«¡He matado al mataviejas!»

Uno de los implicados llega al Palacio de Justicia de Salamanca. DAVID ARRANZ

Los asesinos de Rodríguez Vega fueron aplaudidos ayer al ser puestos a disposición judicial. Antes de atacar al asesino de ancianas
de Santander se ganaron su confianza con una conversación banal. Para introducir uno de los punzones dejaron fuera de servicio el detector de metales manipulando un enchufe del patio que un juez de Vigilancia Penitenciaria les permitió tener para oír música
. Enrique del Valle González, Daniel Rodríguez Obelleiro y Felipe Martín Gállego, los tres reclusos de la prisión de Topas implicados en la muerte de José Antonio Rodríguez Vega, el asesino de ancianas de Santander, fueron puestos a mediodía de ayer a disposición del titular del Juzgado de Instrución número 5 de Salamanca. Les esperaba medio centenar de personas, que incluso les aplaudió cuando descendían del furgón policial. Del Valle sonrió a los presentes y gritó: «¡He matado al mataviejas!», palabras que fueron recibidas con una ovación, en una más de las paradojas de este suceso, en el que algunos convierten en héroes a los asesinos.

En la declaración, según explicó posteriormente el abogado de Enrique del Valle y Daniel Rodríguez, ambos dijeron que el recluso muerto les había provocado y que le asesinaron «porque la pena que llevaba aparejada el delito que había cometido no está en consonancia». Según el letrado, Rodríguez Vega llegó a agredir a uno de los presos, y precisó que este individuo «se vanagloriaba de los crímenes cometidos, les dijo que iba a escribir un libro, que iba a ganar mucho dinero y que iba a salir en libertad».

Niega los hechos

En cuanto al tercer implicado en el ataque, Felipe Martín, dijo no haber intervenido, aunque hay testigos de que en un principio participó en la agresión -utilizó una piedra envuelta en un calcetín, que se halló luego ensangrentado- y ayudó a impedir la actuación de los funcionarios. El juez también ordenó su ingreso en prisión por su supuesta relación con el crimen. Sobre este interno, el jueves fuentes sindicales afirmaron que estaba condenado por violencia callejera en el País Vasco, lo que ayer fue desmentido por Instituciones Penitenciarias. Los tres implicados regresaron al módulo de aislamiento de Topas, donde se les aplica ya un régimen más restrictivo.

Según las fuentes consultadas, Enrique del Valle y Daniel Rodríguez habían coincidido con el «asesino de ancinas» de Santander en la prisión de Dueñas, pero no hubo incidentes. Sin embargo, el primero declaró tras perpetrar el crimen que entonces «ya se le había escapado», y añadió que ha hecho «un favor a la sociedad». Rodríguez Vega llegó a la cárcel de Topas 48 horas antes de su muerte procedente de Almería, donde había sufrido una agresión el pasado mes de agosto.
Sobre el asesinato, ayer trascendió que los autores se ganaron la confianza de su víctima durante un paseo por el patio de la tercera galería del módulo de aislamiento. Así, mantuvieron durante un rato una conversación banal -en concreto la charla versó sobre Dinio y Marujita Díaz- y, en el momento en que le vieron más indefenso, decidieron atacarlo. En cuanto a las pesquisas policiales, se hacen gestiones por si alguno de los agresores tenía relación con las víctimas del asesino de ancianas, lo que es improbable.

Sobre la investigación abierta por Instituciones Penitenciarias, se sabe que seis funcionarios de Topas que vigilaban el módulo de aislamiento han prestado ya declaración en relación con este asunto. Las indagaciones se centran en averiguar cómo los reclusos introdujeron las armas en el patio, aunque ya se sabe que uno de los punzones iba dentro de un «brik» que llevaba un preso. El detector de metales dio la alerta, pero el preso, muy tranquilo, dejó a un lado el envase, volvió a pasar por el dispositivo y éste ya no sonó. Luego, bebió un sorbo del «brik» y entró con él en el recinto sin que hubiera más incidencias.
En cuanto al segundo punzón, las averiguaciones realizadas son sorprendentes. La historia arranca de una queja de los presos al juez de Vigilancia Penitenciaria en el sentido de que en el patio ni siquiera podían escuchar música. El magistrado autorizó la instalación de un enchufe, que se alimenta con la misma línea que el detector de metales. El jueves los internos lograron manipularlo hasta dejar fuera de servicio el dispositivo de seguridad, según comprobó ayer un técnico electricista. Uno de los internos implicados pidió permiso para ir al cuarto de baño, donde pudo hacerse con el estilete. Obviamente, ni al salir ni al entrar se activó el arco detector.

Un chivato

La vida de Rodríguez Vega en prisión siempre ha sido difícil. Las fuentes consultadas destacaron que era el clásico chivato, que tenía una actitud sumisa, «incluso babosa» con los funcionarios, y chulesca con sus compañeros de prisión, ante los que alardeaba de la popularidad que le daban los reportajes periodísticos. Su muerte fue recibida con alivio por los familiares de sus víctimas. Félix de los Salmones, hijo de una de ellas, afirmó que «había que dar un premio a los asesinos»; Soledad Villar, hija de otra de las ancianas, dijo sentir «una paz muy grande». Rodríguez Vega recibió sepultura ayer en un nicho común. En la ceremonia sólo estuvieron los dos enterradores.





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