Pasar el rato
Estación de penitencia
A mí me parece que, en algún momento del año, Córdoba tiene que pagar por sus abundantes perfecciones.
Veraniega Córdoba en llamas, hirviente solar del sol. Córdoba está todo lo cerca que puede estar de su amado una muchachita pudorosa, sin llegar a abrasarse. Tócame, Roque. No porque sea pecado, es que resultaría muy desagradable. Y si el pecado no da satisfacciones, ¿de ... qué se va a arrepentir una, padre? – De tu falta de imaginación para pecar, hija. El sol injusto de Córdoba acuchilla las calvas y dora el muslo bello, es un sol arbitrario y desigual, un sol sanchista. Córdoba, 12 de julio del año de gracia municipal de 2024. Eran las cinco en todos los termómetros. Eran las cinco a fuego de la tarde. Miro con preocupación cómo arde julio en la calle, y decido salir, en busca de argumento para el artículo semanal. De qué escribir hoy, que no sea del sol. El sol, la muerte y yo, qué otras cosas interesantes hay más allá de los cristales. Y la muerte puede esperar, no tiene atractivo con estos calores. Antes, cuando uno escribía un artículo diario, y hasta alguno más, cada nuevo tema llegaba por el impulso de los anteriores. Entonces era uno más joven y desafortunado, porque conoció y trató a los mejores, que dejaron en su alma un complejo irremediable de medianía. Pero me enseñaron a fracasar con estilo, y eso me consuela de no haber alcanzado la grandeza. Ninguna noticia puede competir hoy con el hiriente sol de Córdoba. Ninguna. Mucho menos el diálogo sobre los edificios de más de seis alturas. Por el amor de Dios refrigerado, con lo cerca que está Córdoba del sol y pretenden que los heroicos cordobeses se aproximen todavía más. «¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!», protestaba Miguel Hernández; rascacielos en Soria o en Burgos, a ver si llega hasta allí algún rayo calentito de los de aquí. Pero en Córdoba, una comunidad achurrascada, parece un contradiós. En el desierto de Gran Vía Parque, a la altura de la Plaza de Toros, me siento desfallecer. Pero no me parece el lugar apropiado para dar mi último mugido, como si uno fuera un sobrero de la ganadería de Muñoz Machado. Además, que la muerte es un acto frío, el calor ha huido de ella. El rayo más ultra de la ultraderecha solar pone ante mis ojos deslumbrados toda mi vida pasada. Me arrodillo sobre un adoquín derretido por el sol y lloro por mis abundantes errores. Oigo a lo lejos un clarín. Debe de ser el del Juicio Final, hoy no hay toros en Córdoba. El malvado sol no me permite tomar conciencia de mis lágrimas, las seca apenas insinuadas. Así no hay manera de saber si estoy arrepentido. Será mejor seguir pecando sin imaginación, y esperar tiempos mejores en invierno. La penitencia ya la tengo hecha.
A mí me parece que, en algún momento del año, Córdoba tiene que pagar por sus abundantes perfecciones. Y el sol exhaustivo del verano es el precio por haber sido tan confortable en las otras estaciones. Algún amigo se sorprende de que uno celebre con tanta frecuencia las gracias de Córdoba. Es que uno vive más en su corazón que en sus asuntos. «Mi corazón, cuyo peligro adoro», canta por granaínas mi querido Luis Rosales, desde el aire acondicionado de la eternidad.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete