Cultura
Gran Teatro de Córdoba | El faro de la cultura cordobesa cumple un siglo y medio
Abrió como empresa privada en 1873 y siguiendo a otros teatros como el Principal, El Recreo o el San Fernando
El Ayuntamiento lo compró en los 70 por 239 millones de pesetas y lo reabrió en 1986 tras una obra compleja
El espacio escénico, uno de los más antiguos de Andalucía, cumple 145 años
Un siglo y medio se cumple este 2023 que acaba de arrancar de la inauguración del Gran Teatro de Córdoba, el edificio que ha sido faro de la cultura cordobesa desde las últimas décadas del siglo XIX hasta hoy. El Ayuntamiento, propietario del inmueble desde finales de los años 70 de la centuria pasada, está preparando para la ocasión diversas actividades, aunque el aniversario ya se abrió el pasado mes de diciembre con la presencia de dos de los principales artistas cordobeses del momento: el guitarrista Vicente Amigo y el bailarín Antonio Ruz.
Servirá la efeméride para recordar la historia de un inmueble que durante su primer siglo de historia tuvo gestión privada y por el que han pasado las principales estrellas de las artes escénicas a lo largo de las décadas. Con su estilo de lujoso teatro italiano con forma de herradura, el coliseo cordobés forma parte de los grandes coliseos decimonónicos que hoy se conservan en España, como el Real de Madrid, el Liceo de Barcelona, el Cervantes de Málaga o el Campoamor de Oviedo, por ejemplo. Es memoria por ello del teatro, la ópera y la zarzuela españolas, aunque también ha acogido a lo largo de su historia otras actividades como mítines políticos, proyecciones cinematográficas o bailes y banquetes de la alta sociedad.
El principal impulsor del Gran Teatro fue el célebre banquero y empresario de pañería Pedro López Morales (1814-1890), que en 1871 encargó la construcción del edificio al arquitecto salmantino Amadeo Rodríguez (1842-1897). Este profesional era autor a su vez de otros importantes proyectos del periodo luego derruidos como la Plaza de Toros de los Tejares, construida sobre los terrenos que ocupa el Corte Inglés, o el Hotel Suizo, situado en la actual plaza de las Tendillas sobre el solar donde había estado la Encomienda de Calatrava.
La iniciativa surgió de la idea del empresario, que había nacido en La Rioja pero se había afincado en Córdoba décadas atrás, de diversificar sus inversiones y gracias al hecho de que la década anterior, a pesar de la fuerte crisis económica y social que vivió España, había sido especialmente positiva para su banca.
Eso le llevó a abrir incluso una sucursal en Granada. Según cuenta Teodomiro Ramírez de Arellano en sus 'Paseos por Córdoba', el Gran Teatro se alzó sobre los terrenos que habían conformado en los siglos precedentes el Convento de San Martín y su huerto, que se extendían desde la calle Gondomar hasta San Hipólito. El recinto teatral tardó dos años en construirse y abrió sus puertas en abril de 1873 con el estreno de la ópera 'Martha o la Feria de Richmond', que puso en escena la compañía Marimón. Compuesta por el músico alemán Fiedrich Von Flotow, todavía se sigue representando de vez en cuando en Alemania este libreto amoroso de aroma francés.
El Gran Teatro comenzó su andadura con 403 butacas y 24 plateas y dio continuidad a la gran afición que existía en las artes escénicas en las décadas anteriores. Su historia está ligada por ello, como explicaba en sus 'Notas cordobesas' Ricardo de Montis, a otros coliseos que tuvo en los años previos la ciudad. Es el caso del aristocrático Teatro Principal, construido en el siglo XVIII en la calle Ambrosio de Morales y que ardió, o del Café Teatro El Recreo o el San Fernando, ambos en la Calle María Cristina antes de que se reformase para crear la actual Claudio Marcelo.
La compra en los años 70
En la zona de Gran Capitán los preámbulos al Gran Teatro fueron el Variedades, que era de verano, y otros que convivieron en el tiempo como el Teatro Circo o Duque de Rivas, situado en la misma avenida pero en la acera contraria. Cerró sus puertas en 1972. Todos ellos fueron creando un público aficionado y entendido, aunque ningún coliseo fue capaz de soportar los avatares del paso del tiempo y los cambios de hábitos salvo el Gran Teatro.
