Despoblación en Andalucía
La única vecina de una aldea de Jaén: «No me siento sola»
Beatriz Piqueras es la única habitante de Moralejos, una pequeña aldea de la Sierra de Segura (Jaén) en la que construyó una casa rural
Beatriz Piqueras en los lavaderos de Moralejos el día que la visitó ABC
La ruta de 'las aldeas perdidas' de Segura de la Sierra es un paseo de 18 kilómetros por las cumbres del Yelmo, el Banderillas o el Empanadas, bajando a los calares como los Campos de Hernán Perea, Navalperal y Navalespino entre las tierras que baña ... el río Segura. Grupos de senderistas buscan la memoria de ese pasado en ruinas de una Andalucía vacía y olvidada bajo el vuelo de los buitres y el piar de los vencejos. «En todas sólo quedan restos de las casas, piedras y los hierros de algún mobiliario», señala Beatriz Piqueras, única habitante de Moralejos.
Una de las pequeñas aldeas en este parque natural que se resiste a morir con ella como única habitante y su casa rural como reclamo para dar vida a esas calles que conforman nueve casas, donde algunos vecinos de Orcera o Segura tiene segunda residencia y donde la única persona que suele verse un pastor que va a por su rebaño, un puñado de gallinas y una mula maniatada cuyos pasos la asustaron una de las primeras noches en este enclave rodeado de naturaleza.
Beatriz no es natural de la aldea, sino una foránea que se asentó en ella por convicción tras la pandemia. Enferma, necesitaba oxígeno y aire limpio para su pulmones. Buscó un lugar con ese aire puro donde respirar. «Todavía pierdo la voz cuando hablo mucho rato», afirma. Por eso llegó a Moralejos en medio de confinamiento, sin saber que iba a dejar atrás su vida como ejecutiva de ventas en Mercedes. Más de 20 años vendiendo joyas y coches reconvertidos en hostelera rural para ser feliz.
Cuando todo se cerró se puso a estudiar marketing digital para vender por internet. La idea era quedarse en la aldea y tener un sustento, pero se le ocurrió la idea de hacer una casa rural. Apostó por eso. Vendió todo lo que tenía de su vida en Madrid, Estados Unidos y Albacete para invertirlo en ese alojamiento y marcharse allí.
«No creía que me iba a quedar aquí sola. Cuando vine había vecinos, pero al llegar el otoño todos se fueron. En invierno ya no había nadie por aquí», señala Beatriz, sentada en el patio de su casa, antes de dar una vuelta para recoger membrillos para hacer dulce o setas juntos al río para el aperitivo. «Hay mucho que hacer. Desde preparar la leña, la comida, arreglar la casa... No uso despertador. Me levanto cuando sale sol y hasta que anochece. Hasta organizo talleres en el bosque o rutas de senderismo para los huéspedes», explica a ABC mientras hace fotos a una araña para una catalogación que se está haciendo de las especies de arácnidos del parque natural.
Los fines de semana la casa rural está llena. Y entre semana tiene que preparar todo para las reservas que tiene. «Hay que organizarse muy bien. Aquí no se puede ir a la farmacia o al supermercado si se te olvida algo. Cuando vas tienes que traer todo lo que necesitas. Lo llevo todo apuntado», afirma Beatriz.
Pasea por el bosque mientras explica que le dan pena los huertos que están abandonados, porque ya nadie los cultiva. «Es un trabajo muy duro. Hay vecinos que los conservan y tiene que sacar la recolecta a mano hasta el camino. Aquí la mula sigue usándose como animal de carga», reseña Piqueras, quien va armada con su cámara para tomar fotos de los paisajes y de los buitres, que merodean una pieza de una montería que no ha sido retirada el fin de semana.
Alcaldesa pedánea, como única habitante fija de esta aldea, la soledad dice que no es un problema. «No me siento sola. Aquí sólo vivo yo, pero no estoy sola, porque estoy conectada. Con el móvil puedo hablar con mis hijas o ver a mi nieto», afirma la única habitante de la aldea.
Moralejos son nueve casas con una sola habitante
Ha llegado a estar 17 días aislada por la nieve. Nadie sabía que vivía allí y el Ayuntamiento no mandó los quitanieves. «El pastor para venir aquí, muchas veces, tiene que caminar hasta una hora y media desde otro lugar donde tienen una explotación de vacas», recuerda.
Pese a todo, desde que está al frente de la 'Casa Tatisita' en este paraje natural, dice que ha ganado salud y calidad de vida, como el lujo de poder leer más libros y de aprender cosas nuevas que no hubiera imaginado antes. Ahora sabe identificar a los pájaros por su piar en el bosque o hacer platos típicos de esta sierra de Jaén.
«Como muchas cosas de temporada y si no hay tomates, pues se come otra cosa. Los vecinos que aún tienen huertos me dan muchas hortalizas y he aprendido a conservar, por ejemplo, las legumbres», apunta Beatriz, mientras reflexiona: «Mi concepto de vivir no es ganar mucho dinero y tener muchas cosas, sino disfrutar la vida con lo que te da. Ahora soy feliz. Lo que gano lo gasto en la casa», concluye.