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EL DEDO EN EL OJO

Va llegando la hora

Contra el yihadismo, instalado hasta la médula en nuestras sociedades libres, conviene empezar a hablar claro

MARIO FLORES

NO por avisados nos sentimos menos consternados por lo acaecido en París. La verdad es que a nadie debiera sorprender a estas alturas que la amenaza yihadista (instalada ya hasta la médula en nuestras sociedades libres) se haga realidad de manera tan brutal.

Hay que empezar a hablar clarito y adoptar posiciones porque lo que se nos viene encima no es ninguna broma.

Resulta ya urgente desactivar en nuestra progresía esa visión idílica de las cosas y ese arrobo frente al «muslim», así como neutralizar cuanto antes su anticlericalismo. Digo esto porque están jugando con fuego y al final nos vamos a quemar de tanto atacar nuestros principios para defender las creencias de aquellos que, a la menor ocasión, van a terminar por rebanarles el pescuezo. Precisamente el laicismo no es aceptado por el Islam y ellos serían unas víctimas perfectas del «alfanje multicultural».

Dos miedos acendrados se definen en esta delicadísima cuestión: el miedo a ser tachado de intolerante cuando se eleva la voz frente a las pretensiones islámicas de ocupar espacios que no le corresponden y el miedo que se siente ante la certeza de que el mundo musulmán, pacífica u hostilmente, está decidido a sustituir nuestra sociedad por la suya. Yo soy de los que se preocupa más de esto último que de lo primero, por eso firmo hoy esta columna en defensa de nuestros valores, de nuestra sociedad y de la Historia que, pese a quien le pese, nos ha parido.

Y resulta más necesario que nunca delatar a cuantos «condes donjulianes» se afanan hoy en facilitar el socavamiento de nuestros principios y valores, de nuestras convicciones y de nuestras libertades.

Córdoba, nuestra querida ciudad milenaria tan pegada a nuestra piel, está en el punto de mira y constituye para los muslimes un codiciado objeto en sus delirantes pensamientos. Y por extensión Al Ándalus. Ya se ha comenzado a hablar de Califato, y nuestros nombres y apellidos se pronuncian en actitud baboseante como el que espera saciarse con suculenta comida.

El aplauso de países como Irán o algunos emiratos árabes a la decisión de la Junta de abrir el diálogo sobre nuestra Catedral-Mezquita, lejos de constituir la señal de alarma que desactive esa clase de frivolidades en San Telmo, parece encontrar la complacencia en esta izquierda que padecemos y que, antes o después, va a «joder bien la marrana» de seguir por ese camino.

Llamo la atención de plataformas, institutos y cuantos grupúsculos se han propuesto llevarnos al degolladero. Y si creen que exagero sólo deben girar la vista al distrito 11 de París, porque allí estábamos todos el pasado miércoles.

Y váyanse olvidando de quimeras triculturales: eso sólo son patrañas. Bienvenidos a la realidad, si es que aún quedase algo de decencia.

Va llegando la hora

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