Recuerdo de un campeón Sobre el caso Pujol
El próximo sábado se cumplen cincuenta años del Campeonato Mundial de Acrobacia Aérea, que tuvo lugar en Bilbao (aeropuerto de Sondica), en el cual, mi hermano (q.e.p.d.) Tomás Castaño se proclamó Campeón del Mundo.
Ha pasado mucho tiempo, y parece que fue ayer cuando toda España estuvo pendiente del equipo acrobático español, que con el gran piloto (q.e.p.d.) José Luis Aresti como director del equipo, más los pilotos Ugarte, Arrabal, Negrón, Quintana y Castaño se consiguió el subcampeonato por equipos, con Castaño como campeón mundial, siendo este el primer piloto en conseguir este título para nuestra aviación deportiva. Me gustaría con esta carta recordar a la opinión pública aquella hazaña de nuestros aviadores, que pusieron en lo más alto el pabellón de España, en aquellos tiempos de escasos éxitos deportivos. Es por esto que la ciudad de Melilla –donde mi hermano fue nombrado hijo predilecto– recordará este acontecimiento con la inauguración de una estatua en la plaza de la Aviación Española.
Al hilo de lo que acontece estos días con el caso Pujol, herencias, comisiones del 3 por ciento y demás corruptelas, me ha venido a la cabeza una anécdota que leí tiempo atrás en un voluminoso y ameno libro de Noel Clarasó. Nos recordaba el autor cómo en tiempos hubo dos catones, los dos famosos. Al más joven, biznieto del primero, le preguntaron una vez por qué no tenía una estatua si todos los romanos ilustres la tenían.
Respondió escuetamente que prefería que no estuviera la suya. El interlocutor, sin entender nada, le pidió que le aclarase la razón de aquello, a lo que él sentenció: «Por esto mismo que tú me preguntabas. Prefiero que mis contemporáneos me pregunten por qué no me levantan una estatua a que la posteridad se pregunte por qué me la levantaron».
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