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Cultura

Cines de verano en Córdoba | Un siglo de estrellas en el cielo y en la pantalla

Historia

En 1923 Córdoba descubrió el placer de ver películas al aire libre y comenzó una historia en que llegó a haber más de treinta abiertos a la vez y que sólo se interrumpe este año

Los cines de verano de Córdoba no abrirán este año ante la incertidumbre por la sucesión de Martín Cañuelo

Cine de verano Magdalena, en la terraza del que se abría todo el año en la plaza del mismo nombre ABC
Luis Miranda

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El sol ha dado cien vueltas a la tierra y en Córdoba casi todo ha cambiado. El viejo caserío borró las fronteras para que la ciudad creciese en barrios trazados por las líneas finas de los arquitectos. Cayeron las épocas políticas para sucederse unas a otras y ser en el fondo igual de perecederas, el cielo de la ciudad se pobló de aviones y se vació de pájaros, las calles estrechas e irregulares que antes tenían casas de vecinos se fueron quedando más huecas de latido y la televisión y las pantallas digitales quitaron sitio a la conversación y la escucha.

Cambió todo menos la costumbre de disfrutar de las noches de verano al raso del fresco que hubiera y disfrutando de una película, y mientras todo evolucionaba, los cines de verano crecían, se multiplicaban, bajaban como consecuencia del tiempo y al final se mantenían como tesoros sociológicos y culturales.

Al cabo de las cien vueltas del sol a la tierra se ha interrumpido, pero es una interrupción en sentido estricto y excepcional: si en 1923 se abrieron en Córdoba los primeros cines de verano y allí empezó una historia de éxito que creció por toda la ciudad antigua y nueva, en 2023 por primera vez no habrá proyecciones al aire libre, debido a la incertidumbre creada tras la muerte de Martín Cañuelo a finales de abril. Si la situación tras conocer sus últimas voluntades se aclara podrían volver el próximo año.

La historia dice que los primeros cines de verano llegaron a Córdoba en 1923. El Victoria estuvo dos años en el Paseo del mismo nombre, el Salón San Lorenzo, en la calle Arroyo de San Lorenzo y en el Coso de los Tejares, el Ideal Cinema, que duró hasta 1941, aunque luego llegarían otros el mismo lugar.

A Córdoba el cine había llegado en 1896, muy poco después de su invención, y los cordobeses recibieron bien aquel hallazgo de pasar las noches de verano al raso disfrutando del cine. Pronto se incorporaron el Andalucía, que mantiene todavía el solar, junto a San Pedro, el Alcázar y el Góngora.

Sillas para el cine de verano en el Coso de los Tejares Ladis

En la década de 1940 los cines de verano crecieron por el Casco Histórico, que marcaba todavía los límites de Córdoba. Nacieron el Astoria, que estuvo en la calle Ruano Girón (hoy Jesús del Calvario) junto a San Lorenzo, el Cervantes en la avenida de Medina Azahara, el Avenida en Camposanto de los Mártires, el Benavente en el Campo de la Verdad, el Córdoba en Arroyo de San Lorenzo, El Rinconcito en la Puerta del Rincón, el Esperanza en la calle Barrionuevo, el Estadio Cinema en El Arcángel, el Florida en la plaza del Huerto Hundido, el Goya en la Ribera, el Gran Capitán en la avenida del mismo nombre, el Iris en la calle Abéjar, el Ordóñez en las Costanillas, el Realejo, el San Agustín en la plaza del mismo nombre, el Duque de Rivas en la avenida del Gran Capitán, el Valles en la calle Ravé y el España en la Huerta de la Reina.

En aquella Córdoba había tres empresas que se dedicaban a la exhibición del cine: Cabrera, Sánchez Ramade y Ramos, de tamaño algo menor que las demás, y que gestionaba el cine Góngora, con sala cerrada y terraza para el verano.

La primera había creado en 1935 el Coliseo San Andrés y tenía una plantilla de 100 trabajadores entre los cines de verano (más eventuales) y los cubiertos (que sí eran fijos). Como recuerda Fernando Cabrera, nieto del fundador, eran casi siempre cines de reestreno, donde se podían ver las películas que se habían estrenado en la temporada anterior o en las inmediatamente anteriores.

El cine de verano era la mejor opción para muchas familias, por barato o porque se permitía llevar comida desde casa

Entre los años 30 y 50 no sólo había en los cines películas, sino también compañías de teatro, que tenían comedias, revistas y espectáculos de flamenco y copla, con el formato que después se conoció como ópera flamenca.

Era una forma de entretenimiento barata, porque la entrada era reducida, y que permitía disfrutar del tiempo libre y evitar el calor. Algunos consumían, no todos, y otros se llevaban cenas frescas para disfrutar mientras veían la película.

Empezaba casi siempre a las nueve de la noche o un poco después, porque entonces no se adoptaba el horario de verano, así que sería el equivalente a las diez de ahora, y había también segunda sesión, hacia las once. Los que podían trasnochar lo preferían porque también aprovechaban horas todavía más frescas.

