Análisis
Una Constitución hemipléjica
La aprobación de la Constitución republicana de 1931 fue un error histórico que concluyó en la Guerra Civil, que si no la causó, desde luego no fue adecuada para evitarla

Nada hay que celebrar. La aprobación de la Constitución republicana de 1931 fue un error histórico que concluyó en la Guerra Civil, que si no la causó, desde luego no fue adecuada para evitarla. Y fue un gran error por el sectarismo y el revanchismo ... en los que se sustentó. El triunfo de la República, con independencia del mayor o menor entusiasmo ciudadano con el que nació, no fue el resultado de una decisión democrática del pueblo español, sino de la interpretación del Rey del resultado de unas elecciones locales. Su intención fue, sin duda, buena; su decisión, equivocada.
No faltan elementos que prueban ese sectarismo. Entre ellos se encuentran los siguientes. El control estatal de la educación y sus contenidos, es decir, la supresión de la libertad de enseñanza convertida en materia reservada al control del Gobierno. Un Estado «paneducador», con vocación de exclusividad. La agresión a la Iglesia Católica y a las órdenes religiosas, seguidas por un proceso criminal de atentados contra ella y sus miembros promovido por facciones radicales. El menoscabo de la unidad nacional que abrió camino al Estatuto catalán y a la posterior declaración de independencia. Una reforma militar que generó una nefasta división en el seno de las Fuerzas Armadas. Una voluntad de transformar la institución familiar de manera unilateral, sin diálogo. La decisión, más o menos totalitaria, de transformar la sociedad desde el Estado y la falta de respeto a la libertad personal. El espíritu de revancha que eliminaba toda posibilidad de acuerdo y de concordia. En suma, una Constitución republicana pero no nacional. No es extraño que provocara, antes o después , la desafección de los más importantes pensadores liberales como Ortega, Marañón, Pérez de Ayala o Unamuno.
Si la Monarquía o el Ejército, por poner dos ejemplos, junto a otras instituciones, habían dejado de ser de toda la nación para representar a sólo una parte, la República hacía lo mismo o más. No era nacional sino sólo de una porción de la nación. Poco nuevo bajo el sol español. Una España venía a sustituir a la otra. La Constitución de 1931 no fue en su origen obra de lo que más tarde sería el Frente Popular, pero favoreció la tendencia a la ruptura de la concordia y, con ella, de la libertad.
El 6 de diciembre de 1931, después de sólo siete meses de vida republicana, pronunció Ortega y Gasset en el cine de la Ópera de Madrid su célebre discurso de «rectificación de la República», en el que, entre otras muchas cosas acertadas, denunciaba la chabacanería imperante y el hecho de que el nuevo régimen no había entregado el poder público a todos los españoles sino sólo a una parte de ellos. Era una República, no de todos, sino de unos contra otros. Se estaba perdiendo una extraordinaria oportunidad histórica. Ortega reivindicaba una República nacional.
Poco, pues, que celebrar, y mucho que lamentar. Existe una hemiplejia moral y política, como la hay física. Es natural que un Gobierno hemipléjico quiera conmemorar una Constitución hemipléjica.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos
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