Palomares, 55 años después de la caída de las bombas: esperando a Mr. Biden

«Ojalá el Covid hubiera afectado igual a nuestras vidas que el plutonio». José González, de 75 años, lleva toda su vida en Palomares, el pequeño pueblo almeriense donde un 17 de enero de 1966 cayeron sin detonar cuatro bombas atómicas tras la colisión de un superbombardero norteamericano B-52 con un avión cisterna en plena maniobra de repostaje. Pero lo que los proyectiles y el material radiactivo estadounidense con el que ha convivido cinco décadas y media no han conseguido sí lo ha hecho el maldito bicho de origen chino, vaciando calles y llenando de temor al contagio a sus vecinos. En esto, al menos, Palomares no es distinto al resto del mundo. Porque, además de que acabe de una vez la pesadilla de la pandemia, lo que más desean sus habitantes es sacudirse por fin el estigma provocado por el accidente más grave de la Guerra Fría. Y aunque el escepticismo forjado a través de los años es atómico, el inminente cambio de administración en los Estados Unidos ha devuelto una cierta esperanza en que de una vez por todas se cumpla el protocolo firmado entre ese país y España para la retirada del material contaminante que queda en la población, encallado desde que el ministro José Manuel Margallo y el entonces secretario de estado John Kerry lo suscribieran en 2015.González, cuya familia regenta el estanco del centro del pueblo, presenció directamente el accidente nuclear. A diario contemplaba como un espectáculo el paso de los aviones, que entrando en la Península por el río Almanzora se abastecían de combustible en su periplo de vuelta a EE.UU. desde la frontera turca y la URSS. Calle de Palomares rotulada con la fecha en que cayeron las bombas - F. Silva«Tenía 21 años; iba en la moto» -recuerda González a través de sus vivos ojos azules- «cuando vi una enorme explosión en el cielo seguidas de otras muchas que generaron unas columnas de fuego inmensas». Tres bombas (con potencia nuclear 70 veces mayor que las de Hiroshima y Nagasaki) habían caído en diferentes puntos de tierra; otra lo hizo en el mar. Si llegan a explotar, la historia de este país habría sido terroríficamente diferente.Luego, José recorrería con un guardia civil montado atrás todos los puntos en los que habían caído restos de las aeronaves. El tren de aterrizaje de uno de ellos, a las puertas de la escuela. «Pero no rompieron ni una teja del pueblo». A uno de los pilotos lo recogió su hermano Manuel. En la documentación que portaba, una foto de su mujer y sus dos hijas «y tres pesetas». Durante los siguientes tres meses, el Ejército norteamericano, con más de un millar de soldados acampados en la misma playa de Quitapellejos donde se bañó Manuel Fraga para demostrar que no había peligro, desplegaba la operación «Flecha Rota»: unas tareas de limpieza que posteriormente se supieron demasiado limitadas. El icónico baño de Manuel Fraga junto al embajador de EE.UU. en la playa de QuitapellejosEl año pasado, la administración norteamericana reconoció el derecho de muchos de esos soldados a percibir indemnizaciones por las enfermedades que muchos desarrollaron en los años siguientes. Pero aquellos trabajos fueron más más efectistas que efectivos. «En 5.000 barriles de tierra que recogieron, los americanos apenas se llevaron 270 gramos de los nueve kilos de plutonio que quedaron enterrados entre los términos municipales de Cuevas del Almanzora (del que depende Palomares) y Vera», cifra José Ignacio Domínguez, representante de Ecologistas en Acción. Desde entonces, la vida en Palomares ha discurrido entre el mito radiactivo y la realidad de un pueblo que se ha hecho a sí mismo atravesando exactamente los mismos avatares que cualquier otra población similar del sur de España. Desde las penurias económicas y la inmigración al retorno de muchos a un paraje agreste sobre el que han construido un fructífero presente basado en la agricultura y el turismo.«Tengo tres hijos y cinco nietos, y ninguno me ha salido con tres ojos»José González, Testigo del accidente aéreo de PalomaresDel núcleo almeriense, con un índice de paro muy inferior a la media andaluza, salen sandías sin pepitas («fashion», se denominan), lechugas y calabacines con destino a media Europa. Entre Palomares y Villaricos (también pedanía de Cuevas), hasta la irrupción del Covid se ha venido celebrando cada principio de agosto el Dreambeach, uno de los festivales de música electrónica más potentes de todo el país. Y miles de jóvenes acampan junto a la misma playa en que hace cinco décadas y medio durmieron los soldados de EE.UU. Durante este verano, a pesar del Covid, las segundas residencias se han llenado Óscar Velasco, alcalde pedáneo de Palomares - F. Silva«He tenido tres hijos y cinco nietos, y ninguno me ha salido con tres ojos», ríe de nuevo José González. En otra habitación de la vivienda aledaña al estanco está su suegra, de 92 años de edad. A sus convecinos, en torno a un centenar cada años, se les somete a controles médicos continuos en Madrid. Nunca con resultados preocupantes. «Peor de contaminación están en Madrid o en Huelva con el Polo Químico», apunta el alcalde pedáneo, Óscar Velasco, 36 años, nacido en Barcelona de padres emigrantes, licenciado en Ingeniería en Málaga y retornado a su pueblo como jefe del equipo de producción en Deretil, industria farmacéutica con una gran planta en Villaricos.