Pasar el rato
Una andaluza sin gracia
Cuando habla se hace en el cielo de la oratoria un silencio apocalíptico
María Jesús Montero, la ministra apagafuegos de Pedro Sánchez ante la rebelión de los barones contra el cupo catalán
![María Jesús Monterio dialoga con Pedro Sánchez, durante una sesión en el Congreso](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/10/01/montero-minsitra-cordoba-ktHB-U603136417473rID-1200x840@diario_abc.jpg)
Por si el destino se tuerce para ella, que se torcerá, y no encuentra quien le cante, dedico este artículo a una mujer poderosa y torpe, la ministra de Hacienda, que dejará en la historia de la política económica española la misma mancha ... que su antecesor, también poderoso y torpe, pero del PP: Cristóbal Montoro. Dos personajes siniestros que impulsan al hombre prudente a cambiarse de acera cuando los ve avanzar hacia él. La esperanza de que todo el mal que han hecho pueda ser castigado algún día hace razonable la creencia en un Dios justiciero. Y que empiece por Pedro Sánchez. Aunque es probable que sea Pedro Sánchez el que castigue a Dios, con los votos de Podemos y de Bildu. Se empieza creando a Dorian Gray, y el artista termina contemplando, desolado, las ruinas de su retrato. «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora». Es muy difícil que un andaluz genuino carezca por completo de gracia, de ingenio, de chispa, que no lleve incorporado siquiera un pellizquito de sal fina. Pues la ministra de Hacienda deshonra de tal manera su casta sevillana que parece haber sido educada en la escuela jocosa de Puigdemont, el muñeco que ríe sin saber por qué. O de Íñigo Urkullu, el ex lendakari de cuya personalidad emana tal vaharada de tristeza, que más que a negociar la independencia invita a darle el pésame por haberla conseguido.
Cuando la ministra de Hacienda habla, se hace en el cielo de la oratoria un silencio apocalíptico, como de media hora. ¿Qué interés puede tener nadie en callarla, si a nadie interesa lo que dice ni cómo dice lo que dice? La voz de la ministra de Hacienda resulta tan desagradable como el impuesto de sucesiones. Y la culpa no es de la naturaleza, sino de la ministra, que no ha cultivado la voz ni ampliado el vocabulario desde su lejano bachillerato. Su garganta y su sintaxis parecen diseñadas para vocear sardinas de poca calidad por las playas de Málaga, tan exigente. Yendo por toda la orilla, mientras los bañistas se arrojan al mar pidiendo socorro. Si como sus compañeras del cupo vasco, las que gritan desde Santurce a Bilbao, decidiera remangarse la falda y lucir la pantorrilla, para ajustar su estilo artístico a la letra de la canción, a nadie extrañaría que aumentase en Málaga el número de célibes.
Maneja la palabra y sus sonidos tan desafortunadamente que, cuando expresa los sentimientos más tiernos, al hombre enamorado debe de sonarle como si le dijera: Queda usted detenido, fascista, defraudador. Parece que pretendía sustituir al divino Sánchez cuando el divino Sánchez se retiró al desierto y ella pensaba que no volvería. Para disimular, se daba puñadas en el pecho y se mesaba los cabellos, entre alaridos, mientras los adjetivos elogiosos se estrellaban contra los adoquines del Congreso, con un ruido de gramática pisoteada. Cuando el césar la arroje de su seno de víboras -y al césar lo arrojen después al abismo de la historia, donde crujen los dientes de los déspotas de menos nivel-, de la ministra de Hacienda quedará sólo un eco de vulgaridad y malas maneras. En el sanchismo está la prueba de que se puede ser miserable sin interrupción.
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