Muere Gabriel Cisneros, «padre» de la Carta Magna y referente de la democracia
CRISTINA DE LA HOZMADRID. En pleno resurgimiento de nostalgias republicanas, reivindicaciones independentistas y revisiones del pasado, la clase política despidió ayer a uno de los «padres» de la

CRISTINA DE LA HOZ
MADRID. En pleno resurgimiento de nostalgias republicanas, reivindicaciones independentistas y revisiones del pasado, la clase política despidió ayer a uno de los «padres» de la Constitución, el diputado Gabriel Cisneros (Tarazona, 1940), al que un cáncer doblegó a los 66 años de edad. La noticia de su muerte, no por temida menos conmovedora, provocó una reacción unánime de pesar incluso entre aquellos que como ERC y PNV no se sienten representados por la que constituyó la más importante aportación de Cisneros a la historia de la Transición española: el consenso en torno a la Carta Magna.
A Cisneros la muerte le sorprendió en Murcia donde se encontraba con sus hijas. Hacía meses que le habían detectado un cáncer al que creyó poder vencer. Acaso este convencimiento le llevó a intentar mantener, en la medida de lo posible, su actividad parlamentaria. De hecho, el Congreso de los Diputados fue su «casa» política desde que en 1971 entrara por primera vez en la Cámara Baja como procurador. Salvo un periodo de tres años -entre 1986 y 1989 en que abandonó la primera línea política-, salió elegido diputado en las elecciones generales de 1977, 1979, 1982, 1989, 1993, 1996, 2000 y 2004, primero en las listas de UCD, más tarde, en las del PP tras sumarse, junto a otros destacados miembros de su antigua formación política, al proyecto de «refundación» de AP.
Reconocimiento
Su permanencia en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo fue reconocida el pasado 14 de junio en la celebración del XXX aniversario de las primeras elecciones democráticas. Cisneros acudió en silla de ruedas para recibir de mano de Su Majestad el Rey, y junto a otros diecisiete diputados y senadores, una placa conmemorativa que recordaba a aquellos representantes elegidos por el pueblo en las primeras elecciones de la Transición y que aún hoy estaban al pie del cañón. Sólo la muerte ha evitado que sumara a su currículum al menos una legislatura más, la que se inicie en 2008.
En ese momento las huellas de la enfermedad eran palpables, pero aún así, tuvo las fuerzas suficientes para levantarse de su silla y ocupar un escaño junto a Manuel Fraga, también al pie del cañón, y con quien compartió las largas jornadas del consenso constitucional.
La penúltima vez que acudió a la Cámara Baja, inasequible al desaliento, fue el pasado 3 de julio en la primera sesión del debate del Estado de la Nación. Entonces, los médicos ya habían advertido del riesgo de un fin inminente, trágico, ante una enfermedad que avanzó inexorable y que le convirtió en una sombra de lo que fue. Porque si hay algo peculiar, llamativo y único en la figura de Cisneros, es que resumía en su persona la historia reciente y convulsa del país.
Fue su fortaleza física y su convencimiento en que la lucha por la libertad merecía la pena la que le permitió, sin duda salir vivo del atentado que padeció el 3 de julio de 1979. Él siempre estuvo convencido de que su rápida reacción echando a correr impidió que ETA le secuestrara, pero, a cambio, le tirotearon. Fue herido de gravedad en el estómago y en la pierna izquierda (lesiones que le acompañaron el resto de su vida), pero esa fortaleza física le llevó hasta la puerta del hospital por sus propios medios. Detrás de este intento de secuestro que derivó en intento de asesinato siempre estuvo la larga y oscura sombra de Arnaldo Otegi, «el gordo».
Apasionado también de las tareas periodísticas -estuvo ligado estrecha y prolongadamente a estas páginas de ABC, donde fue asiduo de su Tercera- Cisneros no sólo fue clave en la «cocina» de la Constitución sino también en la del Estatuto vasco o, más recientemente, junto al socialista Josep Borrell, en la de la Convención de Reforma de la UE, integrándose en el Grupo de Trabajo dedicado a la Carta de los Derechos Humanos.
«Evitar aventuras»
Ahora era vicepresidente tercero de la Mesa del Congreso, «atalaya» desde la que ver y, también, sufrir, las arremetidas contra la Constitución o el modelo de Estado. Cisneros había tenido una profusa producción como articulista, columnista y conferenciante, también como autor de algunos de los discursos del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez. En un texto escrito para el número 1 de la revista «Cuadernos de pensamiento político» de FAES, fundación de la que era patrono, escribió que «creo que no es suficiente el ineludible rechazo de las pretensiones soberanistas, por otra parte, inviables, sino que debe evitarse cualquier aventura que ponga en riesgo el consenso constitucional. Incorporando un aspecto más positivo a la misma cuestión, diré que la propia naturaleza del consenso implica recíprocas renuncias que nos obligan a aceptar el texto de la Cosntitución en su conjunto, incluso lo que no nos gusta».
En el texto, escrito en 2003 con motivo del XV aniversario de la Constitución, también se adelantó al debate sobre la «memoria histórica» al afirmar que ésta «nos aleccionaba sobre tantos amargos fracasos anteriores, fruto de la exclusión y de la intolerancia. Sabíamos que los españoles anhelaban la libertad y que no estaban dispuestos a arriesgarla en aras de maximalismos extremistas. Y nos propusimos buscar el compromiso, en un afán de arrinconar la represalia, exaltando la concordia».
Cisneros recibirá la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a Título póstumo, según acordó el Consejo de Ministros en su reunión de ayer. Esta distinción se sumará a otras como la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil o el Callar de la Orden del Mérito Constitucional, que recibió junto al resto de los ponentes de la Carta Magna, esto es, Fraga, Peces-Barba, Pérez Llorca, Herrero y Rodríguez de Miñón, Roca y Sole Tura.
A título póstumo recibirá también el 5 de octubre el VII Premio a la Convivencia que concede el Foro de Ermua. Sus méritos son ser, haber sido, «un demócrata incansable» y un «defensor de la confrontación respetuosa de las ideas y del consenso en aquello que dignifica y fortalece la vida civil».
Hoy se celebrará a mediodía el funeral en la madrileña iglesia de San Fermín de los Navarros y sus restos mortales serán posteriormente incinerados en el cementerio de La Almudena. Ayer volvió de nuevo a su «casa» parlamentaria. La sala Isabel II del Congreso de los Diputados, vestíbulo principal de la Puerta de los Leones, acogió la capilla ardiente de uno de sus más ilustres representantes.
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