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Día de vivos y difuntos

Mariano Rajoy atacó con contundencia, gesticulando con las manos, juntando los dedos como si fuera la cabeza de un pollo y utilizando la ironía, mientras Rodríguez Zapatero se mostraba muy serio en su escaño

TEXTO: LUIS AYLLÓN

MADRID. Encontrar una plaza en el puente aéreo no fue ayer nada fácil. El desembarco catalán en Madrid no obedecía esta vez a la poderosa llamada de un Real Madrid-Barça, sino a la lidia de un morlaco de afilados pitones que el PP quería devolver a los corrales y que no se llamaba ni «Romerito» ni «Jaranero», ni cosas así, sino «Estatut», un nombre con el que no se lidiaría un toro ni en la Monumental de Barcelona.

Miembros del Parlament, representantes de distintas instituciones catalanas y periodistas, pusieron ayer el acento y las palabras en catalán. Nunca se oyó hablar tanto en esta lengua en el Congreso, aunque los oradores, con delicadeza, sólo la utilizaron desde la tribuna de manera testimonial, comenzando con Artur Mas, que fue el primero en hablar y que, por cierto, tuvo el lapsus, luego corregido, de subrayar el «sentido de España» de los catalanes cuando quería decir el «sentido de Estado».

Camino del velatorio

A Carme Chacón, diputada del PSC y vicepresidenta de la Cámara Baja, le tocó recibir a la delegación catalana -encabezada por el president del Parlament, Ernest Benach-, que llegó tan seria que parecía que iban a preguntar por el velatorio número 24 para dar el pésame a la familia del finado en una fecha tan apropiada como el 2 de Noviembre, Día de los Difuntos. Tras de ellos, más sonrientes y más vivos, los defensores del Estatuto, el trio formado por Mas, De Madre y Carod-Rovira. Esta vez, Carod, como la mayoría de los diputados de ERC, dejó la estética que ha hecho famosa el tripartito de camisas y corbatas negras y grises, para ofrecer una imagen más clásica de traje y camisa azules.

Instalados en una mesa frente a la tribuna de oradores y a la Mesa del Congreso, los tres tenores actuaron ante un público expectante y Carod-Rovira demostró, al citar un artículo de Azorín en ABC, que es un buen lector de este periódico, herencia que tal vez le dejó su padre, guardia civil. Después, a la espera de la sesión de la tarde, en los pasillos del Congreso se produjo un tapón que sólo se superó cuando sus señorías se fueron desparramando por los restaurantes de los alrededores, ayer abarrotados.

Un ramito de romero

Y a las cuatro en punto de la tarde, aunque la hora no fuera muy taurina, Manuel Marín hizo salir al ruedo a un Zapatero, de azul por fuera, pero de «rojo Marie Claire» por dentro. El maestro llevaba consigo el amuleto que Manuela de Madre le había entregado: un ramito de romero que, a su vez, recibió de una gitana para desearle suerte.

El Zapatero más «genuino», que había aplaudido los discursos de los presentadores del Estatut, quiso mostrarse firme y subrayó muchas de sus afirmaciones con gestos de su cabeza y de sus manos, incluido su clásico «donuts» con el índice y el pulgar. Aún así no logró suscitar un gran entusiasmo, con un discurso largo que, en lugar del ansia infinita de paz que Zapatero proclamó en su día, lo que le provocaba a uno a esas difíciles horas de la tarde era un ansia infinita de que terminara de hablar.

El presidente del Gobierno ni cosechó más que ligeros murmullos en algún momento en los escaños del PP ni arrancó excesivos aplausos de su grupo. En siete ocasiones, los diputados socialistas ovacionaron a su líder, mientras que Mariano Rajoy fue interrumpido veintitrés veces por los entusiastas aplausos de sus compañeros de partido, que además le recibieron en pie al concluir su intervención y le obligaron a levantarse de su escaño para saludar.

El presidente del PP, consciente de que circulaba en una autopista -naturalmente de peaje, como las de Cataluña- en la dirección contraria al resto de los grupos y de que no tendría oportunidad de contrarréplica hasta bien entrada la noche, descargó toda su artillería en esa intervención. Lo hizo con contundencia, gesticulando también con las manos, juntando los dedos como si fuera la cabeza de un pollo y utilizando alguna vez la ironía, con argumentos fáciles de comprender y dirigidos a la línea de flotación de un Zapatero que se mostraba muy serio en su escaño.

Como se esperaba, tras sus palabras Rajoy tuvo que soportar el aluvión de críticas del resto de los grupos parlamentarios y las acusaciones de fomentar la catalanofobia. Con ese ambiente, ayer no contaba aquí un chiste de catalanes ni Eugenio, que en paz descanse.

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