«Intenté evitar algún suceso irreversible»
Landelino Lavilla, ex presidente del Congreso, habla 30 años después del 23-F

Todos los españoles de cierta edad recuerdan dónde estaban el 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de militares y guardias civiles trataron de derrumbar su joven democracia. Landelino Lavilla Alsina (Lérida, 1934) presidía el Congreso de los Diputados cuando miembros de la Benemérita, encabezados por Tejero, «pisotearon» su autoridad en la Cámara. Esos mismos españoles guardan en la retina la imagen del teniente coronel armado a su lado en la mesa presidencial.
Uno de los principales protagonistas de una transición considerada ejemplar por muchos países, Landelino Lavilla, fue ministro de Justicia en el primer gobierno de Adolfo Suárez, en el que pilotó el cambio político desde el punto de vista técnico-jurídico. Es consejero permanente de Estado. El próximo miércoles participará en un acto presidido por Don Juan Carlos, que José Bono ha organizado en el Congreso de los Diputados.
—¿El papel del Rey fue determinante para que el golpe fracasara?
—Sí, en el momento en el que el Rey habló, todo cambió. Esto lo percibimos todos en el Congreso. Los ocupantes pasaron de estar más o menos crecidos a venirse abajo.
—¿Cómo conocieron los golpistas el mensaje de Don Juan Carlos?
—No sé cómo se enteraron, se lo comunicarían. En ese momento les dije: ¿por qué siguen ustedes aquí?
—¿Qué anécdotas de aquellas horas difíciles les ha contado a sus hijos y a sus nietos?
—No sé si se las he contado a mis nietos. Mis hijos lo vivieron. Uno de ellos estaba con mi mujer en la tribuna de invitados del Congreso. En ningún momento la perdí de vista desde mi sitio, ni cuando me hicieron agacharme, hasta que desalojaron las tribunas. Luego llamé por teléfono a casa desde mi despacho, aunque trataron de impedir que saliera del hemiciclo, donde tenía detrás a un guardia civil armado con una metralleta. Me acompañó a mi despacho, que todavía no lo habían ocupado, un grupo de guardias civiles, entre ellos un teniente y un capitán. Cuando les dije que iba a llamar a mi mujer, me respondieron que las suyas no sabían dónde estaban. Les propuse que yo la llamaba, le contaba cómo estaban las cosas y, después, ellos llamaban a sus mujeres para que les explicasen qué estaban haciendo allí. En el despacho me hablaron de un compañero muerto en atentado terrorista. Les relaté mi experiencia como ministro de Justicia con el asesinato del director general de Instituciones Penitenciarias, Jesús Haddad, en 1978. Les hice saber que cuando se corrían riesgos se hacía porque merecía la pena. Que si se ponía en riesgo la vida era porque había que afrontar las metas que nos habíamos propuesto, y la nuestra era que los españoles viviesen en paz.
—¿Cuál fue su primer pensamiento al ver a los guardias civiles armados en la mesa presidencial? ¿Pensó, como Leopoldo Calvo-Sotelo o Manuel Fraga, que eran terroristas disfrazados con el uniforme de la Benemérita?
—No tardé minutos, en segundos me di cuenta del riesgo que corríamos. Tenía que tratar de evitar que ocurriera algún suceso irreversible. Visto lo que ocurría dentro e imaginando lo que estaba pasando fuera, mi preocupación era que ocurriera algo difícilmente reversible. Por ello, tenía que tratar de suavizar, de mantener a la gente tranquila.
—¿Por qué prefiere hablar de rememorar, en lugar de conmemorar?
—Porque no se conmemoran los hechos nefastos. La historia y la experiencia política de cada uno están hechas de fastos y nefastos, según la terminología griega. Se conmemoran los fastos y se procura no olvidar los nefastos porque es bueno no olvidar.
—¿Qué elementos cree que provocaron la intentona, cuando ya habían pasado más de cinco años de la llegada de la democracia a España?
—En ese momento estábamos haciendo una transformación política de gran calado, por lo que había sectores que se podían resistir. España tenía problemas duros, fundamentalmente el terrorismo, el gran argumento que se manejaba entonces. Había que ir entendiéndose con quienes vivían polémicamente el desmontaje del régimen anterior. En determinado momento, ciertos descontentos e iniciativas cuajan en un intento como el que se produjo. Todo el proceso de la transformación política está dirigido por un gobierno constituido de acuerdo con la legislación del régimen que se cancela. Esto daba lugar a que hubiera que conducir el proceso con dosis adecuadas de prudencia y audacia. La prudencia a veces creaba problemas con quienes tenían prisa por el cambio. Por el contrario, quienes se resistían nos crearon otro tipo de problemas.
—¿Echa de menos el consenso de los años de la transición, comparado con la crispación política actual?
—Es un problema de medida y de grado. Hay momentos en la historia de los pueblos, como fue por ejemplo aquel, en los que un impulso nuevo para dar un salto en la historia lo tienes que hacer buscando el máximo de concordia. Pero un pueblo no puede vivir permanentemente en el acuerdo y el consenso. La vida democrática se caracteriza por la existencia de discordancias. No echo de menos que el sistema de consenso no fuera el sistema permanente de gobierno. Otra cosa es que se verifique el paso abrupto al sistema contrario: de querer ir de acuerdo en todo, pasar a una situación en que la política se define por cómo afirman su desacuerdo todos los días en cualquier cosa, importante o no. Esto tampoco es el sistema, tiene que combinar de forma adecuada todo esto.
—¿Considera que los políticos de la etapa de la transición tenían más sentido de Estado que los actuales?
—En nuestra época teníamos un sentido de Estado que estaba muy vinculado a que, desde cualquier posición, se compartía un propósito y se iba detrás de una meta, que era el establecimiento concordado de un régimen estable de convivencia fundado en la libertad y el compromiso democrático. Como eso era para lo que trabajábamos todos, había desacuerdos que se atenuaban o no aparecían y, por el contrario, acuerdos que aparecían porque estaban en esa línea. No es la forma normal de gobernar un país de modo permanente. Se produce en determinados momentos y situaciones. Pero tampoco todo eso debe llegar a que la vida política se base necesariamente en la confrontación.
—¿Cómo define al ex presidente Adolfo Suárez?
—En mi experiencia fue el gran presidente que tuvo España en el momento en que lo necesitó, dotado de todas las condiciones para desempeñar el papel político que cumplió.
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