director de la Fundación Cajasur
Ángel Cañadilla: «Uno se puede dedicar a querer llevar razón y decirlo o a lograr resultados»
El máximo responsable del área social de la entidad habla sobre la innovación e insiste en la capacidad de colaborar entre instituciones para lograr los objetivos
Recibe Ángel Cañadilla en el Palacio de Viana, y es más que un escenario espléndido para las fotografías o un despacho. La conversación sobre la Fundación Cajasur, se hable de lo que se hable, termina por confluir en los patios de un edificio que se alza más como estandarte y resumen.
—Cuando Cajasur era una caja de ahorros, estaba obligada por ley, como las demás cajas de ahorros, a destinar una parte de sus beneficios a Obra Social y Cultural. ¿Cómo se enfrenta ahora a ello la fundación, qué ocupa su lugar?
—Fue y sigue siendo una opción de la entidad matriz. El grupo Kutxabank tiene en su ADN el ámbito de las cajas. En el proyecto que plantearon, querían hacer lo mismo que en Bilbao. No entendían la relación de negocio con su clientela si no era, primero, una relación fructífera para las dos partes, pero que además tiene que tener un poso. Se tenía que detectar que había algo más que esa relación. Es el que concepto que han llamado dividendo social. Es decir, el banco genera unos excedentes y dentro de ellos, una parte importante tiene que volver al territorio de actuación, a la clientela, en forma de otro concepto: de cultura, de actuación en lo social, de forma que se identifique claramente que el cliente de Cajasur percibe ese plus que se daba de una forma estándar y masiva en las obras sociales. Bien gestionado y de una forma eficiente puede transmitir el plus al crédito que uno tiene, a la domiciliación o al depósito.
—¿Qué parte de la cifra de negocio se destina a la Fundación Cajasur?
—De momento es una parte muy significativa, porque el banco ha mantenido una apuesta importante con la fundación. El presupuesto actual de la fundación es de 5,8 millones de euros, y el banco no tiene ese nivel de beneficios para dotarlo, así que se hace una apuesta firme por el territorio de actuación, por la ciudad y sus principales puntos de consumo de recursos.
—¿Cuáles son?
—El Palacio de Viana, dos centros de educación especial, dos guarderías y luego el programa de ayudas, que es el programa estrella que recibe más de 80 proyectos al año de toda índole. Lógicamente, en la frontera de la exclusión y de la discapacidad. Son todas las zonas sensibles que, cuando ocurre una crisis, son las que quedan más desfavorecidas. Y luego una apuesta muy importante por la cultura cercana en la ciudad.
—Y eso pasa por Viana.
—Hemos abierto el Palacio de Viana, de forma que además de ser un museo, lo hemos hecho más eficiente y lo hemos conectado con los principales pulsos de la ciudad. Esta ciudad ha conseguido el Patrimonio Inmaterial de los Patios, y si Viana es un referente en ese campo, la cosa era fácil. Se trataba de invertir en esa seña de identidad de la ciudad marcando diferencias, apostando por un centro de interpretación, por una musealización de la ciudad con las nueve rutas que se hicieron. Al final es volcar al territorio los recursos y una cuidada selección de cuáles son las principales inquietudes sociales y culturales de la ciudad y del territorio.
—En el pasado la política cultural y social de Cajasur era más extensa, ahora parece más concreta, sin dejar de ser exhaustiva. ¿En qué lineas se quiere trabajar?
—En un contexto de escasez de recursos hay que seleccionar muy bien dónde se llega. Con un presupuesto diez veces mayor habría para todo; ahora, hay que medir mucho. En este contexto el precio de las actuaciones se ha ajustado mucho. Ahora se puede hacer más con una cantidad menor. Una de las principales líneas es la innovación, que es social, que es cultural y que tiene que ver con cosas diferentes porque la situación ha cambiado.
—Es uno de los conceptos de los que más se habla, pero ¿en qué consiste exactamente?
—Hicimos un congreso de innovación social internacional, un diagnóstico sobre la acción social y la innovación, hemos desarrollado un grupo motor de innovación y trabajamos en la Córdoba Social Lab. Esa labor de innovación tiene mucho de línea cultural. Trabajamos con la discapacidad y con los trastornos del espectro autista, porque tenemos a muchos niños en los colegios. Hemos cogido la cultura, pero que se pueda traducir como vehículo de comunicación. Estamos muy orgullosos de la acogida de la exposición «Lo imposible, lo inalcanzable».
—¿Cómo se podía enlazar el arte con un problema como el autismo?
—Se unía el arte contemporáneo, el espacio de Viana y la Magdalena. Cada artista hacía una convivencia con un niño autista y lo que le inspirara acababa creando una obra. Por ejemplo: una bola del mundo inacabada porque el niño veía al mundo así. Ese tipo de cosas que unen arte, comunicación y discapacidad en un gran espacio expositivo, crean innovación social. También trabajamos en un proyecto innovador sobre el cáncer, con la asociación, con médicos y con todo el empuje de lo social. Miramos cuáles son los puntos calientes donde hay gente desarrollando cosas en el arte, en la discapacidad, en la innovación y juntándolo con nuestros principales esfuerzos, proyectamos ese valor. Ha habido programación cultural en el Palacio de Viana, que se abre no sólo para la visita museográfica, sino también para versos y conciertos, que ahora han terminado. Hemos abierto Viana a la ciudad por cultura y por acción social. Este espacio es para 100.000 visitantes, pero también para la labor social, para quienes están trabajando con la marginalidad.
—¿Se trata de saber qué hay de interesante en la sociedad y apoyarlo, más que de liderar la inciativa?
—En un contexto donde hubiera un presupuesto importante, lo normal es que nadie colaborara con nadie y cada uno haga su propia guerra. Eso ha pasado a la historia. Ahora es que juntos somos más capaces. Las nuevas tecnologías impulsan a confiar en el otro, a generar colaboración y a generar espacios de desarrollo. Lo obvio, cuando uno tiene un presupuesto limitado, es invertir en los puntos multiplicadores que desarrollen y que hagan partícipes al resto de colectivos con fines similares.
—¿Y cómo se hace, con un presupuesto limitado?
—Hemos apostado por el desarrollo del teatro local, por ejemplo, pero también por proyectos que de forma transversal cojan arte, cultura, innovación y espacios como el Palacio de Viana. Así, para una exposición de arte contemporáneo, acaban entrando 300 personas de las cuales 40 son niños autistas que hasta participan en una rueda de prensa. Hay que centrar muy bien el tiro, juntar las máximas sensibilidades de lo diverso, de los distintos esquema. Muchas veces, no se sabe muy bien dónde va a llegar, pero sí que va a ser diferente. Eso es innovación y una vida diferente. Poner etiquetas sólo genera exclusión: hay que centrarse en lo común que tenemos, no en lo que nos divide. Hoy día nos podemos poner de acuerdo en qué es lo común y qué lo prioritario.
—¿Tan importante es la colaboración para salir adelante?
—En lo colaborativo, en lo común, es donde se crean las sinergias. ¿Nos podemos poner de acuerdo, huir de las polémicas y centrarnos en el resultado? Hay dos opciones. Uno se puede dedicar a intentar llevar razón y comunicarlo o a conseguir resultados, aunque para eso no siempre puede llevar uno razón.
—¿Qué lugar tiene la iglesia de la Magdalena y otros equipamientos?
—No es propiedad nuestra: la tenemos cedida por la diócesis por 25 años. Es un espacio singular, donde se apuesta por ofrecerla a la ciudadanía, a la cultura, a lo social. La única limitación es que se respete su situación. Permite cualquier programación que se pueda conjuntar con otro espacio, como la exposición «Lo imposible, lo inalcanzable», que era en los dos espacios. El concierto de Toni Zenet también tuvo que pasar de Viana a allí. Solemos traer a gente que le gusta mucho venir al lugar donde actúa, como Viana o la Magdalena, que no son nada típicos. Lo dijo también varias veces Javier Sierra en el Foro Cultural de ABC en el Patio de las Columnas. Y había 250 personas.
—¿Volverá la política de grandes exposiciones?
—El contexto de una sala museística y unos cuadros de primer nivel, hoy día tal vez no. Si volverán algún día, no se descarta. Obviamente, tendrán que darse otros tiempos. Ahora sí conectamos mucho con las instituciones, como la de 60 años de pintura contemporánea, o la que vamos a llevar al Museo de Bellas Artes de Bilbao. Sí movemos mucho nuestra colección: en noviembre Viana se vestirá de Teno.
—La Mezquita-Catedral es el gran atractivo turístico de la ciudad. ¿Puede el Palacio de Viana ser un buen foco de atracción en el extremo opuesto del casco histórico?
—Tenemos un casco histórico muy grande, uno de los mayores de Europa. Pero se visita una zona muy marcada, muy industrializada turísticamente, que es el entorno de la Mezquita-Catedral. Y sin embargo es un espacio potente, porque se vive en él y no está invadido. Se musealizan los patios con las rutas y la Ajerquía Norte es un barrio interesante: de toreros, piconeros, con tabernas históricas, iglesias magníficas que se pueden abrir. Hay patios importantes como el de Trueque. Intentaremos que la Ajerquía Norte pueda significar otro día en Córdoba, sumando todas estas cosas. Hablaríamos con las hermandades para abrir las iglesias, crear algún menú en los restaurantes, y eso pueden ser varias horas de calidad para los que vengan a Córdoba y pasen por aquí. La ciudad tiene 1,2 millones de visitantes, poco va a subir. Pero a Viana vienen 100.000, ¿pueden ser 150.000 y poblar la Axerquía?
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