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PASAR EL RATO

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JOSÉ JAVIER AMORÓS

Gracias, futbolistas y dirigentes, por no haber permitido que el Córdoba se apoltrone en el confort burgués de la gloria

HA costado mucho, porque un fracaso necesita estudio y preparación. Hemos tenido que sacrificar a dos entrenadores para que todo siguiera igual con el tercero, qué sutil estrategia; meter astutamente tres goles en la portería propia y recibir sin emoción los de los otros; no ganar un partido durante diecisiete seguidos, lo que únicamente puede alcanzarse mediante una firme y obstinada voluntad de derrota; y gracias a que en el funeral contra el Barcelona brillaron algunos relámpagos de calidad, perdimos sólo por ocho a cero. Y lo más duro de todo: decepcionar a miles de cordobeses de buena voluntad y mejor paciencia. Pero nada importante se consigue sin un poco de sufrimiento.

Y ya ha vuelto el Córdoba CF por donde solía, a la aventura en lo gris, a la rutina, al encanto mínimo y poético de lo cotidiano, a frecuentar a los equipos compañeros de tantos años, a los que el ascenso nos llevó a mirar por encima del larguero. Ya estamos otra vez en casa, en nuestro querido y desgastado sofá de segunda, con la vieja televisión en blanco y negro sobre el mueble bar y en la pared una fotografía sepia del Triunfo de San Rafael, que es el único triunfo que conocemos. Daremos una gran fiesta para celebrar que hemos vuelto con la familia. Queridos hermanos del Alcorcón, del Albacete, la Ponferradina, del Llagostera, el Leganés, ¿cómo habíamos podido olvidaros? Hemos vuelto. Todo es como siempre. Clarearán las gradas en el estadio de El Arcángel —total, para lo que hay que ver— y la ciudad volverá a su antiguo trato con la resignación. Gracias, beneméritos futbolistas y dirigentes todos, por no haber permitido que Córdoba se apoltrone en el confort burgués de la gloria, como Madrid o Barcelona, ciudades viciosas y corrompidas por su familiaridad con el éxito. Se estaba debilitando nuestra personalidad como pueblo, duro, que sabe de penas.

Y si algún día el equipo vuelve a subir a Primera porque el rival esté diezmado por la gastroenteritis, podremos perdonárselo. Porque ahora sabemos que no será más que una aventura fugaz, locuras de juventud, nada serio llamado a durar. Lo importante es que mantengamos la fe en el descenso; que no se rompa, después de tantos años, el sagrado vínculo con la monotonía en zapatillas de deporte. Todo reside en la costumbre, como nos enseñó el maestro González Ruano. Una vieja manía, una vieja chaqueta. Los amigos, los bares y las calles de siempre… Nosotros teníamos la costumbre de Segunda, y no se nos puede pedir un esfuerzo moral para el que no estamos preparados. Primera es una patria deportiva ajena a nuestra alma. No nos trae cuenta. Gladiadores de la decepción, héroes de la derrota, arquetipos del fracaso: bajo vuestras botas crujen hoy las hojas secas de tantas ilusiones que el viento de mayo arrastra hacia el Guadalquivir.

Tenemos los políticos que nos merecemos. O no. O no todos. ¿Tenemos también los futbolistas que nos merecemos? Política y fútbol, ¿son cosas parecidas? ¿Es el fútbol la política en calzoncillos? Parece que ellos son todo lo que nos ha quedado después de dos mil años de civilización y de haber sido un día la capital del mundo. Pero si alguna vez nos faltaran, quedaríamos reducidos a nuestra vida interior, con lo aburrido que es eso. Mientras estamos en el estadio o en campaña electoral no nos acordamos de la tumba, nos pasa igual que a los goliardos con la taberna. Lo malo es que cuando venga la muerte tenga sus ojos, como en el poema de Pavese.

La muy noble, la muy grande, la muy querida ciudad de Córdoba merece un equipo de Primera División. El Córdoba CF, no. Caminos alejados. Vidas separadas. Destinos distintos. Ella, en primera; él, en segunda. Que se besen, a pesar de todo, por si salta la chispa.

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