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PRETÉRITO IMPERFECTO

LA BELLA Y LA BESTIA

FRANCISCO J. y POYATO

Si la energía de la alcaldesa se derrama en sortear los cuchillos de sus villanos cortesanos, habrá que «rescatar» a la ciudad

Isabel Ambrosio tiene, a priori, algunos ases baja su manga de alcaldesa. Discreción y prudencia. Las ha exhibido en el tiempo que lleva en la vida pública. Tiene todo el tiempo del mundo para ser regidora, pues es joven, y barrunto que carece de ambición descarnada por irse de Córdoba en busca de nuevas plazas de mayor enjundia política. Que asiente los pies en Capitulares, pero también la cabeza. Lo pudo hacer en su momento, y no lo hizo cuando el foco le daba de costado y era más fácil. Optó por otras convicciones personales a las que tantos días y besos restamos injustamente. Y desprende cierto magnetismo edulcorado y sereno que, bien gestionado, puede ser su principal baza en los próximos años en la Alcaldía. Un estilo que no ha entrado en el trasunto de la negociación perdida con Izquierda Unida y que en el plano general del cogobierno le lleva a empezar aún en mayor debilidad. Un atractivo que sí puede erosionarse con la fealdad que acecha inmisericorde. Si despliega todas estas virtudes políticas y personales, sin imposturas ni teatralidad, puede ser su arma secreta frente a la alfombra de cuchillos afilados y villanos travestidos de cortesanos que le aguardan. De vociferantes corifeos y mantras apocalípticos. Ayer ya se lo insinuaron entre falsos elogios.

Ahora bien, empeñar el destino de una ciudad al carisma de una persona es una empresa demasiado arriesgada. Ya hemos tenido antecedentes de que el personalismo extremo despierta sentimientos encontrados: fanatismos conversos y orfandades hirientes. Una mañana, la ciudad se esconde bajo la falda de una reina, y esa misma noche, la traición regia falsaria abandona a su suerte al pueblo. En Córdoba ya hemos pasado ese sarampión que por nada del mundo sería bueno volver a padecer. El carisma, empero, debe gobernar y sortear esa especie de bucle improductivo en el que cabe el riesgo de que caiga Ambrosio en las peleas diarias que sus socios oficales y extraoficiales le van a proporcionar. Si toda la energía se derrama en saltar los obstáculos y tener contentos a los que sujetan el trono, la ciudad no avanza, se para y entra en un carrusel con la misma melodía mareante. Lo subrayó ayer Nieto,al expresar la preocupación de que se pierdan oportunidades, de que retorne el «sectarismo ideológico» y de que el repunte económico sea un señuelo para acabar en la quiebra.

El numerito de la negociación de fichas, el estudiado simulacro de los viejos zorros de IU, es una avanzadilla de lo que el bipartito encierra. Pedro García no tardó mucho en enseñar el viejo manual de la Córdoba república de barrios, su falsa participación ciudadana, de lo público entendido como propiedad de unos cuantos y algunas muletillas más que ya se han dado de bruces con la realidad, como la boutade de la Mezquita que sigue alimentando a unos cuantos.

Pero lo más llamativo del ceremonial capitular de ayer estuvo en su descarado guiño a Ganemos, o al mascarón de proa de la agrupación de electores —atada en corto por sus bases en su fuero interno, ojo—, como queriendo avisar a Ambrosio de que siempre tiene a tiro de piedra a otro socio «empático y cercano» con el que gobernar. En Ganemos no hay sentido del ridículo ni preveo que de la lealtad, pues, internamente, es un corral de gallos sin orden ni concierto. El esperpento de que sus bases echen para atrás el acuerdo del tripartito firmado horas antes habla por sí mismo de la inconsistencia acentuada sobre un cogobierno débil y en precario. El hombre que vendía árboles como sellos lo advirtió. «Celeridad en cumplir lo firmado, o sino...». El rescate ciudadano pregonado ayer puede convertirse en una paradójica metáfora de lo que el final de mandato depare. Permanezcan atentos a sus pantallas.

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