EL NORTE DEL SUR
Gala
Mi generación recordará más al escritor por lo que decía, y por cómo lo decía, que por lo que escribía
Un legado literario con sorpresas
Este sábado por la mañana, dando un paseo, me encontré abierta la puerta de la Fundación Antonio Gala y entré. Hasta allí parecía que no había pasado nada y no hacía ni una semana que quien le da nombre se había ido para siempre. Si este hombre llega a ser sevillano, o hasta madrileño, las colas de admiradores para rendirle un último tributo le hubieran dado varias vueltas a la plaza Nueva o a la Puerta del Sol. Córdoba es Córdoba. Uno de los titulares de la mañana de las elecciones municipales fue que morirse justo ese día era un acto poético postrero. Muchas personas de mi generación, y también de las anteriores, recordarán más al escritor por lo que decía, y sobre todo por cómo lo decía, que por lo que escribía.
Gala fue víctima de las formas, del personaje que él mismo creó. Lo leíamos mayormente en los periódicos: en el que publicaba a diario su tronera venía cada mañana cargado de escándalos, de ministros socialistas con las manos manchadas de dinero o de sangre de la guerra sucia contra ETA, de pinzas parlamentarias, de triples A, de frases grandilocuentes de Anguita cuando Anguita era Anguita y Rosa Aguilar era su lugarteniente en el Congreso. Luego, a los pocos años, cerraba un dominical con una carta larga, esperanzadora, tierna a veces y otras cruda, a los herederos, como él nos llamaba para que no nos «adocenáramos» -esa palabra la aprendí ahí- y nos animaba a que siguiéramos adelante pasara lo que pasara porque en verdad éramos héroes aunque no lo supiéramos ni nadie nos lo reconociera.
Y a continuación, en otro ciclo de artículos también de domingo, un homenaje a San Juan de la Cruz con sus reflexiones sobre la casa sosegada. Y Jesús Quintero y sus trece noches. Los bastones. La bronca que tuvo con Vicente Aranda en un plató de Mercedes Milá porque no le gustó nada la adaptación cinematográfica de 'La pasión turca'. Las novelas que daban vueltas y más vueltas a las inquietudes sentimentales de mujeres ya en el otoño de sus vidas y que le valieron no pocas reprobaciones de sus colegas. Estaba muy satisfecho con sus jóvenes creadores. «Da gusto verlos como pollitos paseando por Córdoba detrás de sus profesores», se enorgullecía antes de empezar a morirse.
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