Historias de barrios
El estanco más antiguo de Córdoba: una historia familiar de San Agustín 125 años después
Este negocio lleva abierto desde la Guerra de Cuba y siempre en manos de una misma familia, cuyas últimas generaciones repasan para ABC su larga existencia
Las tabernas de Córdoba pueden pedir ya su 'denominación de origen', su sello de negocio histórico
Concepción Morales e Inmaculada Muñoz, su hija, en el histórico estanco de San Agustín, que tiene 125 años
«Este estanco es una de las señas de identidad de San Agustín». Quien habla con esa firmeza es Inmaculada Muñoz. Puede pronunciarse así, porque es la titular de un establecimiento con aproximadamente 125 años de vida. Una trayectoria que permite a este negocio doblemente familiar, porque ha pasado de generación en generación entre los mismos apellidos y por el trato que da a sus clientes/vecinos, ser más que un comercio. Tras el mostrador, Inmaculada y Concepción Morales -Concha, como quiere que la llamen-, su madre y anterior responsable del estanco, despachan la historia de este establecimiento, ubicado siempre junto a la fuente de la Piedra Escrita.
Su primera dueña fue Carmen. Lo recibió porque su marido «murió tras regresar de la Guerra de Cuba, en 1898». «El Estado le dio la apertura de un estanco en compensación», rememoran. Carmen, siguen, no tuvo hijos y se lo dejó a una sobrina, Consuelo. De ella, pasó a su hijo Manuel, que se casó con Concha. Y uno de sus tres hijos, Inmaculada, de 51 años, es su titular desde 2005. Es el resumen de una larga existencia, cuyo nacimiento no tiene día exacto. Se desconoce, pero, como señala su génesis con la Guerra de Cuba, se mueve en los 125 años de vida.
Concha ayuda a conocerlos. Rebobina a sus 91 años hasta 1964, cuando se casa con Manuel, se instala en San Agustín -antes vivía en San Lorenzo- y llega al negocio. «Yo no sabía ni de estancos ni de nada. Mi marido, que era ciego, y mi cuñada, una persona muy buena, me contaron cómo se despachaba y todo lo demás. Enseguida me hice a esto y aquí estamos», dice.
«He sido muy feliz en este negocio. Nos permitió vivir y educar a los hijos. Y la gente del barrio es buena»
Concepción Morales
Anterior titular del estanco
Ambas, a dos voces, recuerdan qué se vendía en los sesenta, setenta y ochenta, más allá del tabaco o los sellos: «Botijos, alpargatas, papel higiénico, pastillas de Optalidón. maquinillas de afeitar, tacos de rifas, porque había muchos rifaores, revistas...».
Eran años en los que el establecimiento tenía mucho trasiego, porque, explica la hija, «cuando era pequeña, vivía muchísima gente aquí». «No daba tiempo a colocar nada en las baldas», comenta, rememorando cómo de niños ayudaban en el negocio. Cuenta que «mis hermanos y yo salíamos del colegio a las 12.30 horas. Y, por ejemplo, era: 'Vente corriendo para aquí. Lleva las libretas para que te den los sellos'». Y cogía mi bici y lo hacía». Concha sonríe.
Concepción, atendiendo a un cliente en el estanco en una foto tomada en los años ochenta
Eran unos tiempos distintos, como lo confirma una anécdota de la niñez de Inmaculada. En el barrio, «había muchas mujeres mayores que no sabían escribir y tenían familia emigrada a Alemania. Venían al estanco y me decían: '¿Me quieres escribir la carta?'. Y yo se las redactaba y también las felicitaciones de Navidad. Escribía christmas para toda Alemania».
El relato regresa del pasado, porque esa esencia de tratar al cliente como uno más de la casa sigue vigente. «Éste era un negocio muy familiar pero, más o menos, sigue así. El 80% o el 85% de la clientela es del barrio. Por eso, el trato sigue siendo muy familiar. Y es muy bonito», cuenta su titular. Mientras el redactor está en el estanco, lo comprueba con una vecina que entra y pregunta cuándo saldrá este reportaje o con otro que alarga su compra explicando cómo hacer unas buenas gambas.
«Para mí, es un orgullo estar al frente de un establecimiento que tiene 125 años de vida»
Inmaculada Muñoz
Actual titular e hija de Concepción
Es momento de volver al pasado, a uno triste. En 1991, el marido de Concha muere. Se quedó sola al frente del establecimiento, pero con la ventaja de que «conocía el negocio. Y mis hijos también. Y me ayudaron mucho». En 2005, Inmaculada que ya llevaba tiempo trabajando en él -«Estoy aquí desde que eché los dientes»-, asumió la titularidad. Su madre se jubiló. Siguió con el negocio, porque «siempre me ha gustado mucho el trato con el público».
Inmaculada, la actual dueña del estanco, atendiendo a una clienta
La actividad del establecimiento ha cambiado mucho respecto a la época en que llegó Concha. «Ahora, tenemos la recarga de teléfono, la venta de bonobús por terminal… También llevamos un año con los cupones de la ONCE. Nos agarramos a lo que se pueda vender aquí», relata. Otro cambio que llegó con Inmaculada es que decidió cerrar los domingos: «Trabajar todos los días quema muchísimo».
El futuro
Más allá de las variaciones en el trabajo en todas estas décadas o de las dificultades que implique cada época, hay elementos comunes en las palabras de Concha y de su hija. La primera se declara «orgullosa» de que su familia lleve dirigiendo mucho más de un siglo este negocio. Y la misma expresión usa Inmaculada: «Para mí, es un orgullo regentar un establecimiento con 125 años de vida». «Un estanco así de antiguo y que lo hayan llevado tantas generaciones de una familia no lo hay en Córdoba», sentencia.
Inmaculada y Concepción, en el estanco con su perra 'Ela'
La conversación va llegando a su fin. Concha envuelve sus seis décadas de existencia ligadas al estanco en cuatro frases: «He sido muy feliz en este negocio. ¡No voy a haberlo sido! Nos permitió vivir y educar a nuestros hijos. Y todos los que he conocido en San Agustín han sido gente buena». Inmaculada lo corrobora con humor: «Aquí, se ha trabajado y se trabaja mucho. Pero los únicos malos ratos son cuando entra una carta de Hacienda».
Antes de echar la persiana a la charla, el futuro se hace un hueco entre un pasado apabullante. Inmaculada no tiene hijas, pero sí dos sobrinas, una está haciendo el MIR y la otra sacándose el máster de Relaciones Internacionales en Suecia. «El estanco sería el plan B para ellas. Yo estaría encantada de que siguiera en la familia. ¿Que no? Pues ya veremos qué hacemos. Es pronto aún para eso», dice mientras el plumilla se despide y se cruza con un cliente; uno más de la innumerable lista que ha atravesado su puerta durante sus más de 45.000 días de vida.
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