Una ola de calor sin fuentes en la calle: las capitales andaluzas obligadas a debatir su modelo urbanístico
Con Sevilla como el caso más flagrante, con un surtidor por cada 4.500 habitantes, los expertos señalan la necesidad de hacer más «amables» las ciudades ante la subida de las temperaturas

Una fuente de agua puede salvar vidas. Es la moraleja después de las más de 1.000 muertes que se estima este julio a causa de una ola de calorasfixiante. Durante mucho tiempo fue un debate menor, pero las circunstancias climáticas y ... la estimación de que irá a peor por parte de los expertos, ha hecho saltar las alarmas sobre la prevención urbanística y el modelo de las ciudades para combatir la situación.
También en Andalucía, donde en algunas de las capitales más afectadas por las altas temperaturas el tema empieza a ser una cuestión recurrente en la política local. Granada ha tenido que poner esta misma semana una nueva zona recreativa para combatir el calor. Cádiz, se propuso hace ya dos años convertirse en la capital con más fuentes por habitante ante la subida de las temperaturas. Málaga instaló el año pasado más de 200 nuevas.
Otras, como Almería, recogen peticiones de vecinos y oposición en el Ayuntamiento ante una situación que pilla a contrapié a la urbanística local. «No queda otra» apuntan los expertos.

Con todo, la empresa es complicada. Desde hace años, la «amabilidad» de las ciudades, desde las propias fuentes a bancos de calle, por ejemplo, ha ido decreciendo. En plena sequía, además, cada tratamiento del agua se mira con lupa, tal y como explican desde el Instituto del Agua de Granada.
La institución, de hecho, creó hace pocos meses un mapa interactivo donde ir incorporando las fuentes y manantiales de toda la comunidad. Incluyendo también los bebederos. Sigue incompleto. A la falta de agua y cultura urbanística, se une el ir a ciegas contra el problema. «Es muy complejo saber cuántos hay. Solo en las ciudades ya es difícil. Más aún diferenciar que sean de agua potable» explica Antonio Castillo, investigador del CSIC.
Sin datos ni parámetros a los que aferrarse, la reivindicación ciudadana es confusa. A la totalidad. «Nadie pone en duda que tenga que haber farolas para dar luz de noche en la calle. Con esto pasa igual, es un derecho» señala a este periódico Ana Montalbán, coordinadora de la red de 'Ciudades que Caminan'.
Contextos

Desde la política normalmente se atiende al número de habitantes. Y tomando esto en cuenta, en la comunidad autónoma andaluza hay casos flagrantes. Sin ir más lejos, el de Sevilla, donde la dejadez institucional ha plantado a la capital, en máximas diarias que superan los 40 grados, con apenas una fuente por cada 4.100 habitantes. Dando por sentado que cada una de ellas funcione.
No se trata solo, eso sí, de una cuestión de números. «Nuestra reivindicación está el contexto» explica Montalbán. «No se trata tanto de parámetros estándar. En una urbanización, donde todo el mundo coge el coche, a lo mejor no hacen falta. Pero en calles concurridas, céntricas, hace falta una cada cinco minutos».
Otro especialista en la cuestión, Antonio Giraldo, urbanista y experto en planeamiento urbanístico, incide. «Es necesario un enfoque global, pero también concreto. Por un lado, hay que tener en cuenta el entorno. Evitar el asfalto, las fuentes ornamentales, por ejemplo, sirven igual. Está comprobado que bajan la temperatura. Por otro, no es lo mismo Sevilla que Oviedo. Allí hacen una función especial, también a nivel turístico».

En ese sentido, Giraldo critica en parte la decisión de obligar a los bares a dar agua gratis. En algunos casos como el de Cádiz, incluso se hace una llamada a los dueños de los establecimientos para incentivar la medida.
«Nadie pone en duda que es positivo, pero es como pasar la pelota a los hosteleros. Además de renunciar a un urbanismo más amable. Es igual que con los baños públicos. Están desapareciendo y hay personas mayores que no pueden ir de una punta a otra de la ciudad sin ir al servicio» señala el urbanista.
La necesidad, insisten todos los entrevistados para este reportaje, reside cada vez más en buscar la manera de convertir en habitables ciudades cada vez más inhabitables. Córdoba, por ejemplo, anunció la creación de una 'app' para informar a los ciudadanos de la ruta de bebederos. Y aunque pueda presumir de más de 650 fuentes, podría quedarse corto si hablamos de su entorno urbanístico.
La cuestión, resume Giraldo, está en la apuesta pública y el modelo que se proponga. «Vemos el caso del barrendero que se murió de un golpe de calor en Madrid y, probablemente, si hubiera tenido una fuente de agua cerca podría haberse salvado. Lo que está claro es que una fuente es un recurso necesario. Y barato. Se hacen en serie».
Entre el ahorro y la salud
Paradojas culturales

Es llamativo que en las ciudades andaluzas, como es el caso Granada, famosa hace siglos por la abundante presencia de agua, ahora sea harto complicado encontrar alguna cerca para cualquier vecino o turista.
Explica Castillo, buen conocedor de la historia del agua en Andalucía y sus usos, que se trata, en el fondo, de una cuestión cultural que responde al desarrollo de los tiempos. «Antes no había grifos en las casas, ni bañeras» incide. El progreso hacia la mejora de la vida en el espacio privado ha restado espíritu en lo público. Un «progreso mal entendido».
«Todo tiene que ver con razones de salubridad. Es evidente que la situación ahora es mejor que hace cinco siglos, pero parece que a los Ayuntamientos, con la excusa de la salud pública y el vandalismo, han preferido matar al perro porque así no hay pulgas», resume el investigador.
La paradoja, de hecho, está en cómo la necesidad de ahorrar agua por la sequía fruto del calor es la excusa perfecta para no poner fuentes públicas y cortar las ornamentales, que ayudarían al ciudadano a poder sobrellevar los efectos climáticos. La solución, como siempre, está en una mejor gestión de recursos y no de discursos.
«Hay muchas formas, por ejemplo, de utilizar el agua potable de fuentes y conectarlas con el regadío. Gastamos un 80% del agua en la agricultura y no miramos a las ciudades. El gasto sería mínimo. Todo eso sin tener en cuenta su función estética, claro. Al fin y al cabo, a quién no le gusta una fuente», propone Castillo.
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