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tacón de sócrates

¿Por dónde empezamos?

El club ya ha apuntado a un objetivo para la dirección deportiva: Emilio Vega, el hombre que descubrió a Paco Jémez

¿Por dónde empezamos? valerio merino

PACO MERINO

Hay tiempo, motivos y dinero. Ya están los ingredientes principales para que el Córdoba se mueva. En los despachos, obviamente, porque en el césped no cabe esperar mucho más que la absurda coreografía de las últimas semanas. Los jugadores siguen desfilando por la sala de prensa con la careta quitada, contando lo que han vivido ahí dentro como víctimas que huyen de una secta. Como una catarsis. El club ya ha apuntado a un objetivo para la dirección deportiva: Emilio Vega. Sí, el mismo. Mano derecha de Rafael Campanero en el ascenso de Segunda B a Segunda en 2007. El que dio la primera oportunidad en un banquillo profesional —sólo había dirigido benjamines y unos cuantos duelos en Tercera— a Paco Jémez. El que dimitió tras escuchar a todo un estadio pedirle que se fuera. Vega, ex jugador blanquiverde, trabajó para el Betis y desde este verano lo hace en el Elche. La posibilidad de su retorno no ha provocado lanzamiento de cohetes, pero es lo que hay.

Un sector importante del cordobesismo se ha quedado con la impresión de que su equipo jamás estuvo en Primera. Durante un tiempo todos nos instalamos —seguramente por mitigar las punzadas de decepción y vergüenza— en una ficción: el CCF competía y se podían detectar, sin demasiado esfuerzo, formaciones que «no eran mejores». Los números dicen que si los blanquiverdes hubieran calcado en la segunda vuelta las rentas de la primera —18 puntos— estarían salvados. Pero el caso es que el Córdoba, a falta de una jornada, solamente ha sumado un par de puntos en toda la segunda vuelta. Ha perdido, además, en todas sus comparecencias en El Arcángel. Ha demostrado ser el peor. Arriba y abajo. Delante y detrás. En su casa y en la de otros. Con 34 futbolistas y tres entrenadores. Y ha descendido antes que nadie. Se fue de Primera sin haber entrado nunca, exceptuando esas semanas en las que enseñó la patita tras ganar dos veces seguidas: Granada y Rayo. Luego, todo fue a peor.

Solo hay dos certezas a día de hoy en la Liga: que el Barcelona es el campeón y que el Córdoba es de Segunda. Falta todavía la despedida oficial en Eibar, donde un club modesto se jugará el pellejo como Dios manda. Con su campo lleno hasta la bandera, su necesidad de ganar y sus noventa minutos de tensión máxima a la vista de las combinaciones con los resultados en otros campos. Allí acude el Córdoba, un guiñapo futbolístico, con su murga en autobús y los billetes para las vacaciones ya sellados. Una pena.

Y, como guarnición, los discursos. Ni siquiera ha encontrado el Córdoba el modo de dar un soporte argumental mínimamente creíble a su desplome. Lo de José Antonio Romero ante los periodistas después de la derrota ante el Rayo —¡la novena seguida en El Arcángel!— fue de traca. «Me voy con la sensación de crear cimientos para el futuro», dijo el sevillano. Más que unos pilares, lo que queda es un erial. Ha salido todo tan rematadamente mal que, inevitablemente, se irá a mejor. Ganar un par de veces seguidas en casa —el Córdoba tiene sólo ¡tres victorias oficiales! desde que arrancó 2014 hasta hoy—, algo rutinario para cualquier club medianito, se convertirá en motivo de algarabía entre el cordobesismo. Estar un mes sin perder llevará a más de uno a un éxtasis místico. Y así todo. Visto lo visto, la clientela del Córdoba —la fiel, porque la ocasional desertó ya después del papelón en Primera— se divide entre los que sueñan con un equipo que aspire, sin obsesión pero con fundamento, al retorno, y los que temen que el club termine emulando a entidades como el Xerez, el Tenerife o el Racing de Santander. El gusto por los extremos, ya saben.

Pero volvamos al asunto de los cimientos. ¿De qué hablaba Romero? ¿Qué herencia deja esta temporada? En lo deportivo hay poco salvable. Casi nada. Ha irrumpido un chaval, Florin Andone, que fue reclutado para el filial y que ha terminado destacando —seguramente más en lo sentimental que en lo futbolístico— en Primera División, en la que debutó sin pasar ni siquiera por Segunda. Seguramente en la categoría de plata el rumano pueda ser un elemento de valor y relevancia, una referencia en el campo y lo más cercano a un ídolo para una afición desencantada. Pero se habla de ofertas por él y eso, amigos, son palabras mayores. Podría coger la puerta. Al descenso del primer equipo se ha unido el del filial, que se ha ido directamente a Tercera División después de una planificación francamente estrambótica. En el primer equipo todo era meter mano; en el segundo, ha dado la impresión de que le han dejado a la deriva y que llegara hasta donde pudiera. Lo mejor de la cantera ha sido el retorno a División de Honor del equipo juvenil, algo que más que un éxito se debe interpretar como la corrección de una anomalía. Hay por ahí muchos niños que apuntan maneras, pero el trabajo va para largo. En la Ciudad Deportiva. La nueva. Sí, ésa misma. La que va a dirigir José Antonio Romero.

Cuando se marchen los cedidos a sus lustrosos orígenes (Inter, Oporto, Juventus, Benfica, Valencia, Real Madrid, Villarreal, Manchester City…) regresarán a El Arcángel los que fueron enviados a Mallorca, Santander, Alcorcón, Llagostera, Hércules o Veria, esos tipos que intervinieron —en mayor o menor medida— en el ascenso a Primera y a los que, según declaró el capitán Abel Gómez, se debería haber tenido más en cuenta. Y ya se verá lo que ocurre con ellos. Porque aunque el Córdoba tiene más tiempo que nadie —de hecho, lleva hablando del futuro hace meses—, lo único que se ve es un palco en entredicho y un banquillo libre, con una pinta poco apetecible y ocupado de manera provisional por un hombre de club que habla de cimientos mientras todo se cae a pedazos.

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