La historia de este edificio tuvo también su momento de crisis en los años 70 del siglo XX y su destino pudo haber sido el mismo que el de los demás. En 1976, y tras varias reformas, se presentó por parte de los propietarios una solicitud de demolición con el fin de construir un bloque de viviendas, como relata en sus memorias políticas el exalcalde Herminio Trigo.
Según cuenta Trigo, el arquitecto municipal denegó el derrumbe y el por entonces concejal de Cultura y profesor de Arte Dramático Miguel Salcedo Hierro, creó un procedimiento para declararlo Edificio de Utilidad Pública, lo que significó su protección definitiva. El proceso legal para que pasase a propiedad municipal fue largo.
El primer Ayuntamiento democrático, bajo alcaldía de Julio Anguita, ofreció 75 millones de pesetas, mientras que la propiedad reclamaba 245. Al final el asunto fue al juzgado, que lo tasó finalmente en un precio muy cercano al que pedían los dueños, 239 millones de las antiguas pesetas.
El Gran Teatro pasó desde entonces a ser gestionado por el Consistorio, que en los mandatos de Anguita y de Trigo procedió al proceso de reforma del coliseo, en el que se intentó mantener el espíritu original del arquitecto Amadeo Rodríguez. El problema principal con el que se encontraron es que el edificio carecía de cimientos, lo que obligó al arquitecto encargado de la obra, José Antonio Gómez Luengo, a reformar el proyecto y el plan de obra previsto.
Complejidad y coste de la reformaq
«Los técnicos barajaron diversas opciones que se fueron descartando hasta que al final la única opción que encontraron viable fue ¡colgar el teatro!», escribe Herminio Trigo de ese singular proceso. «Cuando me lo contaron no salía de mi asombro» y «creo que no habrá en el mundo un ejemplo como éste», añade. Lo cierto es que la obra se fue complicando y encareciendo, de tal modo que de un coste inicial baremado en 200 millones de pesetas se pasó a uno final superior a los 650 millones, a lo que se unió un retraso en las fechas previstas de cuatro años. Pese a ello, Herminio Trigo sostiene que «el esfuerzo que supuso recuperar el Gran Teatro mereció la pena» y recuerda que el objetivo que tenían era «convertirlo en el buque insignia de la cultura en Córdoba».
También trabajaron con la idea de que no fuera solo un espacio para traer espectáculos, «sino un motor de creación de actividades de teatro, música, danza y también al servicio de los distintos colectivos culturales de la ciudad».
La inauguración del Gran Teatro, remozado y ya municipal, tuvo lugar el 20 de mayo de 1986, con un gran ambiente. Se hizo coincidir el evento con la final del Concurso Nacional de Arte Flamenco de ese año, una gala que se reforzó con la presencia del cantaor Manuel Díaz 'Fosforito', la bailaora Matilde Coral y los guitarristas Víctor Monge 'Serranito' y Paco Cepero. El propio Herminio Trigo fue quien leyó el discurso de apertura, que dio pie a una etapa brillante que llega hasta nuestros días y bajo la gestión de la Fundación Pública Municipal Gran Teatro hasta el año 2004 y del Instituto Municipal de Artes Escénicas (IMAE) desde entonces hasta el presente.
En esta etapa el coliseo cordobés se ha mantenido como uno de los grandes espacios de la red española, recibiendo a los mejores artistas del país, siendo el lugar de debut de los mejores creadores cordobeses de estas décadas y la sede habitual de la Orquesta de Córdoba. Reformado en diversas ocasiones en estas décadas (la última hace pocos años para mejorar su accesibilidad), ha contado con diversos gerentes a lo largo de los años como Francisco López, Ramón López o Juan Carlos Limia, tristemente fallecido esta misma semana debido una enfermad fulminante.
Ahora se espera que afronte una nueva etapa con la convocatoria pública de esta plaza -tan crucial en la vida cultural de la ciudad en los últimos tiempos- y con el objetivo de seguir manteniéndose como lo que es desde el último tercio del XIX: el gran faro de la Córdoba culta, un refugio perenne para la emoción y la sensibilidad en mitad del tráfico y el ruido de una urbe del siglo XXI.
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