Pretérito Imperfecto
Cerrar colegios
Nadie quiere ponerle el cascabel al gato, pero llegará el momento en que alguien tenga que hacerlo con una decisión tan impopular como justificada
Nadie quiere ponerle el cascabel al gato, pero llegará el momento -más pronto que tarde- en que alguien tenga que tomar una decisión tan impopular como justificada desde el punto de vista de la gestión de los recursos públicos. La coyuntura que curso tras curso ... va parasitando la escolarización, con la caída de la natalidad, es una burbuja que acabará pinchándose. Otra cosa es quién meta la aguja. Si cada año hay menos escolares potenciales y se mantienen -la alegría de construir colegios ha pasado a mejor vida- los mismos centros educativos, las instalaciones docentes se irán vaciando hasta el punto de que resulte contrario al principio de eficacia pública dejarlos abiertos. Ya sucedió con los colegios rurales y la despoblación que va asolando la vida en el campo. Inmuebles reconvertidos en algún caso a pie de carretera, cerrados a cal y canto, en otro. Y en Córdoba, la actual Consejería de Desarrollo Educativo ya ha puesto en práctica lo que llama «una prueba piloto»: cerrar los colegios Alfonso Churruca y Duque de Rivas en Las Palmeras para concentrar a todos los alumnos en el Pedagogo García Navarro. La razón, la comentada y agravada por la falta de solicitudes nuevas. En el presente proceso abierto, sólo seis familias con hijos de 3 años han pedido matrícula.
Hoy publica ABC una llamativa fotografía de lo que está sucediendo en el Centro y el Casco de Córdoba (y otras zonas de Levante o Fuensanta), donde sólo un colegio ha logrado cubrir las plazas ofertadas para los más pequeñines. Esta asfixia conjugada con una feroz competencia por captar a los pocos alumnos que van quedando refleja, a su vez, la grave falla estructural de residir en la parte más antigua. Todo un bucle: envejece, no se renueva la población, no hay vivienda nueva, cuesta la misma vida aparcar o transitar, la falta de vecinos ahuyenta a los servicios básicos y los niños son fotografías casi en sepia e idílicas para los claustros. Multiplicado, todo ello, por las desbandada hacia el cinturón de Poniente, repleto de nuevas urbanizaciones que, por cierto, exigirán en su día centros educativos pintados en el PGOU. Frente al nido vacío, las arcas públicas se vuelcan en remozar vetustos inmuebles, mientras que las fundaciones de ideario católico, muy presentes en este lugar de Córdoba, hacen piruetas para no perder ni su abolengo ni su demanda (más alta siempre que la pública).
Algunas voces enfocan esta cruda realidad de otro modo: bajemos la ratio de las clases para aumentar el tiempo y la dedicación a los alumnos y así poder mantener los centros abiertos sin reagrupar y entrar en otros entuertos. Ni cerrar. Un argumento más pedagógico que económico, obviamente, pero no olvidemos que si cierran colegios también habrá que recolocar a personal docente público. Otras tiran por la calle ideológica de enmedio para meter la tijera a los conciertos (claves para la clase media y no tan media) en aras a la supervivencia. El derecho constitucional de las familias a elegir la educación para sus hijos sigue siendo un muro robusto, pero el PP abandonará algún día la Junta (tampoco es que haya hecho muchas carantoñas a la concertada) y el debate será aún más acuciante.
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