El día que mataron a Gregorio

El sonido seco de un disparo de la banda ETA reventó la cabeza del edil popular

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Alfonso J. Ussía

El día que mataron a Gregorio Ordoñez llovía en San Sebastián. A ETA le gustaba matar los días de lluvia. En su maletín llevaba un cómic, 'La historia de la tamborrada', un regalo para su hijo, Javier, de un año y medio de edad. ... Tres noches antes, mientras la Bella Easo se llenaba de desfiles y de replicantes, el comando Donosti trató de cazar al político donostiarra. No lo consiguieron, a pesar de que Gregorio sólo llevaba escolta en el trayecto de su casa al ayuntamiento, a las siete de la mañana. Luego no sabía lo que haría, así que tampoco lo sabrían los malos.

El día que le mataron, Gregorio decidió invitar a comer a la encargada de 'gazteleku', junto a María San Gil, su fiel escudera. Le gustaba mucho la ensaladilla rusa, así que fueron hasta el restaurante La Cepa, en la Parte Vieja. Mientras atravesaban la calle de San Jerónimo hasta la calle 31 de agosto, Valentín Lasarte se cruzó con ellos. Les siguió a una distancia prudencial, convencido de que ese día no fallarían. Esperó uno o dos minutos en la puerta del restaurante. Quería saber dónde se sentaron y comprobar si le daba tiempo a avisar a los pistoleros del comando. Hubiera sido posible, quién sabe, que Gregorio y María eligieran cualquier otro bar, como el Lasarte, propiedad de los padres del miembro de ETA. Allí todos se conocían. No sería la primera vez. Aunque sí hubiera sido la última.

El etarra entró en La Cepa y se apoyó en la barra. Fichó la mesa dónde estaban sentados y salió escopetado para avisar al resto del comando, escondido en un piso de la calle de Bermingham, en el barrio de Gros, al otro lado del Urumea. Javier García Gaztelu, 'Txapote', y Juan Ramón Carasatorre, cargaron sus pistolas y siguieron a Lasarte hasta allí. María se dio cuenta que un hombre con pasamontañas y chubasquero rojo había encañonado su Browing 9 mm parabelum en la nuca de Gregorio. Un segundo después, el sonido seco de un disparo reventó la cabeza del edil popular.

Y es la clase de memoria democrática que necesita España para saber qué nos ha traído hasta aquí.

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