El documental 'Picadillo y cine', obra de Pedro Pascual Lindes, recorre la historia de los cines de verano a través del testimonio de personas que trabajaron en ellos o que los disfrutaron y allí se cuenta, por ejemplo, que había cines de verano en casi todas las grandes ciudades y en muchos pueblos, sobre todo en Andalucía, que es donde más calor había que combatir.

Antiguo cine de verano en la terraza del Góngora ABC

Córdoba llegó a tener más que Sevilla y Málaga, aunque tuvieran ya mucha más población, y esto, recuerda Fernando Cabrera, estimuló tanto la competencia entre las tres empresas, que las distribuidoras, que lo notaron, pusieron un precio más alto a las películas.

Eran tiempos, recuerda el documental, de llenos absolutos en muchas sesiones y de estrenos multitudinarios, como el de 'La violetera', que protagonizó Sara Montiel. La publicidad era artesanal y directa: había un pintor que dibujaba en cristales carteles para las películas de los días siguientes, y se veían en pantalla grande, y cuando llegó 'Gilda', que el entonces obispo de Córdoba censuró todavía más allá de los cortes que ya traía, los empresarios tiraron de imaginación para publicitar la célebre historia que protagonizó Rita Hayworth: «Sujetad a vuestros novios, que viene Gilda».

En los años 50 y 60, los cines de verano vivieron su edad dorada. Empezaban tras la Feria, en la primera quincena de junio. Como recuerda Fernando Cabrera, muchos de los cines de invierno tenían terrazas y azoteas, porque era una forma de mantener al público en verano. No había aire acondicionado y estar en el interior podía ser muy asfixiante.

Los tuvieron el Góngora, el Lucano y el Magdalena, entre otros muchos, pero también el Santa Rosa, ya a partir de la década de 1960. En aquellos años seguían llegando cines en el interior de la ciudad antigua, como el Alfonso XII en la calle del mismo nombre, el Gran Vía en San Lorenzo, el Ramos en la calle Santa María de Gracia y el San Cayetano, popularmente 'El Botijo, pero sobre todo lo hacían en los barrios nuevos.

Ciudad Jardín tuvo el Albéniz, el Piscina, el del Coso de los Califas y el Cinema Ciudad Jardín, Electromecánica el que llevaba el nombre del barrio, Cañero el Maxi y el Cañero. En Fray Albino estuvo el Campo de Deportes, en los Olivos Borrachos el Occidente y en la carretera de Trassierra estuvieron el Margaritas y el Infanta.

Al cabo de los años llegaron también al Parque Figueroa. En la década de 1960 los cordobeses podían escoger todos los días entre más de treinta cines de verano y resultaba difícil que muchos no tuvieran uno a menos de quince minutos caminando desde su casa.

Hoy es tradicional que los cines de verano tengan una pausa a mitad de la película, o tal vez dos si el metraje es largo, que algunos aprovechan para buscar bocadillos o refrescos, porque el ritual incluye la cena. Entonces, recuerda Fernando Cabrera, no era del gusto de los espectadores, que preferían ver la película «del tirón».

Desde los años 60 todos los barrios del Casco Histórico y los que iban naciendo fuera tenían recintos para proyectar películas

Las pausas estaban obligadas por los anunciantes, ya que los empresarios, para hacer más rentable su actividad, introducían publicidad de marcas comerciales que aprovechaban el fuerte impacto que tendría entre tantos espectadores.

La estrella de los cines de verano decayó sobre todo en los años 70 y 80. Fernando Cabrera cree que con ello tuvo que ver la generalización de la televisión, que consiguió que muchos tuvieran el entretenimiento en casa y no fuera necesario salir al cine.

Los lugares amplios que necesitaban los cines de verano se fueron haciendo apetecibles para los empresarios con intereses inmobiliarios y comenzaron a desaparecer. Ahí apareció la figura providencial de Martín Cañuelo, que luchó y mantuvo Fuenseca, Delicias, Olimpia y Coliseo San Andrés, como empresario y con la colaboración del Ayuntamiento de Córdoba, que protegió los recintos para que no se pudiese hacer en ellos otra actividad que la de la exhibición cultural.

Cine de verano Santa Rosa, abierto en la década de 1960 ABC

Para entonces los cordobeses los habían hechos suyos y los conservaban como parte del patrimonio inmaterial de la ciudad. Los premiaron con el éxito de llenos cotidianos durante toda la temporada, en los del Casco Histórico y en el de la plaza de toros entre 2000 y 2021.

Ni siquiera la pandemia pudo con ellos, aunque hubiera que empezar más tarde. Los acontecimientos de los próximos meses, cuando se sepa qué ocurre con la empresa Esplendor Cinemas, dirán, no si continúa, sino cómo continúa esta historia del cine al aire libre que ya tiene en Córdoba un siglo.

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