Fin del misterio
Frankenstein 1 ha muerto, viva Frankenstein 2

Si no hay un inesperado giro de guión, el bacalao ya está vendido. El día 12 de julio, viernes, después de una primera votación fallida el miércoles 10, Pedro Sánchez será investido presidente del Gobierno por mayoría simple con los votos del PSOE, Podemos, PNV, ... Compromís, PRC, y la abstención de ERC y Bildu. Frankenstein 1 ha muerto, viva Frankenstein 2. En realidad son monstruos muy parecidos, casi idénticos. El nuevo incorpora el bigote cántabro de Revilla y la lengua bífida de Otegui, pero mantiene lo esencial del monstruo originario. Después de tanto cavilar ya sabemos lo que nos espera: más de lo mismo.
La intriga se acabó el mismo día que los socialistas oficializaron su pacto con Geroa Bai en Navarra. El PNV no tuvo ningún empacho a la hora de reconocer que, de otro modo, sus diputados no hubieran apoyado la investidura de Sánchez. “Ese era —confesó Aitor Esteban— el gran escollo”. Así que José Luis Ábalos tenía razón: si permitían que el Gobierno foral cayera en manos de UPN, el PSOE ganaría dos apoyos pero perdería seis. Y, naturalmente, no lo dudaron. Entre alejarse del poder o acercarse a los independentistas, optaron por lo segundo. ¿Para qué disimular? Cuando se identifica el interés general con el particular, la duda carece de sentido.
Queda claro, por tanto, que el PNV ha sido la mano que ha movido la pluma del guion de la investidura. Y en condición de tal no solo impuso como peaje obligatorio que Navarra no cayera en manos de UPN, también exigió que Ciudadanos se mantuviera en el cuarto oscuro de los respaldos proscritos. El odio a Rivera es de tal calibre que Ortuzar no quería unir sus fuerzas a una solución política que estuviera avalada, ni siquiera por vía de la abstención, por el partido centrista. Desde ese momento las cosas quedaron claras como el agua: si el PSOE quería los votos del nacionalismo vasco ya sabía lo que tenía que hacer.
Y, al hacerlo, el camino no admitía ruta alternativa. Sin Coalición Canaria, finalmente desalojada del poder insular por un pacto de izquierdas, sin Navarra Suma, condenada a la oposición en el parlamento foral, y sin la abstención de Ciudadanos, la única forma de lograr la corona de laurel en la votación parlamentaria pasaba por el acuerdo con Podemos, que según reconoció Aitor Esteban el PNV no ve con malos ojos, y la abstención de ERC, a la que Rufián —dos por el precio de uno— sumó la de Bildu. Los dos partidos independentistas van de la mano en todo y ninguno quiere ser responsable de unas elecciones repetidas.
Con la solución de la trama al descubierto, todo lo que nos queda de aquí al 12 de julio son los minutos basura de una negociación cuyo final ya es de dominio público. Lo único que podría modificar el desenlace sería que Iglesias llevara hasta sus últimas consecuencias su obcecación personal por entrar en el Gobierno. ¿Pero de verdad se atreverá a obstruir la investidura de Sánchez si éste insiste en impedir que se siente en el consejo de ministros? Esa es la única incógnita que queda por despejar. Aunque las dos posturas parecen firmes, casi nadie cree que el líder de Podemos pueda mantenerla indefinidamente. La repetición electoral juega en su contra.
Así las cosas, lo que nos aguarda a partir de ahora no es ningún misterio. Aunque ERC y Bildu —dos partidos distintos y una sola naturaleza— se avinieran a negociar a precio de saldo el pack de la investidura y los presupuestos de 2020 (saben que Las Cortes no se pueden disolver hasta pasado un año, y durante ese tiempo su poder coactivo pierde casi toda su eficacia), el verano que viene volverán a tener la sartén por el mango. Pincho de tortilla y caña a que a partir de entonces volvemos a las andadas. La demanda de autodeterminación se escuchará en estéreo —Cataluña y País Vasco— y la base social de su clientela se habrá extendido. ¿Qué mas hace falta para que nos demos cuenta?
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