enero. Como no sabremos qué hacer con nuestra decepción, compraremos un pañuelo barato para enjugar las lágrimas que traiga el año. Las risas se las llevará el aire, para engalanar la ciudad. A Borges le gustaba recordar este verso de Boileau: «El tiempo pasa en el momento en que algo ya está lejos de mí». Como es el caso del año 2024. Para el maestro, el tiempo es la imagen de la eternidad. Es sucesivo porque habiendo salido de lo eterno quiere volver a lo eterno. En eso consiste el futuro, en «el movimiento del alma hacia el porvenir», que es la eternidad. Y hasta aquí ha llegado la pesada metafísica del tiempo que nos lleva. Cuando se vayan los Reyes Magos, volveremos a cantarle a la bagatela, a la chilindrina, a la cuchufleta, a exaltar la frivolidad y la nadería. Volveremos al Consejo de Ministros.
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