Pretérito Imperfecto
Viaje al 'odio' de Bretón
La galería de sangrientos depredadores que la literatura ha exhibido, analizado y hasta 'humanizado' durante siglos es muy larga
A través del cristal del locutorio, la mirada rapaz de un escritor escudriñando la mente del siniestro personaje de su obra y los grandes dilemas humanos, y frente a él, la vanidad de un asesino de sus hijos, pusilánime y manipulador, en busca de la ... gloria que nunca tuvo -ni en la oscuridad- y una imposible honra. La galería de sangrientos depredadores que la literatura ha exhibido, analizado y hasta 'humanizado' durante siglos es muy larga. Nunca se protegió a esas víctimas reales.
Antes de que llegaran Netflix y compañía, grandes rúbricas de las letras se lanzaron al abismo de hurgar en el odio, la violencia atroz y lo peor de la condición humana. Truman Capote creo (y fue celebrado) el llamado 'nuevo periodismo' reconstruyendo el vil asesinato de una familia granjera a través de un sumario, una investigación policial o los testimonios de sus autores y sus pensamientos. Hoy sería objeto de una hoguera, como le ha ocurrido a Luisgé Martín con 'El odio' y José Bretón, que a los trece años entre rejas le ha dado por contar 'su' verdad y confesarse en la voz creadora de un sobrio escritor inmerso en una aventura de claroscuros.
La atracción humana por la crónica negra es muy antigua, solo cambia el envase: piedra escrita, leyenda, mito, novela, ensayo, cine, documental, serie...No el fondo de la cuestión. No hay nada más que observar la burbuja presente del 'true crime' audiovisual. Pero de un tiempo a esta parte, ajustado por una legislación más inflexible con todo lo que concierne a los menores -laxa en otros menesteres igual de hondos en lo moral-, moverse en ese escenario es cada vez más difícil y tiene sus consecuencias. Y es un arma legítima para las otras víctimas que quedan en este mundo. Como ha ocurrido ahora con Ruth Ortiz, cuya voz no ha sido escudriñada. En ella reside otro tipo de odio que difiere del que dice buscar el autor.
Viajar hasta las entrañas del odio que mueve el doble crimen de unos hijos como castigo a la mujer que te ha abandonado y que ya no se somete a tu retorcimiento, tejiendo una endeble mentira como disfraz de una personalidad endiablada y cobarde, es un reto creativo respetable pero transita por un campo minado, dulcificando en parte a un monstruo que puede atraparte. Un ejercicio funambulista entre la libertad artística y de expresión, y la ética y moral hacia unos menores y una madre ya torturada. Y ante eso, sólo barema el mismo Código Penal que nos enjuicia en el ejercicio periodístico en defensa del derecho a la información veraz. El mismo dilema de las entrevistas a los etarras o aquella insuperable serie de Quintero en las celdas de asesinos sin glamour.
¿Tienen los crímenes derecho al olvido cuando sus autores pueden, teóricamente, hasta reinsertarse y volver a pisar la calle...?
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