Todos a la cárcel
«La visita de Iglesias a Junqueras es el primer acto público de una negociación política que pretende hacer posible un acuerdo tripartito entre PSOE, Podemos, ERC»

A medida que el locutorio de la cárcel se convertía en el camarote de los hermanos Marx iba quedando claro que la visita de Iglesias a Junqueras había cambiado de propósito. Ya no se trataba solo de un encuentro más o menos descarado ... entre el autor intelectual de los presupuestos y el presidente de ERC para negociar la aprobación de las cuentas del Estado. Se había convertido, de hecho, en el primer acto público de una negociación política que pretende hacer posible un acuerdo tripartito -PSOE, Podemos, ERC- para garantizar simultáneamente la estabilidad del Gobierno central, del Gobierno catalán y del Gobierno barcelonés.
Ayer se vieron las caras el socio preferente de Sánchez y el líder moral del procés. No fue una conversación de jefes de partido. Fue mucho más que eso. Los interlocutores, uno en nombre de la izquierda y el otro en nombre de la causa independentista, hablaron de algo más que del futuro inmediato. No se trataba solo de discutir si esta legislatura debía acabar en otoño o en primavera, en el 19 o en el 20, con prórroga presupuestaria o sin ella, sino de avizorar lo que podría deparar la siguiente en el caso de que socialistas, podemitas y republicanos sumaran sus fuerzas durante los próximos seis años.
El proceso que ayer se puso en marcha entre rejas tiene una trascendencia inimaginable. En caso de que siga adelante, no solo marcará el signo ideológico de la política ordinaria en España durante el próximo sexenio, sino que orientará la solución de la cuestión catalana por caminos difícilmente compatibles con la unidad territorial que hemos conocido hasta ahora. La frontera que se cruzó ayer eleva la apuesta. El truque ya no es un sí a los presupuestos a cambio de la libertad para los caudillos de la rebelión . De lo que se trata ahora es de que el PSOE acabe aceptando el derecho de autodeterminación a cambio de que el independentismo renuncie a la vía unilateral.
El acuerdo sería pésimo para España pero muy ventajoso para cada uno de sus firmantes. Sánchez seguiría en La Moncloa , Junqueras -antes o después- se convertiría en presidente de la Generalitat, Ada Colau continuaría siendo alcaldesa de Barcelona y Pablo Iglesias asumiría, de hecho, tres cargos virtuales a la vez: vicepresidente del Gobierno, conseller en cap y primer teniente de alcalde. Lo único que puede frustrar el plan es que un ataque de cuernos lleve a Puigdemont a la guerra abierta con Esquerra o que el electorado socialista castigue la traición de su candidato con un corte de mangas masivo cuando llegue el momento de las urnas.
De hecho, a la chita callando, Sánchez ha llevado a su partido al punto exacto en el que se encontraba cuando los barones le expulsaron de la secretaría general en el comité federal de los cuchillos largos. Pidió permiso para una investidura con el apoyo de Podemos y de los independentistas y la respuesta fue la guillotina. Poco más de dos años después, el muerto goza de buena salud, sus verdugos están cautivos y desarmados y la guillotina ha cambiado de cadalso. El único obstáculo que puede impedir el buen fin de la maniobra que ayer comenzó a hornearse en Lledoners es el repudio de los votantes. Sin su apoyo, el castillo de naipes se viene abajo.
Por eso precisamente Sánchez tratará de engañarles. Ya se disfrazó de cordero cuando apoyó la aplicación del 155 en tiempos de Rajoy. ¿Pero qué queda ya de aquel aguerrido defensor de la legalidad constitucional? Solo el discurso. Y estoy seguro de que lo mantendrá a machamartillo. Pincho de tortilla y caña a que desmiente que Iglesias haya ido a ver a Junqueras con su aquiescencia, que esté barajando la posibilidad de conceder los indultos o que le parezca bien el despiece de la soberanía nacional que reclaman los costaleros del prcés. Pero su palabra no vale nada. ¿Cuántas veces ha sido capaz de mantenerla? Creer lo que dice ha dejado de ser un gesto de confianza. Ahora es tan solo un síntoma de estupidez.
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