«Empezar de cero»«Este pueblo es maravilloso, pero queremos empezar de nuevo». Conservando un marcado acento del norte de España (nació en Teruel, vivió en Alemania y reside en la población almeriense desde hace varias décadas), Belén Collado, también septuagenaria, resume la paradoja que preside la vida en su pueblo en animada conversación desde el centro para la tercera edad «Las bombardas».En Palomares, es cierto, están cansados de responder cada enero de aniversario más o menos redondo a las preguntas de los periodistas. Hartos, también, del alarmismo que generan ciertas protestas ecologistas. «Algunos de ellos se jactan de no venir por aquí, no sea que se contagien de algo», se quejan. «Y eso hace daño». Pero no es menos verdad que todos son conscientes de que bajo sus pies sigue existiendo una amenaza latente que esperan desaparezca de una vez para que los informadores no volvamos. El Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) concluyó en 2008 un minucioso estudio sobre la contaminación enterrada en Palomares. Cuando el «boom» de la construcción comenzó a remover terrenos nunca antes tocados, se habían encendido las alarmas y fue necesario actuar. Se analizó entonces una superficie de 660 hectáreas, con 320 sondeos a distintas profundidades (entre cinco metros y medio metro), y en 41 de estas hectáreas se detectó una contaminación residual significativa. Las tierras afectadas fueron expropiadas y perfectamente delimitadas y valladas en tres sectores. Y siguen siendo objeto de estudios continuos, pero el riesgo estriba en que, con el tiempo, «el plutonio deriva en americio y éste es mucho más volátil, radiactivo y peligroso», resume el alcalde de Cuevas del Almanzora, Antonio Fernández.John Kerry y el m inistro Margallo, tras firmar el protocolo en 2015 - ArchivoDe aquel informe salió un pormenorizado plan de limpieza, que estimaba en 50.000 los metros cúbicos de tierra que deberían ser retirados. Y es lo que los regidores cueveños llevan desde entonces desgañitándose para que se realice, con nula suerte. Fernández acababa de ser nombrado alcalde cuando en 2015 Kerry, bajo el mandato de Obama, trajo a España el compromiso de colaborar en la limpieza y se llevó a cambio la guitarra que le regaló Margallo. Según ese acuerdo, su administración se llevaría al desierto de Nevada los barriles de tierra radiactiva que el ejecutivo español le dejaría en un puerto del Mediterráneo.Pero nada. «Desde entonces han coincidido elecciones en España, un largo gobierno en funciones, nuevos comicios, una moción de censura, el cambio de presidente en los EE.UU. y finalmente, la pandemia», se lamenta Fernández, buscando explicación a tanto parón. El jueves anterior a la declaración del estado de alarma por el Covid, el alcalde había cerrado en Madrid una reunión con la presencia de representantes de los ministerios de Transición Ecológica, Interior, Defensa y Exteriores para hacerles ver la necesidad de reimpulsar el plan de limpieza. El estallido fatal de la pandemia impidió que se celebrara.«Luz» con la llegada de BidenAhora, para los palomareños, la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca significa «una luz». Más al intuir que John Kerry tiene visos de ocupar un cargo significativo en su administración. Cuando Trump sucedió a Barack Obama en 2016, todos fueron conscientes de que «America first» significaba volver a esperar. «Si Trump estaba pensando en dar un golpe de Estado; cómo se iba a preocupar de limpiar Palomares», asevera con sarcasmo Juan José Pérez, ahora dueño del céntrico pub «JJ», donde abreva la comunidad británica que reside en el pueblo, pero también alcalde pedáneo del mismo durante doce años. Con orgullo, pero con la desazón de no haber conseguido nada, Pérez muestra al periodista las fotos de su visita al embajador de EE.UU. cuando ejercía el cargo.Juan José Pérez, exalcalde pedáneo, en el bar que regenta ahora - F. Silva¿Qué ocurre si a pesar de todo los Estados Unidos se siguen negando a colaborar? Muchos piensan que el Gobierno español, pase lo que pase, ha de hacerse cargo de la limpieza. «Pero el problema, según nos dicen, es que ni en España ni en toda Europa hay un lugar seguro donde depositar esos residuos», aclara Antonio Fernández. Un dilema que convierte en imperativo, por tanto, el concurso de los EE.UU. «Hay que seguir presionando, no podemos dormirnos», concluye el exalcalde pedáneo Juan José Pérez. «Los políticos se han gastado miles de millones en bobadas, pero ningún gobierno ha puesto el empeño definitivo para solucionar este problema. Si Palomares hubiera estado al lado de Barcelona, se habría limpiado hace no cinco, sino cincuenta años».

Palomares, 55 años después de la caída de las bombas: esperando a Mr. Biden

Los vecinos de la pedanía almeriense donde cayeron cuatro bombas nucleares en 1966 exigen la retirada de las tierras aún contaminadas por plutonio entre el escepticismo y la esperanza en el nuevo presidente de EE.UU.

Límite de sesiones alcanzadas

Has superado el límite de sesiones