Son ya el pasado
Puigdemont y Junqueras ya no mandan en sus respectivos partidos

Puigdemont y Junqueras ya no mandan en sus respectivos partidos. Si el líder de los republicanos ha controlado su sucesión, y Pere Aragonès ha sido su elegido, Puigdemont se ha visto abrumadoramente desautorizado por la elección de los dos candidatos que expresamente no quería. Piensa ... lo mismo de Laura Borràs y de Joan Canadell, ganadores de las primarias de Junts per Cataluña: que son unos analfabetos políticos y unos exaltados sin propósitos realistas. Pero lo que más teme de ambos es que no los controla, y que como Quim Torra, con quien acabó enemistado, llegando al extremo de no hablarse, pueden cometer cualquier locura.
Junqueras ha visto cómo Pere Aragonès iba poblando de afines la estructura de Esquerra. Sergi Sabrià como jefe de campaña y de comunicación se ha convertido en la mano derecha del nuevo candidato. Sergi Sol, el hombre fuerte de Junqueras, se ha desvinculado del partido y se dedica a escribir los libros del exlíder y a colaborar en los distintos medios de comunicación. Aunque Esquerra aún espera que los indultos lleguen antes de Navidad, y que el exvicepresidente de la Generalitat pueda participar en la campaña de las próximas elecciones autonómicas del 14 de febrero, si Aragonès las gana, el presidente será él y cerrará una etapa tras la que Junqueras será lo que Felipe González llamó «un jarrón chino», con ascendiente y prestigio, pero sin poder ejecutivo ni margen para relanzar su carrera política.
Aragonès le mantendrá los honores siempre que Junqueras se mantenga leal al que se convertirá en presidente de pleno derecho si logra ganar las elecciones, lo que de todos modos no puede darse ni mucho menos por descontado.
Puigdemont cuenta con el afecto y la admiración de los votantes de su partido, pero en su carrera por extremar su discurso, el delirio de los más alocados le ha pasado por encima. En su afán incendiario, por tratar de dejar a Junqueras como un autonomista y como un traidor, se ha visto desbordado por su público, cada vez más más marginal y radicalizado. No es tanto que Borràs o Junqueras quieran arrinconar al fugado, o dar carpetazo a su era, como que en su fanatismo desbocado no atiendan a razones y acaben dando un paso en falso que agrave todavía más la derrota del independentismo y las ya de por sí severas consecuencias personales y políticas para sus líderes. Con Borràs y Canadell vuelven el caos y la temeridad, sin ningún recorrido posible, y se aleja el horizonte de una cierta tranquilidad -ni que sólo fuera formal- para propiciar un escenario favorable al regreso a España del forajido sin tener que pasar por la cárcel.
Junqueras, desde la cárcel, ha pactado con la realidad, es decir con su derrota política, para salvar su vida personal y su áurea de mito de la causa. Puigdemont, desde Waterloo, ha sido víctima de sus excesos, de su majadería y ha visto cómo su influencia decaía entre los insaciables, a los que es muy fácil excitar cada día un poco más, pero que inevitablemente te acaban atropellando el día que intentas frenarlos. Su derrota política no asumida perpetuará su drama personal con la insignificancia y el olvido.
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