Salvador Sostres
Una higiene de Estado
«El independentismo de verdad siempre tuvo claro que el 9N fue un farol»
Mas no celebró ningún referendo el 9 de noviembre, y simplemente quiso engañar a su público independentista , haciendo ver que desafiaba al Estado pero sin desafiarlo. Quiso ir de listo y hacerse el chulo. Como siempre sucede con el catalanismo político, folklore sin pagar el precio. Épica de supermercado, más red que salto.
El independentismo de verdad siempre tuvo claro que el 9N fue un farol y por eso reclaman para el año que viene un referendo unilateral que de verdad suponga romper con la legalidad española e iniciar así la independencia, y no esa grotesca charlotada con la que Mas pretendió que los independentistas le tomaran en serio y el Estado en broma, para conseguir justo lo contrario: los independentistas no le votaron, y el Estado le haya denunciado.
Si el expresidente no fuera tan provinciano, sabría que no hay nadie más chulo que un Estado, y que el escarmiento que se da a los listillos suele ser más duro que el que se infiere a los culpables, aunque sólo sea por el respeto que merecen los que tuvieron el valor de verdaderamente enfrentarse a la gran maquinaria.
El juicio a Mas es una higiene de Estado , para que la turba recuerde cómo suelen acabar las bromas pesadas, y mida bien sus osadías de fin de semana. Y es también un acto de desagravio a los independentistas que de corazón creyeron en Mas, y fueron utilizados de carnaza para llevar a cabo la ridícula fantasmada.
Ni los referendos tienen nada que ver con la democracia —son dialéctica totalitaria—, ni lo que hizo Mas el 9N tuvo nada que ver con un referendo. Y los Estados están para que los presidentes regionales vayan a vacilarles .
Más allá del victimismo poco viril y muy histérico de Convergència, hay que decir que que la reacción del Estado ha sido de bajo perfil, condescendiente, porque España es un país entrañable y el presidente Rajoy siempre ha preferido que nadie se haga daño.
Si Mas hubiese hecho sus jueguecitos en Estados Unidos, en Israel o en Francia -estos Estados cuya democracia tanto le gusta elogiar por oposición a la fascista España-, alguien se hubiera ocupado de él de un modo mucho más drástico.
Hubiera parecido un accidente, y de los que nunca se vuelve.
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